26/12/16

Los procesos que siguieron a la ruptura de la federación yugoeslava primero y de la Unión Soviética después no son muy aleccionadores que digamos... recuerdan la pretensión de sectores ultracatalanistas de acabar con el bilingüismo

"(...) En cuanto al derecho de autodeterminación propiamente dicho (el punto es importante por las confusiones de la izquierda, las pasadas y las aún muy presentes), MC -Miguel Candel, nuestro helenista gramsciano, no el Manifiesto Comunista-, en el artículo citado estos días pasados [1] sostiene tesis del siguiente tenor: 

1. “Los principios de derecho internacional más universalmente aceptados (por las Naciones Unidas, sin ir más lejos) lo restringen a situaciones de clara opresión colonial, es decir, situaciones en que una determinada población bien definida carezca de representación política libremente elegida y se vea, en cambio, gobernada por una administración sobre la que no ejerza control alguno”. 

En el caso de Cataluña, “ni el más paranoico separatista “enragé” pueda invocar ese supuesto sin retorcer el argumento hasta el absurdo le debería resultar claro a cualquiera (aunque la claridad no parece ser atributo de todas las mentes)”. (...)

3. Por eso, señala nuestro helenista, “algunos venimos diciendo que, en el caso catalán, el supuesto derecho a decidir equivale al derecho a dividir. Algo que se ha visto últimamente agravado por la pretensión de ciertos sectores ultracatalanistas de acabar con el bilingüismo realmente existente en el territorio, culpabilizando del mismo, amén de a la consabida conjura españolista (que la hubo ciertamente durante el franquismo, aunque sin culpa de la gran mayoría de los españoles), a las sucesivas oleadas de inmigrantes que no han sido plenamente ‘asimilados”. Es una referencia a las tesis del manifiesto Koyné. 

4. En cualquier caso, además de lo indicado, “la historia de la mayoría de los procesos de recomposición de Estados con arreglo a presuntas identidades nacionales muestra un perfil inquietante, en el que abundan las aristas violentas”.

 Por ejemplo: si las “guerras balcánicas” marcaron la pauta a comienzos del siglo XX, “los procesos que siguieron a la ruptura de la federación yugoeslava primero y de la Unión Soviética después no son muy aleccionadores que digamos”. La historia cuenta, la de otros y la propia también. 

5. Por otra parte, l a obsesión por la unidad étnico-cultural puede ir en dos sentidos: disgregador o integrador a la fuerza. “Como ejemplo de lo segundo, no hay más que recordar el pangermanismo que reivindicaba territorios “desde el río Mosa (Bélgica) hasta el río Niemen (Bielorrusia), desde el río Adigio (en el Tirol italiano) hasta el estrecho de Belt (Dinamarca)” (como reza la primera estrofa, hoy prohibida, del himno nacional alemán); Hitler, por supuesto, se tomó muy en serio esa “grandiosa visión” de una Mitteleuropa germánica y aún la superó”.

 En plan mucho más modesto y de manera pacífica, nadie confunde la A con la Z, “sin el recurso a las Panzerdivisionen , y con planteamientos sociales de izquierdas, también aquí hay quien defiende pequeñas visiones grandiosas con respecto a los llamados “ països catalans” (se trata de paralelismos meramente formales y extrínsecos: espero que nadie arguya que se está comparando en lo sustancial la CUP con el NSDAP…)”. Nadie está comparando lo que no puede ser comparado . 

6. Por eso, remarca MC, “porque está visto que abrir el melón de las fronteras estatales es como abrir la caja de Pandora”, la Unión Africana “tiene como uno de sus principios fundamentales respetar las fronteras heredadas del período colonial, pese a lo arbitrario de muchas o la mayoría de ellas, ya que dividen etnias todavía claramente identificables (no como en Europa, donde los perfiles étnicos están totalmente difuminados)”. 

Recuerda el traductor de Aristóteles “las masacres perpetradas no hace mucho por ciertos grupos étnicos africanos contra otros (hutus, tutsis, etc.) para darse cuenta de a dónde puede llevar la mencionada aspiración a la ‘homogeneidad nacional”.

7. En definitiva, la pretensión de poseer el derecho de decidir unilateralmente la relación de Cataluña con el resto de España (“una relación, por definición, excluye la unilateralidad”) no puede sostenerse “al no poder fundamentarse en una hipotética situación de sojuzgamiento colonial ni nada que se le parezca, pese a los histriónicos rasgamientos de vestiduras por supuestos expolios fiscales, que casi nadie se atreve ya a esgrimir -aunque seguramente puede haber margen para aumentar la equidad en este punto-, o por las declaraciones extemporáneas (o así consideradas por parte interesada) de tal o cual ministro, o por decisiones del gobierno central tan tremendamente lesivas para la “cohesión social” de Cataluña como ¡aumentar el número de horas de lengua castellana en primaria de dos a tres semanales!”

8. En una democracia, incluso en una tan imperfecta como la que tenemos admite MC finalmente, “las diferencias sólo pueden resolverse mediante la discusión y la búsqueda de acuerdos, al menos parciales, mientras la correlación de fuerzas en los órganos legislativos, incluso apoyada por manifestaciones pacíficas (huelgas incluidas), no permita otra cosa”. 

Quien considere que ésa es una vía muerta -”más de una vez, a lo largo de la historia, lo ha sido”- siempre podrá “optar por la vía insurreccional”. Faltará, añade el traductor de Gramsci, “sólo que un número suficiente de personas considere que la reivindicación lo vale”. (...)"           (Resumen del artículo de Miguel Candel, Salvador López Arnal  , Rebelión, 19/11/16)

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