"María y Antonio llegaron a Barcelona en 1962. María, de 28 años, se
había criado en el cuartel de la Guardia Civil de Osuna, en la provincia
de Sevilla; su padre era miembro condecorado del Cuerpo. Antonio, de
31, creció en las calles de aquella Andalucía de los años cuarenta, en
la que la pobreza sin horizonte te hacía de izquierdas.
Él encontró
trabajo en la Bosuga, una inmensa fábrica de estampaciones metálicas y
repuestos de automóviles para Pegaso, situada en Montcada i Reixac, a
las afueras de Barcelona. Allí alquilaron una casita baja de treinta
metros cuadrados. Suficientes cuando no se tiene nada.
El 25 de septiembre se desató un terrible diluvio. Hacia la
medianoche el ruido de la tormenta encogía el alma y barruntaba
tragedia, como así ocurrió. María y Antonio oyeron gritos en la calle,
la gente huía aterrorizada. Cometieron la temeridad de ponerse a llenar
un arcón de madera maciza con lo que pudieron rescatar del ajuar de boda
mientras el agua inundaba la casa. Era angustioso, apenas podían
moverse. Salieron a tientas.
María, embarazada de un mes, tiraba del arcón con la misma fuerza que
Antonio bajo la torrencial lluvia. Atravesaron a oscuras el pueblo
convertido en un infierno de agua, viento y barro, hasta alcanzar cobijo
en la carpintería de un amigo. La carretera había dejado de existir;
como tantos hombres, mujeres, niños, a quienes el río Besós se llevó
para siempre. Hubo más de mil muertos. La mayoría, emigrantes andaluces
que habían construido sus casas con manos fuertes y materiales
precarios.
Tras las inundaciones, María y Antonio regresaron sin nada al pueblo
con la promesa de un trabajo que al final no fue posible, y, de nuevo, a
Barcelona. Se establecieron en una pedanía de Sabadell, en un piso bajo
que estaba a medio terminar, pero al menos era un techo.
Entre
humedades y costura hasta el alba, y con sólo un sofá-cama, dos sillas y
una mesita baja para comer, transcurrieron los siguientes ocho meses de
embarazo de María. Antonio recuperó su trabajo en la Bosuga, pero como
simple peón; su puesto de encargado se lo habían dado a otro.
Un día, el president Jordi Pujol proclamó en un discurso: «Catalán es
todo aquel que vive y trabaja en Cataluña». María lo escuchaba en la
radio mientras le caían las lágrimas sobre la tela de los vestidos de
novia que cosía sin descanso hasta la madrugada en el sótano que el
matrimonio compartía con su hermana y el marido, en L’Hospitalet. Ya lo
creo que trabajaban.
La vida no era buena para ellos, pero al menos no
pasaban hambre como en el pueblo. Años después compraron en un barrio
obrero de la capital un modesto piso en el que vivían cinco, con la
abuela. Tuvieron dos hijos a los que pagaron carrera. Antonio encontró
mejor trabajo, de contable en un banco, porque aunque no tenía estudios
siempre se le dieron bien los números, y en él se jubiló. Con esfuerzo
acabaron viviendo en el barrio de Gracia, donde contaron con el calor
del vecindario. (...)
Decía el líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Oriol
Junqueras, que el independentismo es una cuestión de sentimientos. Esta
historia también lo es. Está plagada de ellos. En un programa de la TV
nacional, el actual vicepresidente de la Generalitat declaró que
Cataluña tiene la misma sintonía con Andalucía que con Finlandia o
Alemania.
No cabe duda de que Junqueras es todo un sentimental. Qué
falta de consideración, sensibilidad y respeto hacia los miles de Marías
y de Antonios que llegaron a Cataluña hace más de medio siglo
procedentes de Andalucía, Murcia o Extremadura. Abandonaron su tierra
con las maletas llenas del dolor que causan la ausencia y la distancia;
la dejaron atrás huyendo de la miseria para emigrar a otra que acabaron
haciendo también suya. (...)
Después de varias décadas de esfuerzo y sacrificio para darles a sus
hijos el futuro que ellos no tuvieron, a esos hombres y mujeres se les
arrebata su tierra por segunda vez. Se les deja en una especie de limbo
emocional. ¿De dónde habrían de sentirse si Cataluña se independizara?
¿Alguien ha pensado en ellos? ¿Acaso han dejado de tener la importancia
que tuvieron cuando de jóvenes contribuyeron a que Cataluña fuera una
tierra más próspera de lo que ya entonces era? Los catalanes les deben
mucho a esos otros catalanes venidos de fuera, a los que ahora
impunemente les regalan el olvido. La indiferencia.
La pobreza les obligó a dejar de ser andaluces. Ahora, el
independentismo quiere obligarlos a dejar de ser españoles. Muchos de
ellos tienen parte de la familia repartida por España. Condenará a estos
ancianos a ser apátridas en el peor momento de la vida, aquel en el que
más necesitamos sentir las raíces que nos sujetan a nuestra tierra. (...)
(P.D. En lo sucesivo prometo no volver a hablar de mi familia)." (MARI PAU DOMÍNGUEZ – ABC – 08/06/16, en Fundación para la Libertad)
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