"Ya había decidido que no escribiría una
sola línea sobre el caso inaudito de Alfons Quintà, cuando ciertos
artículos aparecidos en la prensa con motivo del horrendo desenlace con
el que se coronó una vida llena de absurdas maldades me han inclinado a
ofrecer mi punto de vista sobre un hombre a cuyas órdenes trabajé en los
inicios de TV3, la televisión autonómica de Cataluña, y de quien
recibí, con prolongada insistencia, toda clase de insultos y amenazas de
muerte por haber defendido una aspirante a locutora que él acababa de
despedir con falsas justificaciones.
Pero lo que quiero poner de
manifiesto en esta columna no es una experiencia personal sino las
circunstancias en las que Alfons Quintà ejerció el poder que le confiaba
y le protegía la presidencia de la Generalitat.
Como el lector probablemente
no ignora, Quintà fue nombrado director de TV3 poco después de haber
publicado en El País una serie de crónicas políticas en las que atacaba
al gobierno de Convergència i Unió y aludía a las presuntas
irregularidades cometidas en la gestión de Banca Catalana, la entidad
financiera fundada y presidida por la familia Pujol, y cuya bancarrota
costó al Estado 345.000 millones de pesetas.
El episodio tuvo sus puntos
fuertes en la presentación de una querella contra el presidente de la
Generalitat, la retirada posterior de esa querella y la adhesión de una
multitud enorme de catalanes a un presidente en quien el fantasma de la
nación catalana ya se había encarnado de forma solemne y duradera.
La
oposición no se interesó nunca por los motivos que condujeron a Jordi
Pujol a confiar su principal aparato de propaganda al hombre que, pocos
días antes, era su enemigo número uno.
Habiendo tomado posesión de
su despacho, con la indiferencia o el concurso de otros cargos
directivos, no tardaría en humillar y acosar sin tregua a sus
atemorizados empleados. Por la manera que tenía de mirar y gesticular,
por sus constantes cambios de humor y sus comentarios despectivos,
procaces, intimidadores, ya entendías al momento que te encontrabas ante
una mente perturbada.
Y cuando no había más remedio que almorzar con
él, ya sabías que toda esa personalidad la escenificaría con la boca
llena de la comida que, directamente con los dedos, iría tomando de tu
plato. Que era un psicópata, no lo dudaba casi nadie, pero todo el mundo
procuraba disimularlo.
Se lo advertí a un alto cargo de los medios de
comunicación de la Generalitat −actualmente imputado en un caso de
corrupción− y, en el más puro estilo convergente, me respondió que me
haría el favor de hacer como que no me había oído.
Nombrándole director
de TV3, Pujol compró el silencio de Quintà y, por el mismo precio,
adquirió un ogro a su servicio. Ahora, los que durante años hicieron del
pujolismo su unidad de destino se preguntan cómo es posible que todo
esto no lo denunciase nadie.
(Publicado en el Quadern de El País, 12-01-17)" (Blog de Ferran Toutain, 12/01/17)
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