"No hay pueblos inocentes, hay pueblos irresponsables. Un día
descubrimos que nuestra sociedad civil, que estaba en boca de todos como
ejemplo de cultura, mecenazgo y espíritu emprendedor, estaba
representada por un estafador de tres al cuarto, zafio y sórdido, por
buen nombre Fèlix Millet, cabeza de una institución, modelo y pasmo no
sólo para los paletos españoles sino de toda Europa. El Palau de la
Música Catalana.
No cabía preocuparse. Nuestro Gran Timonel sabía moverse en el mar de
los Sargazos en los que estábamos metidos por las ovejitas blancas del
patriotismo que tenían la carne muy negra; pero claro eso del color del
dinero sólo lo sabemos cuando les apuramos la lana. Ya lo descubriría
él, portavoz de la ética y la dignidad.
¡Y zas! Resulta que el Gran
Timonel llevó el barco 22 años con un plantel de marineros sumisos y una
tripulación despreocupada ante aquel brujo irritable salido de las
entrañas de un país que había roto la maldición del poeta Espriu. Ahora
éramos educados, tranquilos y limpios.
El día que se expuso, cual eccehomo, para explicarnos la cándida
historia de una herencia paterna, empezó la danza de los siete velos.
Cada día que pasaba se desnudaba más; primero era un hijo que le salió
mal, luego dos, más tarde tres y así sucesivamente hasta convertirse en
una familia mafiosa donde él ejercía de capo y su señora de “tabernera
del puerto”.
El Gran Timonel había estado durante 22 años en el puesto
de mando; un delincuente, capo di capi. La sumisión se cobraba; otorgaba
garantía de por vida. La insumisión, apenas visualizada, era desterrada
o silenciada. Jordi Pujol, el Gran Timonel, se encargaba de quitarte el
pasaporte de catalanidad sin el cual pasabas a ser un simpapeles
social.
A él se debe la primera clasificación entre catalanes de primera y
aspirantes, pero como era listo, astuto y conocía los límites en los que
se movía, tenía muy arraigado el sentido del ridículo. Sabía
diferenciar lo que decía en público de su genuino sentir privado. Y
llegó Artur Mas. Uno de esos personajes que descubrió la Catalunya
política cuando sus negocios no iban bien y la cosa pública podía
traducirse en una salida.
Después del Gran Timonel llegaba el Profeta, y
como todo profeta, muy sensible a la actitud de los rebaños humanos.
Mientras hubo dinero que repartir fue generoso con los llamados
“movimientos ciudadanos independientes” y con los medios de
comunicación no menos independientes. Pero su partido, minado por la
corrupción y el desprestigio –aún tiene su sede central embargada–, fue
perdiendo base social al tiempo que se radicalizaba.
El hombre que menos idea tenía de Catalunya y de su historia era el
que asumía con mayor vigor las nuevas tesis independentistas. Fue de
fracaso en fracaso hasta la miseria final, en la que estamos instalados.
Primero fue Ítaca, lugar y referencia cultural absolutamente alejada de
su simpleza; la cantaba un bardo local y eso bastaba.
Con la
conciencia, nada poética, de que si le apean de la Generalitat acabará
procesado por alguno de los cien agujeros que acumula su partido y su
persona. Ahora bien, la vida sigue. Un día la presidenta del Parlament
declara la República Catalana, otro una mayoría de tribunos deciden
desconectar con las instituciones españolas. Pero no pasa nada, porque
la chica alega que se trata sólo de un deseo. Y el reto parlamentario,
una “simple instrucción indicativa”.
Antes, se habían montado unas elecciones con carácter plebiscitario
que no lograron los objetivos perseguidos, como reconocieron los
organizadores por la noche. Pero el día siguiente les trajo mayores
ínfulas. O ahora o nunca. La independencia por vía fulminante.
Y aquí es
donde se rompe la baraja; el matrimonio Convergència-Unió Democrática
se separa, y Convergència se bautiza como Democràcia i Llibertat (¿sin
Catalunya?), mientras en un triple salto mortal del oportunismo inician
conversaciones “secretas” –nadie sabe ni dónde, ni cuándo, ni siquiera
el qué– con la CUP. Conversaciones que se pueden resumir de este modo:
os lo prometemos todo, pero dejadnos a Mas.
Nunca en la historia de la Catalunya contemporánea se llegó tan lejos
en el chalaneo y el ridículo. Un partido corrupto y sin norte, de
derechas de toda la vida, tratando de engatusar a un grupo de extrema
izquierda para que avale un día, basta con un día, al hombre que
representa todo aquello contra lo que aseguran combatir.
Esa sensación de que este país se va al carajo la aprecia cualquiera
con tan sólo seguir a los brillantes analistas mediáticos. Ellos que
animaron a ir cuanto más lejos, mejor, ahora resulta que están
despistados, un poco angustiados, porque la prepotencia y la complicidad
han ido demasiado lejos, tanto, que peligra su engrasada maquinaria de
adulación al poder, sea el que sea. (...)
Ahora llueven en los diarios las cartas sobre la CUP y a tenor de
algunos informadores parece que se ha desatado una guerra contra “el
mundo cupero” (sic). No se desanimen porque pronto llegará el momento
que “las tribus cuperas” se apacigüen. El efecto Artur Mas está más en
decadencia en la sociedad que en los medios de comunicación; se nota que
las ayudas trabajan en onda larga.
El otro día leí una carta al director firmada por un tal Jordi Acero,
o lo que es lo mismo, Jordi Stalin, que sería la versión en ruso. Basta
con citar su comienzo y su final. Son antológicos de la vuelta al mundo
franquista o carlista, y de la ruptura de una sociedad donde vuelven
los hombres con cerebro de acero inoxidable:
“Es la primera vez que escribo en castellano, lo que refleja mi
estado de ánimo”. (¡Los ánimos lingüísticos! ¡Ya será menos!, exagerao.)
La asamblea de la CUP en Manresa le ha parecido una traición a
Catalunya y a Artur Mas. Todos los párrafos son del mismo jaez, pero
termina con esta perla de la prosa de antaño: “Dicen –son habladurías–
que algunos, después de la asamblea, corrieron a tomar el AVE de vuelta a
Madrid”.
Este es el sustrato, llamémosle político, que nos han dejado por el
Gran Timonel y luego el Gran Farsante; la creencia de que somos únicos y
que no nos arredra nada, salvo nuestro propio miedo. Hay quien piensa
que la independencia es como un partido del Barça; hay quien cree que le
consentirá librarse de la cárcel; hay a quien le suena como una
canción.
Todo vale, por qué no. Lo difícil es cómo se van a recomponer
los pedazos de un país que se jactaba, con razón, de modelo de
convivencias políticas, lingüísticas y culturales." (Señores, este país se va al carajo, de Gregorio Morán en La Vanguardia, en Caffe Reggio, 05/12/15)
No hay comentarios:
Publicar un comentario