"¿Qué
está pasando en Cataluña? El virus nacionalista, populista e
independentista está en proceso de infectar a un pueblo reconocido
internacionalmente de país abierto, plural, culto, bilingüe, solidario y
demócrata. (...)
Como todo nacionalismo que se considera como tal, y en Europa, por desgracia, hemos sufrido trágicos ejemplos de estos líderes mesiánicos de tres al cuarto, el que transita ahora por Cataluña tiene nombre y apellidos: los delirios de su actual Presidente Artur Mas con su órdago soberanista, sacándose de la manga una lista única por la independencia, realizando acciones continuadas en contra de la legalidad española, pública e internacionalmente expandidas por los medios, y pretendiendo con todo ello consumar antes del verano una declaración de independencia de España de la que se estima irá directa al fracaso (35 % de los votos. El Pais.). (...)
Las recetas nacionalistas, querido Orwell, utilizadas por el actual dirigente catalán y que estamos padeciendo son las mismas llevadas a cabo en los Balcanes y en el resto de los nacionalismos del mundo: anteponer provincianismo a cosmopolitismo, patria a cultura, división a pluralismo, lengua a libertad, manipulación a verdad. (...)
Desde que Cervantes llegó a Barcelona buscando la imprenta de sus sueños hasta hoy, cuando los grandes escritores del mundo han dejado de venir a visitarnos, mi país pequeño ha sido centro neurálgico de literatura mayor.
Así pues, Barcelona, que fue capital de cultura de España
encontrándose aquí lo mejor de las literaturas hispanas, donde venían
autores de todo el mundo a compartir esta celebración entusiasta de las
letras además de toda una procreación de autores y editores catalanes en
castellano, garantía de buena y celebrada literatura, subsiste hoy en
una especie de territorio comanche.
Los escritores han dejado de venir a
visitarnos. Sólo son bienvenidos el turismo masivo, por un lado, y por
otro, el folklore patriótico asambleario que nos invade a diario con
banderas, soflamas populistas y circo de identidad nacional que nos
recuerdan otras tristes épocas. Esta ciudad anfitriona de honor de las
letras latinoamericanas e internacionales ha sido presa, gracias a sus
dirigentes, de la chifladura separatista y separadora de voces distintas
a las que dicta el imperio nacionalista del gobierno actual.
Los
escritores de fuera, con los que compartíamos vida, lenguas y
literatura, dejaron también de vivir en casa. Estamos solos y
abandonados. La lengua secuestrada. Nuestro bilingüismo, riqueza
incuestionable de nuestro país pequeño, en proceso de ser aniquilado si
nadie lo remedia. (...)
Ni usted, referente universal de la defensa de las libertades, ni sus imprescindibles “Notas sobre el nacionalismo”, convencerán a un nacionalista independentista catalán que deje de serlo, pues de un tiempo a esta parte los sentimientos irracionales de amor por su patria lo llevan a condenar todo lo que en su país o fuera de él no abrace el canto y seña independentista recién estrenado.
Y usted, querido George
Orwell, como todos los que pensamos distinto a la película nacionalista,
(ojo: el porcentaje a favor es solo de un 35 % de electores), somos
atacados de traidores y otras falsas acusaciones que darían para una
enciclopedia de mentiras y agravios. Una moda escapar de España, se
escudan algunos. Una tendencia festiva y obligatoria quedarse encerrados
en la pequeña finca particular, como quien se va de camping una
temporadita, cuando usted como yo sabemos la gravedad de toda ideología
populista que lleva “al nacionalista no solo a desaprobar las
barbaridades cometidas en su propio lado sino que tiene una
extraordinaria capacidad para ni siquiera oir hablar de ellas”.
Por eso
aquí ya no escuchan sus gloriosas palabras. Todo el amor que le tenían
se ha esfumado por completo como también ha desaparecido el entusiasmo
creador de país culto y abierto que nos caracterizaba. (...)
