"Un estudio que acaba de publicar el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo prueba los efectos de la estrategia del miedo de ETA
sobre la sociedad vasca y, específicamente, sobre la política vasca.
Lo
confirmo con claridad como testigo directo: los no nacionalistas vascos
fuimos presionados moralmente, silenciados socialmente, perseguidos y
algunos de nosotros fueron abatidos por serlo y decirlo.
Los
nacionalistas que no mataban sacaron provecho indirecto de todo ello,
compartieron prejuicios sobre nosotros y, por eso, entre otras cosas,
sostienen el interés de establecer una mirada suave sobre la
responsabilidad en tantas décadas de persecución y miedo.
El efecto del miedo. Sí. Tapar que sigue perjudicando las opciones
políticas no nacionalistas y la legitimidad constitucional. Ese tabú.
Esos efectos deberían ser claves para la evaluación estratégica del
Gobierno, pero no lo son.
«El miedo –así escriben los autores en la
introducción del informe– es un arma estratégica letal (…) que suelen
plantear los grupos terroristas (…) y condiciona opiniones, actitudes y
comportamientos sociales». Y el voto. El estudio demuestra algo que ya
sabíamos.
Otra característica de ETA y su entorno, como de todo terrorista, es
la aspiración al protagonismo en los medios de comunicación.
Para el nacionalismo vasco, violento o no, fue y es característico
que sus derechos y opciones deban ser prioritarias, por las malas, o
negociando presupuestos. Y esto no es inocuo. Debilita a todo el país en
el largo plazo. Este tipo de debilidad afecta nuestras posibilidades
personales, las de nuestros hijos, porque degenera la gobernanza,
normaliza el consentimiento de malos hábitos, la cobardía, el
clientelismo, la chapuza, el premio al caradura.
Los nacionalistas vascos que mataban consideraron sus creencias como
una obligación para todos los demás, pero cuando el entorno de los
etarras –ilegalizado en parte y derrotado policialmente– jugó a la
negociación con el Gobierno, exigió ocupar el centro de las miradas de
la opinión pública.
Exigió su supervivencia política sin condena del
pasado y la tolerancia hacia una operación de maquillaje de largo
alcance y, si la opinión pública termina tragando, también cierta
impunidad. Esto que los poderosos consideran asumible, no lo es tanto
para el futuro político de nuestro país si abrimos el angular. No sólo
por decencia.
El nivel de impunidad que ya acumulan los asesinatos de ETA se eleva a
más del cuarenta por ciento, pero en delitos relacionados con la
actividad de la persecución de los vecinos va mucho más allá, decenas de
miles de personas huyeron para siempre. Un desarme propagandístico
tiene un valor de millones de euros en publicidad y en influencia porque
condiciona las percepciones sociales en toda España y a nivel
internacional.
No es decente porque si hubiera mediado algún tipo de
vergüenza moral sobre el daño causado y que causan estos días, habrían
entregado la geolocalización al Gobierno francés y punto. Se podría
haber encontrado como por casualidad.
No es decente tolerarlo, pero tampoco es inocuo políticamente lo que
está pasando, aunque ciertos medios de comunicación mostrarán fotos de
gente estupenda diciendo que ETA ha sido derrotada. No es así del todo.
Pernando Barrena, que sigue siendo jefe en las nuevas siglas, señaló en
2007 que «los que hoy son terroristas, puede que mañana no lo sean,
depende de quien gane la batalla política».
En eso están. Son lobistas de los etarras presos y tienen un punto de
intersección con el PNV en la escritura de la historia y en la
percepción internacional. El objetivo es que para el futuro nos veamos
obligados a doblegarnos, a asumir sus palabras, su punto de vista, para
no ser tachados de enemigos de la paz.
Hay cuestiones sobre las que no renta la resignación o la debilidad
del Gobierno consintiendo al PNV y a los herederos de ETA el gran
espectáculo. Ha preparado pellizcos de monja, con discursos
extraordinarios sobre la derrota de ETA para aparentar lo que no hay y
apaciguar el descontento de millones de españoles de buena fe, pero en
el fondo cimenta una nueva debilidad. Porque lo que está en juego nunca
fue sólo matar, sino doblegar y debilitar a los no nacionalistas y
doblegar lo que todo un país, España –otro tabú– es.
Llueve sobre mojado. Como en Cataluña, el mensaje que se manda estos
días a los vascos y navarros que resistieron y a las víctimas resulta
desmoralizador, porque no discute que el poder de los nacionalistas sea
cada vez más hegemónico en los símbolos, en las palabras. En realidad,
se va ahondando un régimen fáctico de supeditación de las políticas.
Augura una debilidad del Estado que un día puede estallar.
Muchas familias sufren estos días, sal se les vuelven las heridas,
como habría podido escribir Blas de Otero. El día ocho de abril, el
nueve, el diez, tendrán que evitar encender la radio o la televisión
para no sentir el aguijón del dolor ante las portadas y titulares de los
actos publicitarios que van limpiando la imagen de los que devastaron
sus vidas. Y es el preámbulo de que los presos de ETA ganen protagonismo
en la agenda política.
Los países suelen necesitar valientes de cuando en cuando. El mensaje
de lo ya tolerado y de lo que apunta en el futuro, no sólo debilita los
intereses del Estado en el País Vasco y Navarra. Debilita el coraje de
personas reales en el servicio público. Apunta a que, en breve, se
estigmatizará a las víctimas por molestar.
Este consentimiento que parece menor –y se disimula– debilita, en
suma, la defensa de la Constitución y de la calidad del liderazgo porque
desmoraliza. Porque regala el poder futuro en un país donde a los
nacionalpopulistas no se les llama por su nombre, no se les ponen
fronteras y se les contenta con millones de euros y sonrisas.
Los del desarme lo quieren casi todo: la propaganda y el poder sobre
las palabras. Pero no se conforman con menos que ir limando cada
exigencia de las leyes penitenciarias para una impunidad que en un
futuro próximo no lo parezca. Cuando los presos de ETA se agrupen en
pocas cárceles, la opinión estará madura para pasar a la siguiente fase.
Sobre eso caminamos, me temo. No es decente, pero si no me equivoco,
este consentimiento de la propaganda del desarme inicia un grave error
histórico y político.
Pensar en grande, mirar lejos, tener decencia es lo que clamaba Fernando Altuna, y por eso hoy lo escribo." (MAITE PAGAZAURTUNDÚA – EL MUNDO – 08/04/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario