"(...) El victimismo de la Generalitat no tiene ningún fundamento. Casi no
merece la pena emplear tiempo en refutarlo. A simple vista nadie puede
creerse que Cataluña esté discriminada negativamente con respecto a
otras Autonomías. Solo hay que recorrer Extremadura, Galicia, Castilla o
Andalucía para desmentirlo.
Pero es que incluso las Comunidades que
podrían considerarse más privilegiadas han sido peor tratadas que
Cataluña. Recientemente se ha publicado un informe en el que se muestra
que en el periodo 2006- 2015 Cataluña ha recibido 8.500 millones de
euros, el 18% de toda la inversión del Ministerio de Fomento, una
cantidad superior a la que reciben Madrid, Valencia y el País Vasco
conjuntamente, y tres veces la que recibe la Comunidad de Madrid.
Se dice que la negociación y el diálogo son imprescindibles para
solucionar el problema de Cataluña. El problema, de haberlo, no es de
Cataluña sino del nacionalismo catalán, como ya apuntó Ortega y Gasset
en su memorable intervención en las Cortes españolas a propósito de la
aprobación del primer Estatuto, allá por la Segunda República.
Pero es
que, además, nadie ha dicho que el problema sea soluble. Tal como
demuestra la Historia y defendió el filósofo español en aquella ocasión,
el problema no puede resolverse sino que tan solo “se pueden
conllevar”: “…y al decir esto, conste que significo con ello, no
solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes,
sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás
españoles”. Y tal vez habría que añadir que unos catalanes se conlleven con los otros catalanes.
Pretender solucionar el problema del nacionalismo catalán a base de
concesiones es de una gran ingenuidad. Bien lo experimentó el propio
Azaña quien, después de ser un defensor acérrimo del Estatuto catalán,
se quejaba amargamente en su obra “La velada en Benicarló” de su
deslealtad; primero cuando Companys, aprovechando la revolución de
Asturias, proclamó unilateralmente el Estado catalán, y más tarde por el
comportamiento de la Generalitat en plena guerra civil.
El nacionalismo no tiene solución porque por su propia esencia es
insaciable. Cada nueva concesión para lo único que sirve es para
fortalecerlo y darle nuevas posibilidades de reclamar nuevas
concesiones. En la Transición se elaboró la Constitución pensando en
parte en el nacionalismo, creyendo ingenuamente que así se solucionaba
el problema. Se estableció un régimen mucho más generoso que en la II
República.
Lo cierto es que no solo no se resolvió el problema sino que
se crearon otros catorce o quince, uno por cada Comunidad. A lo largo de
estos cuarenta años se ha visto que el proceso no tiene fin y que por
mucha autonomía que se conceda las reclamaciones continúan. En la
actualidad, el nacionalismo y el independentismo han adquirido una nueva
dimensión en Cataluña: la insurrección, insurrección planteada desde
las más altas instancias de la Generalitat, lo que la convierte en un
golpe de Estado encubierto.
Es un espejismo creer que los golpistas van a ceder en sus
intenciones a base de diálogo y negociación. Tampoco puede argüirse que
las concesiones van encaminadas a convencer al resto de la población de
Cataluña y no a los secesionistas, porque -quiérase o no- siempre se
interpretará que si se concede a Cataluña un trato de favor es
precisamente por la postura subversiva que adopta el Gobierno de la
Generalitat. Es difícil no pensar que se está premiando la insurrección." (
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