"(...) la consulta que el pasado 9 de noviembre puso en marcha la Generalitat.
Una de las condiciones para poder votar era que en el DNI del votante
apareciera el domicilio de algún ayuntamiento de Cataluña.
También valía
el certificado de empadronamiento en municipios catalanes. Sin embargo,
dada la extraoficialidad de la consulta, sus convocantes carecían de un
censo electoral en el que cotejar el DNI o los certificados de
empadronamiento, con lo cual las verificaciones quedaban en manos de la
voluntad de los responsables de mesa que custodiaban las urnas.
Los
resultados del pasado 9-N son conocidos por todos: votaron 2,3 millones
de catalanes, de los cuales 1,86 millones expresaron un “Sí” a que
Cataluña tenga su propio Estado y, al mismo tiempo, un “Sí” a la
independencia. (...)
Si nos fijamos en el reciente referéndum escocés –y dejando al margen
que allí la consulta se celebró dentro de más estrictos cánones de la
legalidad, gracias también a la postura de Londres, que permitió la
convocatoria del referéndum–, las diferencias entre el 9-N catalán y
Escocia son notables.
El mayor contraste es que en Escocia acudieron a las urnas el 84,5% del total de los residentes llamados a votar,
mientras que en Cataluña este porcentaje fue, como hemos visto, el 37%
del censo. Por ello mismo, los resultados de ambas consultas tienen una
fuerza vinculante muy dispar. Y si nos vamos más lejos, al último
referéndum sobre la independencia de Quebec (1995), la participación aún
fue mayor. Sobre el total del censo, en la región franco-canadiense
acudió a votar el 93% de la población. (...)
En todo caso, el resultado del 9-N, que fue una ocasión especialmente
favorable para los independentistas –no había alternativas realmente
excluyentes entre las dos preguntas formuladas; además, dado que no era
vinculante, no estábamos ante una votación con riesgo real–, el voto
independentista no ha llegado al 30%. Y los resultados proindependencia
han sido especialmente bajos tanto en Barcelona como en todas las áreas industriales catalanas. (...)
Y es que el resultado del 9-N ha sido, para ambas partes
–independentistas y ‘unionistas’–, un resultado de compromiso; los
independentistas han logrado un éxito más que nada escénico, mientras
que los unionistas, si quiera por la vía del laissez faire, han mantenido unos números que permiten continuar sin tomar medidas drásticas.
Por
tanto, el 9-N no zanja nada, no supone un punto y final, sino que de él
ya están emanando largos hilos argumentativos de contenido netamente
político. Si finalmente Mas se decidiese a convocar unas próximas
elecciones autonómicas, y que estas tuvieran un carácter plebiscitario,
habrá que definir –cosa que no se hizo el 9-N–; qué nivel de
participación es exigible en una votación para que el resultado de la
misma sea vinculante a la hora de decidir la independencia y cómo tiene
que ser la mayoría del “Sí” para abrazar la ruptura.
Por ejemplo, en
Escocia era una mayoría simple; la opción que sacara más votos era la
que ganaba. En Quebec, en cambio, la mayoría del “Sí” tenía que ser del
50% más uno. Recordamos que ambos referendos tuvieron participaciones
masivas. (...)" (Enrique Cocero, José Barros, El Confidencial, 14/11/2014)
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