"Cuando mi abuela y su familia, que supongo que es la mía,
llegaron a Barcelona fueron a vivir junto a otros murcianos a los
barrios habilitados por el Patronato Municipal de la Habitación, en unas
construcciones sin planificación ni lustre ubicadas en las afueras de
la ciudad.
Corrían los años 30. Luego Consuelo, que así se llamaba mi
abuela, se casó y vivió toda su vida en las Viviendas del Gobernador,
otro “exitazo” de la vivienda social ubicado en lo que luego se
conocería como el distrito de Nou Barris, el mismo que hace una semana
formaba parte del cinturón rojo por ser feudo socialista y que ahora ha
desteñido hasta volverse naranja.
A ese barrio llegó Jordi Pujol hace justo 16 años a pedir el voto
para unas autonómicas sin tintes de plebiscito. Y no fue solo: se llevó a
Artur Mas, a Josep Antoni Duran i Lleida, a Los Chunguitos y a Maíta
vende cá. Al escuchar a Pujol ponerse en la boca los nombres de gentes
como Camarón de la Isla, la reacción de los miles que allí se
concentraron fue silbar y abuchear hasta que consiguieron que el molt
honorable se callara.
Ni Justo Molinero, facilitador y presentador del
evento y director de Radio Tele Taxi, consiguió que sus oyentes
obedecieran a sus peticiones de civismo. Esa mofa, involuntaria pero
cruel, encerraba otro desdén hacia esa gente, uno que los convergentes
no han practicado solos.
Mi abuela no era fan de Los Chunguitos, tampoco de Pujol y
de los suyos, pero al contrario que me pasa a mi, era más rumbera que
flamenca y, sin embargo, aquel día se negó a bailar. Pasó horas
intentando comprender qué pretendían aquellos señores usando a la gente
de su barrio, la música que la emocionaba y sus símbolos como si fueran
careta, maquillaje y postizo, es decir, partes de un disfraz.
Porque al
contrario de lo que sucede con el que pretende aparentar ser rico, en
esta ciudad a nadie le parece mal que alguien quiera parecer pobre. No
solidarizarse, no, sino jugar a serlo. Mientras mi yaya intentaba dejar
de sentirse ofendida, los líderes barriales socialistas buscaban la
manera de amortizar el desacierto de CiU encabronando a la gente.
Algunos piensan que las cagadas, sobre todo las ajenas, admiten el
reciclaje y tanto unos como otros han tratado siempre a esos y a otros
votantes como si fueran un ente que sabe, piensa y siente lo mismo. Debe
ser por las encuestas. Pero había una diferencia: unos vivían con ellos
y los otros sólo iban de visita. Y al que viene de fuera se le detesta
pero al vecino que peca se le castiga.
Hemorragia interna
El día que Pujol fue a hacer campaña al compás de la rumba carcelaria
de Los Chunguitos, era 11 de octubre de 1999. Estaba el mundo a un paso
del 2000 pero Nou Barris era un barrio que apenas había empezado a
deshacer las miserias urbanísticas del franquismo, incluidos los bloques
donde vivía mi abuela, y que ese mismo año estrenaba el parque en el
que tuvo lugar el show de Pujol.
Nou Barris era entonces el distrito que
empezaba a levantar la cabeza gracias a 14.000 millones de pesetas de
inversión municipal y a disfrutar de calles, equipamientos y fuentes
como los del resto de la ciudad, a pesar de que la droga aún daba
coletazos mortales que los habitantes de otros barrios sólo vieron en
las películas.
Aquel PSC que buscaba la forma de sacar partido del bochorno de Pujol
había ganado todas las elecciones en esas calles desde que se inauguró
la democracia pero dejó las necesidades de sus habitantes en segundo
lugar cuando tocó ponerle a la ciudad un traje olímpico. De aquel Nou
Barris del concierto de Los Chunguitos al de hoy han cambiado algunas
caras pero en el fondo pocas cosas. (...)
Aquellas de 1999 fueron las últimas elecciones en las que el PSC
contó su porcentaje de votos en Nou Barris por encima del 50%. A partir
de ahí, empezó a perder sufragios progresivamente,
no de golpe ni por sorpresa, sino como una hemorragia interna que no se
nota pero es mortal. También los fue perdiendo CiU, pero ellos no
cargaban con el peso de perder en casa.
