"(...) Aquí no estamos ante un problema de democracia sino ante una lucha
descarnada por una nueva redistribución del poder.
Y esa lucha se ha
planteado en el terreno de la cuestión nacional porque es ahí donde una
facción consideraba que tenía todas las de ganar, al tiempo que le
permitía colocar en un segundo plano las políticas de desmantelamiento
de lo público que venía impulsando desde 2010 y que estaban generando
una considerable contestación social.
Como por ensalmo, las grandes
movilizaciones contra los recortes de 2010-2012 prácticamente
desaparecieron a partir del momento en que el proceso pasó a ocuparlo
todo. Contrástese la movilización por cuestiones sociales en Cataluña
con la que viene dándose, por ejemplo, en Madrid (capaz de paralizar un
potente proceso de privatización de la sanidad pública) y se entenderá
lo que quiero decir.
Que el neoliberalismo de Convergència y el nacionalpopulismo de
Esquerra hayan jugado a eso tiene toda la lógica del mundo. Que se haya
sumado (críticamente) cierta izquierda es algo que escapa a la
comprensión de quienes entendemos que las dinámicas de clase son las que
realmente están en la base de los conflictos sociales, sin que ello
implique ignorar, por supuesto, la importancia de los factores
ideológicos y culturales o la de las identidades de todo tipo.
Una parte
de la izquierda catalana ha asumido acríticamente el lenguaje del
nacionalismo (derecho a decidir), que es ajeno a su tradición. Ese es el
primer escalón de la derrota política.
El segundo escalón se sube cuando esa izquierda pone sus siglas —y,
por tanto, la legitimidad democrática ganada en décadas de lucha— al
servicio de una movilización cuyos objetivos no mencionan nada que
apunte a la igualdad social, que es, junto con la libertad, la base de
cualquier proyecto que se reivindique de la izquierda.
El tercer
escalón, el de la derrota definitiva, se alcanza cuando es precisamente
el apoyo de la izquierda el que permite el éxito de un proceso liderado
por la derecha; éxito que transforma ese liderazgo en hegemonía.
Desde la izquierda (teóricamente no nacionalista) comprometida con el
proceso se ponen sobre la mesa dos argumentos para justificar su
posición: que estamos ante una movilización de abajo arriba, y que esta
es la ocasión para desencandenar un proceso constituyente no solo en
Cataluña sino también en España.
La primera afirmación vuelve a comprar un eslogan de los
nacionalistas. Que la movilización independentista tiene causas de fondo
y amplio apoyo popular es innegable; que sea espontánea y sean las
bases las que impulsan a las elites políticas no aguanta el más mínimo
análisis.
Quítesele a las movilizaciones de los dos últimos 11 de
septiembre el apoyo logístico de partidos e instituciones y la
abrumadora propaganda política de los medios públicos (y gran parte de
los privados subvencionados) y ya veríamos de lo que estamos hablando.
El otro argumento resulta más triste. El proceso de independencia que
oculta la cortina del derecho a decidir, más que inaugurar procesos
constituyentes, rompe la solidaridad entre las clases populares de
Cataluña y el resto de España, y divide profundamente a las clases
populares catalanas (hágase un pequeño ejercicio de geografía recreativa
y véase dónde cuelgan y dónde no esteladas en cantidades
significativas). (...)
Lástima que donde antes atronaba la razón, sea ahora la nación en
marcha la que nos anuncie el fin de la opresión. Me da que no es lo
mismo." (
Francisco Morente Valero
, El País, 6 SEP 2014)
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