"Un trabajo de investigación de Manuel
Montero, exrector de la Universidad del País Vasco, pone de manifiesto
que los apellidos de raíz eusquérica cuentan con una elevada
sobrerrepresentación en la política vasca.
El estudio de los apellidos
de quienes conforman las Corporaciones municipales, las Juntas Generales
(Parlamentos autónomos), las Diputaciones y el Gobierno vasco muestra
que los de etimología eusquérica multiplican hasta por tres la
representación que cabría atribuirles en razón de la estadística.
En su estudio, Montero prueba que en todas y cada una de las
instituciones las fuerzas nacionalistas priman de forma desmesurada la
selección de políticos con apellidos eusquéricos y que esa práctica,
ignorada en su alcance real, obviada o, en todo caso, nunca expuesta
hasta ahora, persiste invariable desde hace décadas. De hecho, la
preeminencia de los apellidos eusquéricos en el Parlamento vasco es
similar a la de hace cinco lustros.
De los 48 representantes
nacionalistas existentes hoy en la Cámara vasca, 32 tienen sus dos
primeros apellidos eusquéricos; 10, uno castellano y el otro eusquérico,
y solo 6 poseen sus dos patronímicos castellanos. Por el contrario,
entre los parlamentarios vascos no nacionalistas, los apellidos se ciñen
bastante a la composición estadística de la sociedad vasca.
Son datos reveladores y desconcertantes en la medida en que vienen a
demostrar que el apellido sigue pesando mucho en la política y la
sociedad vascas, pese a que el nacionalismo, en su doble versión, PNV e
izquierda abertzale, expresó hace ya tiempo su renuncia a definir el ser
vasco con atributos etnicistas.
Desde que el PNV abandonó la religión y la raza como elementos
distintivos del ser vasco cabía pensar que los criterios etnicistas
establecidos por el fundador Sabino Arana iban a contar cada vez menos
en la política.
Como cabía pensar que la izquierda abertzale, que pone
el acento identitario en la práctica del euskara y se ha mostrado más
expresamente abierta a incorporar en sus filas a vascos de procedencia
foránea, no tendría tanto apego ni servidumbre a la vieja
pasión-obsesión nacionalista por los apellidos.
Sin embargo, el informe
muestra de forma palmaria que en esa materia de la selección de sus
representantes la izquierda abertzale surgida en torno a ETA no le va a
la zaga al PNV.
“No se aprecian diferencias significativas en la composición de las
candidaturas del nacionalismo moderado y el radical”, constata Montero.
En las candidaturas nacionalistas, la presencia de candidatos con sus
dos primeros apellidos castellanos es inferior al 10%, de media, pero
hay poblaciones, como Mondragón (22.000 habitantes), en las que no
existe ningún candidato nacionalista con apellidos castellanos, pese a
que representan la mitad del censo local.
En Vitoria, con un censo que
muestra que el 7% tiene los dos apellidos eusquéricos, el 26% uno de
ellos y el 66% con ambos apellidos castellanos, las candidaturas
nacionalistas exponen porcentajes respectivos del 31%, 43% y 26%.
Igual de significativa resulta la prevalencia que se da a los
apellidos de raíz eusquérica en la selección de los cargos, no
forzosamente militantes o simpatizantes del partido, a los que se
encomienda la gestión de la Administración autonómica.
De los 170 cargos
de confianza con que contó el Gobierno monocolor del PNV en junio de
2013, prácticamente la mitad tenían sus dos primeros apellidos
eusquéricos y únicamente el 15% los tenían castellanos.
“La sólida
implantación del PNV le permite elegir personal político con distintos
perfiles, sin menoscabo de su eficacia. Ha habido una selección de
apellidos. No cabe la posibilidad de que sea fruto del azar”, apunta
Montero.
El exrector de la Universidad del País Vasco descarta que las enormes
desviaciones cotejadas en su trabajo puedan ser aleatorias. Tiene que
deberse a una de estas dos razones, o a ambas: “O el nacionalismo se
implanta sobre todo en un ámbito social que se reconoce en el apellido
vasco, o bien lo tiene en cuenta al seleccionar a sus candidatos”,
indica.
Parece cierto que el nacionalismo vasco se ha nutrido en buena
medida con militancia procedente de ámbitos euskaldunes (de habla del
euskara), particularmente del área rural, donde los patronímicos
eusquéricos están mucho más presentes, pero ese dato tampoco puede
explicar por sí solo los abrumadores resultados del estudio.
“No ha habido cambios sustanciales en las últimas décadas. En las
instituciones públicas, el nacionalismo mantiene similar evocación
étnica. No han hecho mella las concepciones que sitúan la identidad en
elementos culturales, no vinculados a la procedencia familiar”, sostiene
el autor del estudio.
Que el apellido de raíz eusquérica sigue teniendo
mayor predicamento político y social en la Euskadi de nuestros días es
una evidencia que ni los interesados acomodos discursivos de lo
políticamente correcto pueden negar.
Dentro de Euskadi, pero también
fuera, se da por hecho que los apellidos eusquéricos, generalmente
topográficos y polisintéticos, tienen un marchamo superior de
autenticidad —representan lo vasco-vasco—, en la medida en que
remitirían a un origen remoto que, como el euskara mismo, aparece
envuelto en la bruma del misterio. (...)
“El peso de los apellidos en sus organizaciones es altísimo, mucho
mayor que el que tienen en la sociedad vasca. Esta peculiar dimensión
ética, más visible que cualquier otro factor mensurable, contrasta con
el silencio público sobre este criterio definitivo del nacionalismo. El
discurso público lo oculta, niega o difumina. Los grupos nacionalistas
hablan de identidad cultural, no de etnicidad y, sin embargo, esta
resulta fundamental en la concepción del nacionalismo”, sostiene
Montero.
A su juicio, el “peculiar etnicismo de los apellidos” sobrevalora una
parte de la sociedad y relega a otra y es la prueba de que el
nacionalismo no ha integrado a la población sin apellidos vascos de
forma estadísticamente normalizada.
“Reclamar una identidad étnica como
base para la organización política conlleva la negación del principio
político de ciudadanía por igual para todos los habitantes del
territorio”, sostiene Montero. “En el nacionalismo hay un debate
implícito —y silenciado— entre etnicidad e identidad. Lo han resuelto a
favor del primero”, concluye." (José Luis Barbería , El País, San Sebastián
8 FEB 2016 )
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