"(...) En todo caso, si se alcanza la primavera sin desastres, vendrá el
verano, prólogo del otoño decisivo. El del presunto referéndum. Días
antes de su moción de confianza, el president, Carles Puigdemont, propugnaba un referéndum con “plenas garantías”.
Luego se envolvió en un viaje más azaroso, con música de ultimátum
difícilmente viable: o referéndum negociado (con el Gobierno, como
propuso en un posterior discurso en Madrid) o por las bravas (convocado
unilateralmente), si la otra parte no acatase o respondiese.
Sus exégetas sostienen que las “plenas garantías” no se refieren a
las seguridades legales sino a la representatividad política
internacional: “Que vote más de la mitad del censo” —el objetivo buscado
por la Generalitat en su aproximación a la izquierda de los comunes— y
que los votos válidos “superen, digamos, el 55% de los emitidos, como
Europa exigió a Montenegro”.
Con esos datos, según estas fuentes,
concluirían que el resultado es válido, independientemente de que
rompiese la rule of law, el imperio de la ley propio de las democracias.
Solo si lo ven impracticable reemplazarán en último extremo esa
convocatoria por otra de unas “elecciones constituyentes”, pero ya “para
ratificar una declaración de independencia”, algo complicado con la
mayoría social actual.
Y, en todo caso, adecuarán la táctica a los
imponderables de la coyuntura: la principal de las tres leyes llamadas
de “desconexión”, la de “transitoriedad jurídica” —que opta a operar
como una suerte de barniz jurídico a la secesión unilateral—, es “muy
clara y taxativa”, dicen fuentes del Ejecutivo catalán.
“No está
acabada”, precisan, “pero los escasos detalles pendientes pueden
terminarse en muy breve plazo”: si es en tres días, tres semanas, tres
meses o años, dependerá solo de la conveniencia de sus patrocinadores.
El obstáculo más grave para realizar la consulta sería que el
Gobierno impidiese su celebración, o pugnase por impedirla. Sin
suspender la autonomía —lo que no está recogido en el artículo 155 de la
Constitución— pero sí ahormándola: absorbiendo, por ejemplo, la
competencia de seguridad interior y el mando de los Mossos d’Esquadra.
Los dirigentes independentistas lo tienen calculado, incluso con
ribetes novelescos: “Los Mossos deberían seguir cumpliendo su función de
controlar los posibles desórdenes públicos, pero, si el Gobierno
forzase la retirada de las urnas, esa imagen en The New York Times o en
la CNN nos daría una victoria política internacional”, afirman. (...)
La posición heroica y victimista sensibiliza crecientemente a muchos
medios, permeables a las rebeldías más o menos quijotescas pero siempre
heterodoxas. Sobre todo si frente a ellas opera únicamente el frente del
frontón: la legalidad como única respuesta.
La sensación de que el
secesionismo ocupa todo el espacio político es común a sus partidarios y
muchos de sus detractores: “Si ocupamos todo el espacio es porque al
otro lado no hay nada, ninguna propuesta política articulada: el Estado
no comparece”, concluyen estas fuentes. (...)
Hay pocos arquetipos políticos más próximos que los de un sentencioso
castellano viejo y un testarudo carlista catalán, aunque luzca modos de
guitarrista roquero." (Xavier Vidal-Folch, El País, 08/11/16)
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