"Recién llegada de Cataluña, a donde viajo a menudo a visitar a
familiares, amigos y compañeros de carrera y profesión con quienes
compartí mis primeros años de periodismo, he percibido reacciones muy
contradictorias sobre los festejos nacionalistas y el clima en la calle
ante la próxima Diada del 11 de setiembre.
Nada que ver con el año
pasado, cuando la movilización en torno a la cadena humana era tan
palpable en el ambiente ciudadano que los agitadores de la iniciativa se
permitieron presumir del movimiento «espontáneo» que logró desbordar al
propio Artur Más, quien terminó colocándose a la cabeza de la
manifestación. (...)
El caso es que estos días se palpa un silencio espeso lleno de dudas.
Quizá sea el preludio del rugido de la marabunta. Pero los promotores de
cadenas, Diadas y consultas no ocultan su preocupación.
Y, a diferencia
del año pasado, tienen que ser ellos los que se coloquen frente a
micrófonos y focos de televisiones para animar a la gente a participar
en lo que están llamando la «Diada definitiva». Son muchos, dicen. Pero
necesitan ser más. (...)
Anna Simón, en un ataque de sinceridad, reconoció que en una eventual
independencia los funcionarios y pensionistas, por ejemplo, tardarían en
cobrar sus salarios. Funcionarios y pensionistas. Esos eslabones
débiles del Estado del bienestar que vieron recortados sus derechos,
incluso, cuando gobernaron ejecutivos socialistas, empiezan a oír las
dificultades de convertirse en un Estado independiente.
Ya no se trata de permanecer dentro o fuera de la Unión Europea en el
caso hipotético de que Cataluña se independizara. Se trata de satisfacer
las necesidades más apremiantes. Los ahorros. Las pensiones. La
atención sanitaria. La educación sin adoctrinamiento. (...)
Si bien es cierto que en Cataluña se detecta mayor pulsión
independentista en la calle que en Euskadi, los sentimientos (que de eso
se trata cuando se habla de proyectos soberanistas) no pueden saltarse
la ley. Y las normas constitucionales, mientras no se reformen, siguen
siendo las mismas. Que una cosa es ir a votar y otra muy distinta
hacerlo en una consulta ilegal.
Las últimas encuestas detectan que sólo un 23% de ciudadanos se
muestran partidarios de ignorar la sentencia del Tribunal
Constitucional. Habrá muchos independentistas catalanes en la calle el
11 de setiembre. Seguramente.
Pero muchos de sus seguidores se han ido
quedando en el camino después de las trampas de quienes fueron durante
tanto tiempo una referencia de estabilidad y un símbolo de compromiso
institucional. Y después de las mentiras con que se ha gobernado
Cataluña durante tantos años. Y eso duele. Decepciona. Indigna, aunque
no se quiera reconocer públicamente. Y desactiva." (TONIA ETXARRI, EL CORREO – 08/09/14, en Fundación para la Libertad)
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