22/11/16

La hoja de ruta de la independencia por referendum o por elecciones, o porque se acaba el tiempo...

"(...) En todo caso, si se alcanza la primavera sin desastres, vendrá el verano, prólogo del otoño decisivo. El del presunto referéndum. Días antes de su moción de confianza, el president, Carles Puigdemont, propugnaba un referéndum con “plenas garantías”

 Luego se envolvió en un viaje más azaroso, con música de ultimátum difícilmente viable: o referéndum negociado (con el Gobierno, como propuso en un posterior discurso en Madrid) o por las bravas (convocado unilateralmente), si la otra parte no acatase o respondiese.

Sus exégetas sostienen que las “plenas garantías” no se refieren a las seguridades legales sino a la representatividad política internacional: “Que vote más de la mitad del censo” —el objetivo buscado por la Generalitat en su aproximación a la izquierda de los comunes— y que los votos válidos “superen, digamos, el 55% de los emitidos, como Europa exigió a Montenegro”.

 Con esos datos, según estas fuentes, concluirían que el resultado es válido, independientemente de que rompiese la rule of law, el imperio de la ley propio de las democracias.

Solo si lo ven impracticable reemplazarán en último extremo esa convocatoria por otra de unas “elecciones constituyentes”, pero ya “para ratificar una declaración de independencia”, algo complicado con la mayoría social actual.

 Y, en todo caso, adecuarán la táctica a los imponderables de la coyuntura: la principal de las tres leyes llamadas de “desconexión”, la de “transitoriedad jurídica” —que opta a operar como una suerte de barniz jurídico a la secesión unilateral—, es “muy clara y taxativa”, dicen fuentes del Ejecutivo catalán.

 “No está acabada”, precisan, “pero los escasos detalles pendientes pueden terminarse en muy breve plazo”: si es en tres días, tres semanas, tres meses o años, dependerá solo de la conveniencia de sus patrocinadores.

El obstáculo más grave para realizar la consulta sería que el Gobierno impidiese su celebración, o pugnase por impedirla. Sin suspender la autonomía —lo que no está recogido en el artículo 155 de la Constitución— pero sí ahormándola: absorbiendo, por ejemplo, la competencia de seguridad interior y el mando de los Mossos d’Esquadra.

Los dirigentes independentistas lo tienen calculado, incluso con ribetes novelescos: “Los Mossos deberían seguir cumpliendo su función de controlar los posibles desórdenes públicos, pero, si el Gobierno forzase la retirada de las urnas, esa imagen en The New York Times o en la CNN nos daría una victoria política internacional”, afirman. (...)

La posición heroica y victimista sensibiliza crecientemente a muchos medios, permeables a las rebeldías más o menos quijotescas pero siempre heterodoxas. Sobre todo si frente a ellas opera únicamente el frente del frontón: la legalidad como única respuesta. 

La sensación de que el secesionismo ocupa todo el espacio político es común a sus partidarios y muchos de sus detractores: “Si ocupamos todo el espacio es porque al otro lado no hay nada, ninguna propuesta política articulada: el Estado no comparece”, concluyen estas fuentes. (...)

Hay pocos arquetipos políticos más próximos que los de un sentencioso castellano viejo y un testarudo carlista catalán, aunque luzca modos de guitarrista roquero."             (Xavier Vidal-Folch, El País, 08/11/16)

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