"(...) se estaba votando —¿en serio?— sabiendo que era mentira. Se votaba y se sabía de antemano que aquello no era votar aunque fuera como si. ¿Una alucinación? Nada de eso. Como he comprobado, aquellos eran y son catalanes, mis paisanos, mis cuates, mi gente de toda la vida. Angelitos. (...)
Se disfrutaba —según los medios— del enredo del sí pero no y del no
pero sí, como si ello fuera lo más normal del mundo y jugáramos a dar
con el palo de la escoba a la olla. Y después de la juerga se henchían
(como los globos) las cifras de niños que había metido su pepaleta en la
caja mágica de donde fluían resultados voladores que todos creían, pero
que nadie, en su sano juicio, debiera tomar en serio.
Y juntos
marchaban, ¡ai bó, ai bo! tras el flautista de Hamelin que tenía la
doble cara del señor Artus Mas y del señor Oriol Junqueras. Una criatura
perfectamente sobrenatural.
No sé si me explico, pero seguro que quienes vivieron esto saben a
qué me refiero. Desde el sopor del calmante y el recuerdo sordo del
dolor se sucedían estampas de cómic, de historieta épica, eso sí. ¿El
resultado? un no resultado, el recuento no valía, las cifras se
utilizaban a conveniencia.
Una gran juerga, cierto; desde Madrid
—¡tremendo!— sobreactuaban, ¿con querellas? ¿Era un fracaso o un éxito?
El señor Mas, que debía esperar muchos menos independentistas de los que
contó, optó por el gran éxito. Y anunció que volvíamos al principio
(hace dos años): “Mi único programa es votar”.
Junqueras también volvió a
empezar: quiere proclamar mañana la independencia. Y el Gobierno Rajoy
también recomenzó lo de siempre: los catalanes no votan. Así, unos y
otros desarrollaron una no declarada campaña electoral.
Quienes sufrimos inmovilidad obligada no recibimos tales noticias en
la impasibilidad. Pocas veces he estado más atenta al caos que se
desarrollaba más allá de mi pierna rota. Pocas veces me he avergonzado
más de lo que he visto y del papel que la buena gente de esta parte del
mundo (gente de “buena voluntad” la llama el defraudador Jordi Pujol) ha
desempeñado como comparsa de una casta —sí, casta— política que ha
mangoneado los sentimientos y la disponibilidad natural de los catalanes
con una idílica (e irreal) independencia. ¿Tan poco respeto merecemos?
¿Es posible tener un gobierno autonómico cuya acción de gobierno
consiste en votaciones fantasma y en producir papeles sobre lo que llama
estructuras de Estado, todo regado con propaganda unívoca, totalizadora
y una queja constante del vecino malvado? (...)
¿Saben que aquí ya empiezan a mirar a Pablo Iglesias como “españolista”
con los ojos acusadores que ponen quienes pretenden apoderarse de lo
catalán? (...)
¿Soluciones?: cambiar democráticamente —con urnas de verdad— los
gobiernos, sustituir a Mas y a Rajoy, eliminar castas, que entre el aire
y nueva gente que rinda cuentas a quienes les voten. ¿No toca? ¿Cuánta
vergüenza nos quedará para entonces?" (
Margarita Rivière
, El País, Barcelona
18 NOV 2014)
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