"(...) En la tienda me encuentro con Jordi Amat, autor del fabuloso El llarg Procés: Cultura i política a la Catalunya contemporània
(1937-2014), una historia intelectual del catalanismo hasta,
posíblemente, su muerte. Mientras esperamos nuestro turno, hablamos de
la que está cayendo. Literalmente, está cayendo todo. (...)
Con esta crisis se puede ir al garete también un invento fabuloso. El
independentismo CDC. Un colosal movimiento independentista
no-independentista, una invitación a la sociedad para presenciar una
larga marcha sin movimiento hacia un punto final infinito, amenazado con
dramatizaciones cotidianas.
El tema de la conversación, empero, no es ése. Es la ausencia de información
que ha habido al respecto. ¿Cómo es posible que, desde 2012, una
sociedad haya tenido como único elemento informativo a su Gobierno?
Bueno. Ése no es el tema. En todo el Estado, desde los 80, hasta 2011,
los Gobiernos han sido la gran fuente y referente informativa.
La pregunta es ¿cómo se ha podido ejercer ese poder aún después de
2011, con tanta efectividad y sin resistencia profesional por parte del
grueso del periodismo?
Hablamos sobre ello. Hablamos sobre el hecho de que eso hubiera sido
imposible en los años 30. Especulo sobre la posibilidad de que, no
obstante, eso era posible en los 50, cuando la sociedad literaria
catalana en el interior –es decir, conservadora–, expulsó –literalmente,
a Francia– a un poeta –Palau Fabré– por escribir un poema sobre una
puta, un indicio de que, de alguna manera, había ya una cultura que
tenía claro que había temas cerrados.
No obstante, me enrollo, eso no pasaba en los 70, cuando Gabriel
Ferrater, un crack, se carga, con su obra y con sus mordaces comentarios
orales, el canon cívico-patriótico-meapilas imperante en la cultura
catalana, con éxito total.
Amat puntualiza, con más razón que un santo
–traduzco–: "Es posible, pero hoy no es posible esa disidencia. El
intelectual cobra de ellos".
En efecto, el intelectual –el periodista es uno de sus accesos más
pop– cobra de ellos. Eso explica que, hasta la fecha, ni uno –ni uno;
eso debería de suponer una crisis cultural enorme; no se traducirá en
nada, salvo en patriotismo– haya opinado algo diferente a las emisiones
del Govern.
El debate que ha habido en Catalunya ha sido entre partidarios de la
independencia y opuestos a ella. Ha sido, vamos, una tertulia, ese
espectáculo/catarsis/válvula de escape de la cultura –que no de la
información– española.
No ha habido ni un segundo de verificación, comprobación o crítica a los posicionamientos gubernamentales. Puede parecer dramático. (...)" (Guillem Martínez, Diagonal, 08/01/16)
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