5/10/14

Las élites político-culturales buscan monopolizar una parcela de poder, eliminar la competencia, y ascender a la cumbre del escalafón

"(...) ¿Ves cómo era el dinerito, el dinerito?, leo en la mirada sardónica de mis colegas. (...)

No creo, sin embargo, que se haya desmoronado el esquema político-cultural sobre el nacionalismo dominante entre los teóricos sociales de las últimas décadas. Por mucho que lamente contradecir al joven Solé Tura, el nacionalismo catalán no fue creación de su burguesía. El capitalismo es internacionalista. Le interesa expandir el negocio, derribar barreras aduaneras, crear mercados cada vez más amplios. (...)

A las élites político-culturales, en cambio, trocear el mercado les reporta beneficios inmediatos. Tienen intereses en el proyecto nacional, aunque no económicos, sino políticos. Lo que buscan es monopolizar una parcela de poder, eliminar la competencia, ascender a la cumbre del escalafón, aunque este domine un territorio más reducido. Y el empobrecimiento cultural les importa poco.

 Las sociedades atraídas por los movimientos identitarios tienden a ser tribales, familiares. Son relativamente pequeñas, todos se conocen, todos saben si este es o no de los nuestros, y es difícil infiltrarse o triunfar socialmente si se es foráneo.

 En el caso catalán, se trata de una élite, predominantemente barcelonesa, de conocidos y muchas veces emparentados, que se siente con derecho a ser dueña (política; pero no solo, como demuestra la familia Pujol) de toda Cataluña, para lo cual ha conseguido imponer un discurso que achaca todos los males a las interferencias de “Madrid”. (...)

El nacionalismo se combina mal con el capitalismo y se explica difícilmente en términos de clase, pero, en cambio, se combina y se explica muy bien, como tantas otras pugnas identitarias, en términos de corporativismo y clientelismo.

Llamamos corporativismo a la tendencia de un grupo o sector social a reforzar su solidaridad interna y defender sus intereses y derechos particulares, anteponiéndolos a los principios de justicia, al interés general de la sociedad y a los perjuicios que puedan ocasionar a terceros. 

Es un fenómeno típico de núcleos humanos con lazos de parentesco, como clanes y etnias; y es muy común en el mundo mediterráneo, así como en amplias zonas de América Latina, Asia y África; son casos de “sociedad civil” fuerte, pero no beneficiosa.  (...)

Los nacionalismos, por definición, están imbuidos de espíritu corporativo: no solo porque las corporaciones dan identidad sino porque aseguran la estabilidad y la permanencia de las mismas élites en las posiciones de poder. A cambio, perjudican la libertad individual y la creatividad. Temen, al contrario que el capitalismo ideal, la libre competencia, la innovación y el futuro abierto.  (...)

El nacionalismo no es, pues, ni “burgués” ni capitalista. Su principal objetivo: asegurarse de que este trozo de pastel es solo nuestro, de los de aquí de siempre, de los que tenemos ocho apellidos, catalanes o lo que sea.

 Nada de libre mercado, excluyamos de la competencia a la mayoría de los posibles concurrentes. De ahí esas curiosas distorsiones que se producen en la política catalana: una sociedad en la que los apellidos más comunes son Pérez o García, que apenas existen en el Parlament representativo (véase Nacionalismo y política lingüística, de Thomas J. Miley).

El caso de la familia Pujol no es, pues, excepcional, como pretenden Mas o quienes quieren salvar el nacionalismo. Es una prolongación del corporativismo y el clientelismo practicados sin escándalo por CiU (y por cualquier Gobierno apoyado en políticas identitarias, sea catalán, vasco o andaluz). Y del clientelismo —favores por apoyo político— a la corrupción —favores por dinero— no hay más que un paso. Un paso difícil de evitar."                (EL PAÍS 04/09/14, JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO, en Fundación para la Libertad)

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