"¿Los estaban echando? Eso era lo que pretendía aquella
pancarta —la comitiva ya se había puesto en marcha y el coche del
presidente salía con lentitud del parque de la Ciudadela— que decía
“1714 Felipe V 1939 Franco 1984 Felipe González”.
De eso se trataba: que se sintieran a punto de ser desahuciados. Todo lo que el PSC hizo, todo lo que Obiols hizo a partir de aquella tarde no tuvo otro fin que poner las bases de conducta necesarias para que se produjera, cuanto antes, y no importaba en qué condiciones humillantes, el reingreso en la congregación.
De eso se trataba: que se sintieran a punto de ser desahuciados. Todo lo que el PSC hizo, todo lo que Obiols hizo a partir de aquella tarde no tuvo otro fin que poner las bases de conducta necesarias para que se produjera, cuanto antes, y no importaba en qué condiciones humillantes, el reingreso en la congregación.
Escribo doce años después de aquello. Sólo
ahora, después de tanto tiempo, los socialistas catalanes levantan la
cabeza. No ha sido su mérito. Levantar cabeza no ha sido fruto de su
trabajo político, de una corrección de su análisis de la sociedad
catalana y de sus estrategias. Levantan la cabeza porque el pujolismo en
su práctica sodomítica los ha dejado a un lado y se ha liado —sin uno
solo de los complejos que ellos tuvieron— con el auténtico diablo.
Los
miro estos días con ternura: avanzan muy poquito a poco, los
socialistas: husmean el aire, desconfiados: piensan para sus adentros
que ya nadie va a poderles llamar traidores nunca más, aunque no se
atrevan todavía a exponerlo en voz alta.
Doce años de vía crucis para
darse cuenta que aquella tarde de Banca Catalana los llamaron traidores
como podrían haberles llamado cualquier otra cosa. Doce años para saber
que se lo habían tomado muy a pecho. Tan sensibles, tan buena gente.
La tarde de Banca Catalana fue la primera vez que los llamaron una vez y otra vez traidores. Toda la tarde y muchas otras tardes estuvieron llamándoles traidores. Sabían dónde dar quienes así los llamaban: golpeaban en su memoria antifranquista, en ese lugar sentimental donde se fundían las imágenes de la República, el fusilamiento de Companys —Cambó había muerto de viejo y en un exilio bien mantenido—, la reanudación democrática cosida a la reanudación de la autonomía. (...)
La tarde de Banca Catalana fue la primera vez que los llamaron una vez y otra vez traidores. Toda la tarde y muchas otras tardes estuvieron llamándoles traidores. Sabían dónde dar quienes así los llamaban: golpeaban en su memoria antifranquista, en ese lugar sentimental donde se fundían las imágenes de la República, el fusilamiento de Companys —Cambó había muerto de viejo y en un exilio bien mantenido—, la reanudación democrática cosida a la reanudación de la autonomía. (...)
Ahora estaban a punto de perder la condición patriótica, su lugar en el
mundo. Se dejaron impresionar con muchísima facilidad. Traidores les
llamaron cuatro, poderosos si se quiere, gobernantes si se quiere. Pero
cuatro.
Los primeros que confundieron a Pujol con Cataluña fueron los socialistas de Cataluña. Se trató de una gran desgracia para todos. El PSC se sometió a lo dictado por las cien mil personas —no hubo más— que orillaban el camino de Jordi Pujol desde el Parlament hasta la plaza de Sant Jaume: había otro pueblo fuera de allí. (...)
Los primeros que confundieron a Pujol con Cataluña fueron los socialistas de Cataluña. Se trató de una gran desgracia para todos. El PSC se sometió a lo dictado por las cien mil personas —no hubo más— que orillaban el camino de Jordi Pujol desde el Parlament hasta la plaza de Sant Jaume: había otro pueblo fuera de allí. (...)
Nunca se dirigieron a ese pueblo y a otros muchos pueblos ausentes
aquella tarde y todos esos pueblos consideraron justo no dirigirse
tampoco al PSC. Aquella tarde los socialistas inauguraron en Cataluña
una nítida manera de hacer las cosas en la política: tratar de ponerse
delante de las masas, dijeran éstas lo que dijeran, aunque lo que
dijeran fuera contra el estilo y contra las convicciones propias.
Encima: ni eran masas ni ellos consiguieron en modo alguno ponerse por
delante. (...)" (Arcadi Espada, «Contra Catalunya», 1997)
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