20/11/14

Me he avergonzado del papel que la buena gente catalana ha desempeñado como comparsa de una casta —sí, casta— política nacionalista

"(...) se estaba votando —¿en serio?— sabiendo que era mentira. Se votaba y se sabía de antemano que aquello no era votar aunque fuera como si. ¿Una alucinación? Nada de eso. Como he comprobado, aquellos eran y son catalanes, mis paisanos, mis cuates, mi gente de toda la vida. Angelitos. (...)

Se disfrutaba —según los medios— del enredo del sí pero no y del no pero sí, como si ello fuera lo más normal del mundo y jugáramos a dar con el palo de la escoba a la olla. Y después de la juerga se henchían (como los globos) las cifras de niños que había metido su pepaleta en la caja mágica de donde fluían resultados voladores que todos creían, pero que nadie, en su sano juicio, debiera tomar en serio. 

Y juntos marchaban, ¡ai bó, ai bo! tras el flautista de Hamelin que tenía la doble cara del señor Artus Mas y del señor Oriol Junqueras. Una criatura perfectamente sobrenatural.

No sé si me explico, pero seguro que quienes vivieron esto saben a qué me refiero. Desde el sopor del calmante y el recuerdo sordo del dolor se sucedían estampas de cómic, de historieta épica, eso sí. ¿El resultado? un no resultado, el recuento no valía, las cifras se utilizaban a conveniencia. 

Una gran juerga, cierto; desde Madrid —¡tremendo!— sobreactuaban, ¿con querellas? ¿Era un fracaso o un éxito? El señor Mas, que debía esperar muchos menos independentistas de los que contó, optó por el gran éxito. Y anunció que volvíamos al principio (hace dos años): “Mi único programa es votar”.

 Junqueras también volvió a empezar: quiere proclamar mañana la independencia. Y el Gobierno Rajoy también recomenzó lo de siempre: los catalanes no votan. Así, unos y otros desarrollaron una no declarada campaña electoral.

Quienes sufrimos inmovilidad obligada no recibimos tales noticias en la impasibilidad. Pocas veces he estado más atenta al caos que se desarrollaba más allá de mi pierna rota. Pocas veces me he avergonzado más de lo que he visto y del papel que la buena gente de esta parte del mundo (gente de “buena voluntad” la llama el defraudador Jordi Pujol) ha desempeñado como comparsa de una casta —sí, casta— política que ha mangoneado los sentimientos y la disponibilidad natural de los catalanes con una idílica (e irreal) independencia. ¿Tan poco respeto merecemos?

¿Es posible tener un gobierno autonómico cuya acción de gobierno consiste en votaciones fantasma y en producir papeles sobre lo que llama estructuras de Estado, todo regado con propaganda unívoca, totalizadora y una queja constante del vecino malvado?  (...)

¿Saben que aquí ya empiezan a mirar a Pablo Iglesias como “españolista” con los ojos acusadores que ponen quienes pretenden apoderarse de lo catalán?  (...)

¿Soluciones?: cambiar democráticamente —con urnas de verdad— los gobiernos, sustituir a Mas y a Rajoy, eliminar castas, que entre el aire y nueva gente que rinda cuentas a quienes les voten. ¿No toca? ¿Cuánta vergüenza nos quedará para entonces?"          (   , El País, Barcelona 18 NOV 2014)

No hay comentarios: