"(...) Empecemos por el final. ¿Qué le parece el anuncio de entrega de las armas por parte de ETA?
La planificación de un espectáculo que tiene muy poco o prácticamente ningún sentido político. Está más bien dirigido a su militancia, al mundo abertzale radical. Se trata de escenificar algo que se parezca lo menos posible a una derrota.
Los nacionalistas intentan
magnificarlo como un gesto de buena voluntad por parte de un entramado
que empleó la violencia y que pasa página y espera de la sociedad que
ese gesto le sitúe en un lugar menos perverso que el que ha ocupado
hasta ahora, que signifique blanquear su pasado, ponerle un final más
amistoso a lo que ha hecho.
¿ETA ha sido derrotada?
En lo que se refiere a la utilización de la violencia, la batalla policial ha sido efectiva, pero la huella que ha dejado es importante. Todo ha ido en clave de más nacionalismo, porque se ha pensado que a más nacionalismo, menos terrorismo, pero no ha sido así. No ha sido derrotado su relato, esa ambigüedad que se plantea en plan: “bueno, esta gente mataba porque tenía un pasado de agresión por parte de España”.
Todos esos argumentos
en los que han basado su justificación de la violencia, como lo de que
también hubo torturas y víctimas por el otro lado, siguen en las mentes
de mucha gente en el País Vasco, de muchos jóvenes a los que se les ha
transmitido de manera familiar, y se debate en los medios, en la
televisión pública. Es una cierta victoria de la propaganda.
Usted trabaja contra eso.
Yo me puedo considerar un militante, incluso un activista, a favor de los derechos humanos. He querido abordar una cuestión que desde el punto de vista cinematográfico no tenía espacio: las historias de los que han perdido, de las víctimas, inocentes machacados.
Eso sí lleva a las películas a
estar en contra del terrorismo y del ultranacionalismo que ha empujado a
esta gente a hacer esto. Pero más que cine político, aunque no me
importa que se catalogue así, mi trabajo tiene que ver con la defensa de
los derechos humanos. (...)
En la película, la hija del concejal de Rentería, Manuel
Zamarreño, asesinado en 1998, dice: “No quiero una placa que recuerde
que mataron a mi padre, prefiero que se esclarezca el caso y que pague
quien tenga que pagar”. La reparación moral es el derecho a la verdad.
¡Qué menos! Y ya si fuera posible eso de que pague, mejor. Pienso que es fácil de entender, que cualquiera que se ponga en su lugar lo entendería. Pero está eso de la dejadez. Hay mucha gente que parece no darle importancia. La sociedad tiene muchos problemas y eso hace que haya cosas importantes que estemos dejando de lado.
En sus películas, a base de recordar hechos sabidos pero
sobre los que se insiste poco, plantea cuestiones que no están encima de
la mesa. Por ejemplo, en 1980 aflora la paradoja aparente de
que el momento más sangriento de ETA se dé tras la amnistía y la llegada
de la democracia. La lectura es que las concesiones, la negociación, el
diálogo, no sirven. Es una conclusión incómoda.
Claro, pero es así, no han servido. En torno al terrorismo hay muchas cosas que aún habiéndolas vivido, parece increíble que pasaran. Y muchas contradicciones. El estado de derecho por una parte quiso ser generoso pero a la vez contundente.
Fue contundente hasta el punto de emplear la
guerra sucia unos años, que fue un horror. Y fue generoso con la
amnistía y ¿para qué? Para que más de la mitad de los terroristas se
reengancharan. Las instituciones, la sociedad, tienen una marca muy
profunda por su comportamiento frente al terrorismo.
Pero cuando hay una parte tan importante de la sociedad que
ampara a los terroristas hace falta algo más que la vía policial, ¿no?
Bueno, ahí la cosa se complica. Ha habido otros terrorismos, como el de la extrema derecha, el GRAPO o el FRAP, a los que la sociedad ha dado la espalda y de alguna manera los ha liquidado. Pero que haya un apoyo social no lo hace más legítimo, hace peor el problema.
Detrás de Hitler
había millones de personas, y detrás del terrorismo islámico. ¿Qué vas a
hacer? Pues hay que deslegitimar el terrorismo, y hay que saber donde
está uno, y lo que está bien y lo que está mal.
Y está mal: ¡no se mata
por unas ideas políticas! Eso se ha dicho a veces, pero lo que más se ha
oído estos años es que hay que negociar, aunque uno no puede negociar
cosas ilegítimas. Solo desde un fanatismo enfermizo a uno le puede
parecer bien que por unos ideales particulares se pueda matar. (...)
Para 1980, entrevistó a José Javier Uranga, contra el
que atentaron cuando dirigía el Diario de Navarra, y decía: ‘si queremos
democracia, ahora hay que aguantarlos’. Las concesiones, la impunidad,
¿no son hasta cierto punto inevitables? Se ha dado en otros casos. En su
última película, por ejemplo, se compara la impunidad de los crímenes
de ETA con la que denuncian las víctimas del franquismo.
En Alemania no han tenido que aguantar a los nazis. La legislación alemana prohíbe hasta llevar un pin nazi en la chaqueta. Prohibir la ideología que ha causado tanto dolor tiene su lógica. No digo que se ilegalice el nacionalismo, el independentismo totalitario se diferencia bastante del nacionalismo, aunque tenga conexiones.
Después de un conflicto –vamos a
llamarlo así aunque no me guste demasiado-, ¿tienes que aguantar a los
que han participado en eso? Sí, siempre que admitan que lo que han hecho
estuvo mal y entren al juego democrático, no al revés. Si no se ponen
las cosas en su sitio, va a ser difícil la convivencia. Se puede llegar a
un simulacro de convivencia, que es lo que hay ahí ahora. Es muy
incómodo, porque da la sensación de haber perdido espacio y libertad. (...)
Como en las noticias sobre ETA, durante muchos años en el cine,
el centro, el protagonista, acababa siendo el terrorista. ¿A qué lo
atribuye?
El cine ha ido en paralelo a la sociedad, los cineastas estamos hechos de los mismos mimbres que todos. Cuando ha habido miedo, los cineastas han tenido miedo, y cuando la sociedad ha sido condescendiente, los cineastas también. Creo que ha sido eso, la sociedad entendía que los terroristas luchaban por algo, tenían unos ideales, y que las víctimas eran el precio de algo.
¿De qué? No sé, de
nuestro pasado con Franco y tal, habría que analizarlo más. Y en las
películas siempre interesan más los personajes malos. (...)" (VANITY FAIR 03/04/17, ENTREVISTA IÑAKI ARTETA)
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