10/1/17

Cuando se politiza la cotidiano, y se converte una Cabalgata de Reyes Magos en un acto de militancia, significa que ya no hay espacio para el humor ni para la ilusión

"Yo la vi. Una anciana bien conservada, segura de sí misma. De esas personas que tienen razón desde que nacieron, y que eran nacionalistas catalanes ya en el vientre de su madre e independentistas aún antes de hacer la primera comunión. Lo lleva, o eso cree ella, en la sangre.

En una sociedad más permeable que la nuestra y por tanto con mayor sentido del humor, el gesto de la abuela de Vic daría para más chistes que una reunión de borrachos. A la abuela de Vic se le ha ocurrido regalarle a su nieto –desconozco la edad del churumbel- un farolillo con la “estelada”, la bandera de todo radical independentista posmoderno.

El efecto fue tan fulminante que hasta las fuerzas más radicales del independentismo consideraron este gesto como lo que es, una manifestación de neofascismo que trata de romper una de las tradiciones más hermosas e inocuas de una sociedad como la nuestra; la ilusión de los niños ante un hermoso engaño.

Los Reyes Magos es la única mentira social que ningún adulto sería capaz de desvelar sin adquirir la categoría de canalla. Los Reyes Magos, son unos republicanos buenos que en una sociedad sórdida y difícil suministraban dosis ingentes de ilusión. Pedías una bicicleta y te traían unos calcetines; escribías tu deseo de un balón y aparecía una colección de lapiceros de colores marca Alpino. 

Pero lo aceptabas sin acritud, porque era un regalo y porque éramos tantos los niños en aquella España que se concedía la amnistía por una noche, que un error, por grande que fuera, se perdonaba.

Abuela bruja

Viví, como tantos, el franquismo más brutal y a nadie se le ocurrió regalar banderitas roja y gualda, ni cangrejos de falange, ni disfraces de balilla, a la italiana. Y ahora viene una bruja, impune ante la libertad que le consiguieron los demás, y quiere que su nieto se vuelva un neofascista de la independencia en ocasión tan señalada como la Cabalgata de los Reyes Magos.  

Esa vieja pendenjo debería aspirar a un asilo y a seguir rezando rosarios, como hizo toda su vida, y si es posible con el nieto haciendo de segunda voz.

Gente como ella son los que después se excusan diciendo, yo nunca hice nada malo, fui una abuela modelo amante de mis nietos. ¡Eso sí, imbuyéndoles las ideas para que fueran patriotas y supieran diferenciar a uno de los nuestros, sobre la canalla que invadió nuestro país, y que tan rico hizo a nuestro abuelo, pero nos quitaron las esencias!

Cuando se politiza la cotidiano, entramos en el terreno de la dictadura, del dogma, de las diferencias. Ahí se demuestra que no todos somos iguales, porque hay la intención de no serlo. Convertir el gesto gozoso de una Cabalgata con unos Reyes Magos de pega, en un acto de militancia, significa que ya no hay espacio para el humor ni para la ilusión. 

Bastaría relatar, hacer una leve crónica, de lo que eran aquellas humildes sesiones de Reyes Magos de antaño comparadas a estas anodinas reuniones de niños solos, que juegan solos y que ni siquiera sueñan solos, porque se limitan a abrir cajas y sentarse a teclear hasta que les ardan los dedos y descubran que hay una máquina mucho más sofisticada que habrán que pedir a los Reyes el año que viene.

El papel de ciudadanos

La abuela de Vic es un resto del basurero de la historia. Algún día el nieto se quedará perplejo, como a quien le han regalado un encaje de bolillos para que dispare perdigones cuando se aburra. Una paradoja para fanáticos de ayer, de hoy y ¡ay, posiblemente de mañana mientras les dé el aliento! 

Morirán quejándose y confiarán en que el nieto logre lo que todo su fanatismo y su cobardía fueron incapaces de exhibir cuando eso tenía un valor y no un festejo para payasos con fronteras. Habría de crearse un asilo para ancianos frustrados por la política, porque los otros, que no tuvieron suerte en la vida, siempre tendrán a su favor la dignidad de no envenenar a nadie y asumir su papel de ciudadanos con escasa fortuna."                  (Gregorio Morán, Bez, en Rebelión, 09/101/17)

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