"(...) La
izquierda del estado tiene que abordar de forma ofensiva y creativa la
construcción de una identidad compartida: es una tarea política antes
que exclusivamente cultural.
Esta identidad sólo puede ser plural,
republicana y solidaria, no hay espacio político para crear una
"identidad confederal" que no acabe reforzando al nacionalismo, de hecho
lo que tenemos ahora es muy parecido a dicha "identidad confederal" lo
cual explica el apoyo del que goza entre muchos círculos del
nacionalismo, también del nacionalismo burgués.
La construcción de una
identidad compartida tiene que transcurrir por el canal de la razón, de
la ilustración y de las tradiciones empancipatorias de toda humanidad
por las que han luchado y que han compartido muchos hombres y mujeres de
todos los territorios del Estado.
Si estas no se implantan en la
sociedad y en las escuelas, será imposible construir un espacio
territorial compartido de solidaridad y complicidad entre todas las
nacionalidades. Esto no es sinónimo de uniformización pero tampoco tiene
mucho que ver con una simple refundación republicanca del actual
proyecto confederal en temas identitarios con algunos retoques
económicos y administrativos. (...)
un relato histórico compartido coherente con las tradiciones emancipatorias y humanistas creadas y vividas colectivamente por todos los pueblos de la República (...)
Hay que escribir entre todos una (nueva) historia basada en las tradiciones humanistas, heterodoxas, solidarias y universalistas. Estas tienen que ser creadas, pero también defendidas y difundidas por todos.
El grueso
de estas tradiciones ha nacido y evolucionado de forma compartida en
muchos territorios a la vez, una evidencia que resulta incómoda para los
relatos nacionales al norte y al sur del Ebro. Muchas de estas
tradiciones son hoy casi completamente desconocidas por los jóvenes
nacidos y crecidos en el actual espacio de identidad confederalizada, lo
cual demuestra su difícil encaje, incluso en el nacionalismo más
progresista.
Las luchas de la transición en todo el territorio, la segunda experiencia republicana y su defensa compartida, la cultura del trabajo y la vida cotidiana, el regeneracionismo cultural del siglo XIX y su descubrimiento simultáneo de todas las lenguas y dialécticos, de todas las tradiciones populares y de todos los
espacios naturales, el liberalismo progresista del siglo XIX, las
pluralidad religiosa y el comunitarismo democrático medievales que
también afectó a muchas ciudades castellanas, son sólo algunas de
ellas.
No es posible crear nada en este sentido poniendo al mismo nivel
a los defensores y los destructores de la democracia, a los que han
defendido la heterodoxia religiosa y los que la han destruido, a los que
viven del trabajo y los que viven de la propiedad, a los que
reivindican estas tradiciones y a los que las ignoran, tergiversan y
destruyen.
Esta equiparación es la que ha bloqueado la construcción de
una identidad democrática compartida a partir de 1978. El contenido
republicano de dicha identidad parece una garantía imprescindible para
que pueda salir adelante. (...)
esto es un llamamiento y una invitación. Una invitación a tomarse en
serio la identidad para evitar que la razón acabe sucumbiendo a ella. Y
un llamamiento a construir un Estado democrático basado en una
identidad plural y compartida. Si es verdad que la historia no ha tocado
a su fin como pretendía el neoliberalismo, todos quedamos invitados a
actuar en consecuencia. (...)" (
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