"(...) las fuerzas políticas siguen presas de un espejismo, el del
referéndum, exigiéndolo unos, negándolo otros, como si fuera un objetivo
alcanzable, olvidando las propuestas que se insinuaban hace unos meses
en torno a una posible reforma constitucional.
Así que, digámoslo de entrada, y con toda claridad: el referéndum no va a llevarse a cabo, y todos lo saben. Todos lo saben.
Una
afirmación tan tajante merece, desde luego, algún comentario que la
justifique. Y no es difícil si hacemos el esfuerzo de contemplar el
escenario político del momento –y el uso de la palabra escenario aquí no
es inocente– metidos en la piel de cada uno de sus actores.
Mirémoslo,
por ejemplo, con los ojos de PP. Es sabido –o debería saberse– que el
primer objetivo de un partido político es alcanzar el poder, y el
segundo mantenerse en él. Y, ¿alguien puede creer seriamente que el PP
va a jugarse sus votos en el conjunto de España accediendo a la
celebración de un referéndum del que podría derivarse –aunque sea
sumamente improbable– la separación de Cataluña del reino de España? No,
y mil veces no.
De ninguna manera. Y quien tiene la llave para llevar a
cabo un referéndum con garantías y con reconocimiento internacional es
el gobierno del Estado, y no la tiene ninguna otra fuerza política.
Tampoco la CUP.
Así que no habrá referéndum, y la posición marmórea del
Partido Popular, que es todavía el más votado y quiere seguir siéndolo,
se mantendrá en este punto hieráticamente congelada, a la espera de que
el independentismo se estrelle contra el muro de la legalidad
constitucional, aunque no es descartable alguna oferta compensatoria
hacia sus antiguos socios convergentes.
Pongámonos ahora las
gafas de mirar que utiliza el PSOE (con la debilitada muleta del PSC,
ciertamente incómoda pero manejable) y descubriremos más o menos lo
mismo. Ni siquiera si Pedro Sánchez ganara las primarias, cosa que está
por ver, los socialistas alientarían un referéndum que daría lugar a un
terremoto interno de enorme magnitud y que llevaría al partido a mínimos
aún más mínimos que los actuales.
Obviamente, en el caso de
Ciudadanos no existe margen para la especulación: nacido en Cataluña
contra el nacionalismo, no puede hacer otra cosa, si quiere sobrevivir,
que ampararse en la legalidad, y que el PP le saque en cualquier caso
las castañas del fuego. Su no al referéndum fue, es y será rotundo.
En
cuanto a Podemos, tengo la impresión de que va a delegar en este asunto
en el futuro partido de los Comunes. Estos no parecen haber aprendido
gran cosa de la experiencia del PSC, que paga ahora su largo intento de
hacer convivir dos almas, la nacional –catalanista– y la social,
coexistencia que le ha llevado a estar situado en tierra de nadie,
tratando ahora de sacar partido de los errores de los otros y procurando
poner algo de sentido común en este embrollo, pero intentando armar un
proyecto para el que no existen mimbres.
Los Comunes, con el ánimo de
recolectar en las dos almas, defienden el referéndum, pero legal y
pactado, algo equivalente a mirarse el dedo olvidando la luna.
Obviamente, sus dirigentes saben perfectamente que el referéndum
pactado, hoy por hoy, es tan imposible como que Donald Trump consiga
dominar su incontinencia verbal (de las otras aún poco sabemos), pero lo
siguen postulando en una actitud que está más próxima al tacticismo que
al análisis concreto de la realidad concreta, y eso ya sabemos que a la
larga, como le sucedió al PSC, trae muy malos resultados. Veremos
cuánto tiempo puede mantenerse ese discurso sin que se señale que el rey
anda por ahí desnudo, y qué posición tomarán luego.
Están,
claro, los partidos nacionalistas. Y estos, como PP y PSOE, no pueden
dar marcha atrás en sus planteamientos sin caer en el abismo. Su única
escapatoria, metidos como están en una vía estrecha de no retorno, es
convertir su previsible derrota en alimento para sus próximas campañas,
enarbolando la bandera del victimismo. Algo que les resultará fácil en
este choque de trenes que ya ha comenzado.
Los exconvergentes,
ahora PDeCat, están electoralmente en caída libre, amenazados por un
abrumador sorpasso de Esquerra Republicana, y no pueden permitirse
aparecer antes los suyos retrocediendo un solo milímetro después de
haber alimentado el crecimiento de las organizaciones civiles que atizan
el fuego del independentismo.
Aunque, al ser la parte más débil de este
enredo, agradecerían seguramente un gesto del Estado que les permitiera
dar algo de marcha atrás manteniendo la cara alta. No pueden, sin
embargo, tomar en ese sentido ninguna iniciativa, so pena de ser
severamente castigados por el catalanismo.
Y están solos ante el
peligro: a su derecha, el Estado. A su izquierda, Esquerra Republicana,
que les arrebatará la Generalitat, y eso para un partido que se ha
construido sobre el clientelismo es casi como extenderle un certificado
de defunción. Pero si el Estado no da un paso al PDeCat no le quedará
otra que aferrarse al victimismo y tratar de sobrevivir lanzando
zarpazos al aire ante las “agresiones” del Estado –cuantas más mejor.
(Eso si no están sucediendo cosas en la trastienda, como la última
conferencia de Mas en Madrid podría dar a entender, pero un pacto
secreto de desactivación del proceso provocaría la inmediata ruptura de
las relaciones entre los partidos independentistas, y la convocatoria de
elecciones).
En cuanto a Esquerra, la imagen es sencilla: la del
gato relamiéndose ante el ratoncillo exconvergente, modulando el tono
de su victimismo en función de las necesidades del momento. Junqueras ya
se ve President, sabe que no va a haber referéndum y que ello conduce
inevitablemente a elecciones autonómicas (“plebiscitarias”, nos
intentarán vender), que ganará, y vuelta a empezar con distinta hoja de
ruta.
Haría falta un Shakespeare para relatar la mezcolanza de drama y tragedia, con matices de comedia bufa, que se avecina.
Y
vuelvo al principio: ¿por qué ha dejado de hablarse de federalismo en
los ámbitos políticos? ¿Es que a nadie le interesa ponerle freno –al
menos por un tiempo– a las tensiones y enfrentamientos? ¿O es que, por
el contrario, esas tensiones y enfrentamientos le vienen bien a casi
todo el mundo por la capacidad que tienen de enmascarar o disimular la
crisis, la pobreza, el desempleo? Después de todo, no hay como un buen
choque de trenes para tener entretenido al personal. (...)" (Miguel Riera
No hay comentarios:
Publicar un comentario