Hoy en día, uno de sus barrios, Ciutat Meridiana, es conocido como
Villa Desahucios por la cantidad de desalojos que se han producido en
estos años y uno de los “logros” del Gobierno municipal del convergente
Xavier Trias fue que numerosas entidades de vecinos se agruparan bajo el
nombre de Nou Barris cabreada dice basta, plataforma desde la que no
han dejado de denunciar ni un solo día la precariedad en la que viven.
Fueron sus miembros quienes dejaron plantados a los políticos en el
pleno monográfico dedicado a la pobreza que se celebró en el mes de
marzo pasado. Presidenta y regidora del distrito pretendían dar lectura
de un informe socioeconómico y zanjar el tema. La primera era
socialista; la segunda, convergente.
Eso sucedía en marzo, y en mayo,
Ada Colau arrasó en los comicios locales en el distrito con más de un
33% de los votos. Era el primer castigo de Nou Barris a los socialistas,
quién sabe si por haberse ablandado en tiempos duros.
Luis Cabrera es exdirector del Taller de Músics y como yo, exhabitante
del barrio. Luis nació en Jaén, es director de la entidad Altres
andalusos y se declara independentista. Él dice que no es tanto la
independencia como el desprecio constante y clasista que han ejercido
los convergentes con los castellano hablantes y la tibieza del PSC en
cuestiones de lengua e identidad lo que ha permitido el ascenso de
Ciutadans en Nou Barris.
Pero Junts pel Sí ha sacado un buen resultado,
mejor que el de los socialistas, por lo que es inevitable pensar que el
voto naranja huele a sanción. La segunda del año para el PSC y aún
faltan por celebrarse las generales.
“¿Se han pasado los vecinos de Nou Barris a la derecha?”, le he
preguntado a Luis y él ha dicho que sí pero que muchos lo han hecho sin
saberlo. Es cierto que los vecinos que fueron a su último acto de
campaña en la Plaza Virrei Amat jaleaban a Albert Rivera con lemas de la
Plataforma por la Hipoteca: “Sí, se puede”, se escuchaba desde los
balcones. Y no eran abucheos.
También es verdad que el líder de
Ciutadans ha dicho que no es de derechas y que
Inés Arrimadas y todo su equipo hacen equilibrios para no moverse del
centro, al menos en los discursos. Quizás ellos no precisen un disfraz
completo para entrar en Nou Barris, ni fingir españolidad o que les
gusta la rumba.
Pero, ¿explica eso el 23% de votos obtenidos en un
distrito donde tienen tan poca presencia que el 27S no tenían ni
interventores para enviar a los colegios electorales?
“Es la lengua lo que les ha abierto las puertas. Ciutadans
les ha hablado en su idioma, literalmente, y ya estaban hartos de tanto
desprecio”, dice Cabrera y su frase me hace recordar el día en que le
comunicaron a mi abuela que iban a derribar las Viviendas del Gobernador
para construirlas de nuevo.
Para dignificar el barrio, le decían desde Adigsa,
como si la dignidad se construyera con ladrillos. La operación supuso
unos costes para los propietarios, algo que ella no entendió, pues la
vivienda estaba pagada desde hacía tiempo. Por todo ese cabreo
acumulado, un día que el president Pujol fue a visitar la zona, mi
abuela, al pasar por su lado le gritó: “Lladre!”. Ladrón, le dijo y fue
chocante que lo hiciera en catalán, no porque no lo dominara sino porque
es sabido que en la lengua materna se ama y se insulta con más ardor.
No sé qué habría pensado mi abuela de este giro hacia el naranja del
barrio en el que vivió toda su vida. Ese lugar desde el que ella y sus
vecinas decían “ir a Barcelona” cuando cogían el 47 para ir al centro.
Conociendo su carácter, es posible que hubiera aparcado la inocua rumba y
hubiera optado por el flamenco para contestar a mis preguntas. “En mi
hambre mando yo”, me la imagino diciendo. Y esta vez, sí, en castellano." (Silvia cruz, CTXT, 30/09/2015)
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