Usted vuelve a dar en el clavo cuando dice: “Todo nacionalista se obsesiona con alterar el pasado. Se pasa parte de su tiempo en un mundo de fantasía en el que las cosas ocurren como deberían –en que, por ejemplo, la Armada Española fue todo un éxito o la Revolución Rusa fue aplastada en 1918- y transferirá fragmentos de este mundo de fantasía a los libros de historia cada vez que pueda. Hechos importantes son suprimidos, fechas alteradas, citas removidas de sus contextos además de manipuladas para cambiar su significado”.
Sin ir más lejos, entre otros
muchos falseamientos selectivos de la historia llevados a cabo en su
querida Cataluña, maestro Orwell, el más reciente y al que han dedicado
monumentos, congresos, libros y museos, ha convertido la guerra de
Sucesión dinástica de la corona española de 1714, desatada entre
Borbones y Austrias, en guerra civil de victimización de catalanes, como
si Cataluña hubiera perdido una guerra cuando en realidad no hubo
vencedores ni vencidos por razones de país sino por dar apoyo a uno de
los dos reyes en palestra.
Alteración histórica como otras numerosas del
separatismo catalán, destinadas a favorecer una división entre buenos y
malos catalanes y con la que hoy, Sr Orwell, nos miden el grado de
catalanidad que poseemos con baremos tan infantiles, por nos llamarlos
racistas, como el nivel de catalán de sus ciudadanos, el partido al que
pertenecen, la bandera que cuelgan en su balcón, los libros que compran y
su sentimiento de independencia.
De
todo cuanto le digo, querido Sr. Orwell, lo que me sacude el ánimo
hasta un extremo doloroso es la división entre buenos y malos catalanes
según sea nuestro grado de simpatía o antipatía por el independentismo
de las narices, de manera tal que una frontera divisoria nunca vista
desde la dictadura nos ha separado de amigos, familiares y conocidos, de
ilusiones y de proyectos comunes, de nuestro futuro inmediato, de
nuestra literatura célebre por su entidad y riqueza formal exclusiva, de
nuestros trabajos literarios y universitarios de los que también nos
han ido apartando como insectos molestos y peligrosos a los que usted
hace referencia en sus notas antinacionalistas.
Sin violencia física,
como les gusta justificar a viva voz. Con intimidación sólo psicológica,
pero violencia al fin. Y vuelvo a cederle la palabra en este dialogo: “Cuando
digo «nacionalismo» me refiero antes que nada al hábito de pensar que
los seres humanos pueden clasificarse como si fueran insectos y que
masas enteras integradas por millones o decenas de millones de personas
pueden confiadamente etiquetarse como «buenas» o «malas»”. (...)
El colmo es descubrir ahora que la lucha patriótica y soberanista propulsada por Jordi Pujol, Presidente de la Generalitat durante treinta años, ha sido utilizada por el propio Pujol para beneficio económico personal y el de su familia. Al estilo de los caciques de república bananera robando y preparando el país para que su hijo pudiera heredarlo.
De ahí que, el rebrote del virus separatista encontrara campo
abonado cuando determinada doctrina oficial del gobierno catalán
pujolista y maragallista se dedicó a cambiar y tergiversar los acuerdos
que fueron promulgados y aceptados después de treinta años de dictadura
gracias a tres grandes políticos que desde entonces ha tenido España:
Josep Tarradellas, Adolfo Suarez y Felipe González. Ya en 1997, Mario
Vargas Llosa acudió al corazón de Barcelona, el Palau de la Virreina, y
tocó donde más duele a la marca catalanista.
Acusó a la ciudad de ser
más "provinciana y menos universal", por efecto del nacionalismo, que
a principios de los años setenta, cuando él y su familia se instalaron
en el barrio de Sarriá, donde vivieron cinco años. Desde entonces, casi
veinte años después, el escritor peruano, ganador de un Nobel, no es
bien recibido por las fuerzas políticas en la ciudad, tan importante en
su biografía y en un país, cuya lengua, el catalán no ha sido mejor
valorada internacionalmente como bajo las palabras y los libros sobre
Tirant Lo Blanc que el autor le ha dedicado.
Hasta
que aparece en escena Artur Más, Presidente de la Generalitat, con su
embrollo de órdago independentista en el que se ha metido alegremente y
con él ha enredado a todos los catalanes, siempre bien avenidos, ahora
divididos en un país que muchos califican de enfermo.
