17/11/14

Hay que escribir entre todos una (nueva) historia basada en las tradiciones humanistas, heterodoxas, solidarias y universalistas... hoy casi completamente desconocidas

"(...) La izquierda del estado tiene que abordar de forma  ofensiva y creativa la construcción de una identidad compartida: es una tarea política antes que exclusivamente cultural.

 Esta identidad sólo puede ser plural, republicana y solidaria, no hay espacio político para crear una "identidad confederal" que no acabe reforzando al nacionalismo, de hecho lo que tenemos ahora es muy parecido a dicha "identidad confederal" lo cual explica el apoyo del que goza entre muchos círculos del nacionalismo, también del nacionalismo burgués.

 La construcción de una identidad compartida tiene que  transcurrir por el canal de la razón, de la ilustración y de las tradiciones empancipatorias de toda humanidad por las que han luchado y que han compartido muchos hombres y mujeres de todos los territorios del Estado. 

Si estas no se implantan en la sociedad y en las escuelas, será imposible construir un espacio territorial compartido de solidaridad y complicidad entre todas las nacionalidades. Esto no es sinónimo de uniformización pero tampoco tiene mucho que ver con una simple refundación republicanca del actual proyecto confederal en temas identitarios con algunos retoques económicos y administrativos.   (...) 

un relato histórico compartido coherente con las tradiciones emancipatorias y humanistas creadas y vividas colectivamente por todos los pueblos de la República  (...)

Hay que escribir entre todos una (nueva) historia basada en  las tradiciones humanistas, heterodoxas, solidarias y universalistas. Estas tienen que ser creadas, pero también defendidas y difundidas por todos. 

El grueso de estas tradiciones ha nacido y evolucionado de forma compartida en muchos territorios a la vez, una evidencia que resulta incómoda para los relatos nacionales al norte y al sur del Ebro. Muchas de estas tradiciones son hoy casi completamente desconocidas por los jóvenes nacidos y crecidos en el actual espacio de identidad confederalizada, lo cual demuestra su difícil  encaje, incluso en el nacionalismo más progresista. 

 Las luchas de la transición en todo el territorio, la segunda experiencia republicana y su defensa compartida, la cultura del trabajo y la vida cotidiana, el regeneracionismo cultural del siglo XIX y su descubrimiento simultáneo de todas las lenguas y dialécticos, de todas las tradiciones populares y de todos los espacios naturales, el liberalismo progresista del siglo XIX, las pluralidad religiosa y el comunitarismo democrático medievales que también afectó a muchas ciudades castellanas, son sólo algunas de ellas.

 No es posible crear nada en este sentido poniendo al mismo nivel a los defensores y los destructores de la democracia, a los que han defendido la heterodoxia religiosa y los que la han destruido, a los que viven del trabajo y los que viven de la propiedad, a los que reivindican estas tradiciones y a los que las ignoran, tergiversan y destruyen. 

Esta equiparación es la que ha bloqueado la construcción  de una identidad democrática compartida a partir de 1978. El contenido republicano de dicha identidad parece una garantía imprescindible para que pueda salir adelante.  (...)

esto  es un llamamiento y una invitación. Una invitación a tomarse en serio la identidad para evitar que la razón acabe  sucumbiendo a ella. Y un llamamiento a construir un Estado democrático basado en una identidad plural y compartida. Si es verdad que la historia no ha tocado a su fin como pretendía el neoliberalismo, todos quedamos invitados a actuar en consecuencia. (...)"               (

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