Así, es como se
empezó a fabricar el actual nacionalismo catalán. Si se había definido
que era catalán todo aquel que trabajaba y vivía en Cataluña, el
gobierno de Convergencia añade un concepto ideológico: “Y de aquellos
que tienen voluntad de serlo”. Esta añadidura significó el comienzo de
un proyecto nacionalista exclusivo en muchos sentidos y origen de la
situación actual legitimada para dar patentes de catalanidad a quienes
trabajen para merecerlo. (...)
Más de 500 catalanes, intelectuales, escritores y de profesiones diversas firmamos, en su momento, un manifiesto para expresar nuestra discrepancia con las exigencias nacionalistas impuestas por el gobierno, defendiendo un federalismo local y europeo y, frente al fundamentalismo lingüístico, reclamando restituir una de nuestras riquezas culturales: el equilibrio de la política bilingüe que siempre nos ha caracterizado y amenazado de extinción por la división separatista. A partir de entonces, los escritores catalanes que escribimos en castellano. junto con los que también haciéndolo en catalán, son críticos con el nacionalismo, pasamos a convertirnos en traidores. Anticatalanes. Apátridas. Enemigos del pueblo. En los malos de la película nacionalista.
Usted sabe mejor que yo Sr. Orwell lo que trato de
explicarle, cuando sobre el peligro de todo nacionalismo subraya: “Esto
es mucho más importante—, me refiero al hábito de identificarse con una
única nación o entidad, situando a esta por encima del bien y del mal y
negando que exista cualquier otro deber que no sea favorecer sus
intereses”.
Una
parte significativa de la literatura más representativa de Cataluña ha
escrito siempre en castellano. Detalle, “éxito literario”, que molesta
al nacionalista separatista entregado a negar por activa y por pasiva
otra literatura que no favorezca sus intereses, o sea: escritura
militante de Estado propio, de “libros de exaltación a la tierra,
lecciones de patriotismo nacionalista, una doctrina de andar por casa y
conquistar el cielo local que nos tienen a todos prometido si nos
portamos bien con los chamanes de la patria”.
Los últimos veinte años
están repletos de batallitas represivas del poder nacionalista con sus
ciudadanos escritores. Han ido cambiando de tono y estrategia.
Inverosímiles, muchas. Grotescas, otras. Pero cada vez son más ocultas y
afiladas. Se recordará el año en que Cataluña fue el país invitado de
honor a la Feria del Libro de Frankfurt y el mandato del Gobierno
catalán de no invitar a todo escritor catalán que escribiera en
castellano. No se presentó ninguno.
Vergüenza sonada y publicada.
Imagínese por un momento Sr. Orwell que la Republica Checa hubiera sido
el país invitado y ella negase rotundamente la presencia de Franz Kafka
en la Feria del Libro por escribir alemán en lugar de checo. Por lo que
parece, en esta Feria de Goteburgo se ha cambiado de estrategia. Y bajo
el título “Las Voces de Cataluña” resulta que hasta escribimos en
francés. No se engañen.
A
los escritores contrarios al nacionalismo nos apartan sigilosamente de
la prensa escrita, los medios públicos, las universidades y todo aquello
que pueda representar ventana de nuestra existencia. El poder político
catalán incide directamente en la distribución de puestos de trabajo
además de financiar con dinero público empresas culturales,
universidades y periódicos. El afán del gobierno independentista por
conseguir sus porciones de pastel en todas las casillas del país pequeño
nos tiene saturados.
Políticos y tertulianos separatistas, siempre los
mismos, jalean de forma mesiánica a los ciudadanos. Tienen comprada los
medios de comunicación del país, la Universidad, las instituciones de
cultura. ¿Qué más puedo decirle Sr. Orwell que usted no sepa? Los
residuos de regímenes dictatoriales dejan abono de ideologías
nacionalistas, las mismas que en su día desataron dos guerras mundiales.
Esperemos que jamás ocurra. ¿Y, mientras tanto? ¡Cuánta literatura
perdida!" (Nuria Amat, Clarín, 03/08/2015)
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