23/7/14

La burguesía catalana fue parte integrante del terror fascista, no víctima, como la manipulación pretende hacer creer.

"(...) Ya que estamos hablando de trabajadores catalanes, de la clase obrera catalana y de sus opiniones y finalidades, no estará de más recoger algún testimonio directo. Por ejemplo el de Ubaldo Plaza Requena, un trabajador que nació en Guadix (Granada) en 1945, y que a los nueve años emigró a Terrassa (Barcelona) con sus padres. 

Un ciudadano que vive y ha trabajado en Catalunya, un catalán por tanto (según la clásica definición del PSUC que, desde luego, habría que poner al día). Trabajó en el monte haciendo carbón hasta los 17 años; a los 16, enero de 1961, ingresó en el PSUC, el partido hermano del Partido Comunista (PCE-PSUC, un gajo de la misma naranja) y emprendió la lucha clandestina contra el franquismo. Militó hasta 1983, 22 años, cuando dejó la militancia por discrepancias con la dirección del PSUC. 

Una selección de sus comentarios (que, por supuesto, no hay que suscribir en su totalidad). El texto completo puede verse en [1]:


“La burguesía catalana fue la inventora del pistolerismo en los años 20, que hacía matar a los dirigentes obreros que osaban pedir mejores condiciones de vida. Para lo cual contó sin ningún tipo de escrúpulos con el gobierno de España, a la sazón el gobierno de la monarquía de Alfonso XIII, abuelo del actual jefe de Estado.

 El gobierno de la monarquía encargó tan provechoso cometido para esa burguesía, a un personaje de triste memoria, llamado Martínez Anido, que puso en marcha lo que se conocía como ley de fugas, es decir el asesinato de los detenidos a los que se les dejaba en libertad, para inmediatamente ser asesinados por unos sicarios a las órdenes de Martínez Anido, sin que tuvieran que verse obligados a hacerse cargo de juicio alguno, ni siquiera una parodia de juicio.

 Todo esto en beneficio de esa burguesía, de modos suaves en apariencia que, como tantas veces, se apoyaría en lo más negro de la reacción de la España obscura para reprimir a “sus” trabajadores, cuando éstos exigían mejores condiciones de vida. 


Recordemos que cuando los trabajadores catalanes llevaban a cabo una huelga muy dura, fueron sus compañeros madrileños los que se solidarizaron con ellos, saliendo a la calle al grito de “solidaridad con nuestros compañeros catalanes”. Y “Soltar vuestras sucias manos de los trabajadores catalanes”.

 Ningún problema tuvo aquella burguesía en pedir siempre que la necesitó ayuda al gobierno de “Madrit”, si de lo que se trataba era de que sus intereses estuvieran bien guardados, y reprimiera a “sus” trabajadores que podían limitar, aunque fuera poco, sus pingües beneficios sacados de la brutal explotación.


La burguesía catalana, llegado el momento, apoyó sin fisuras el golpe de Estado de Franco, sus banqueros y su Iglesia, con toda su influencia y dinero. Muchos de sus componente se fueron a Burgos para darle aliento y apoyar al golpista, con cuyas tropas entrarían para hacerse cargo de todos los resortes del poder, ataviados de uniformes falangistas, y dispuestos a “poner orden”, que ya sabemos en qué consistió ese orden fascista. 

Y renombrados miembros de esa burguesía, como explica Esther Tusquets en sus libros, conocidos por todos por su trayectoria franquista, salieron a la calle brazo en alto saludando al “salvador” de sus intereses, dándole la bienvenida y poniéndose a su entera disposición, para la represión incluida. 


Esa burguesía ocupó la parte del Estado franquista que la administración necesitaba, siguiendo al pie de la letra la ideología del nuevo régimen, expulsión de la lengua y la cultura catalanas incluidas; llegando al extremo de que, para congraciarse con el dictador dejaron hasta de hablar catalán en sus casas, educando a sus cachorros en el amor a la patria… española, naturalmente. Y poniendo el retrato del dictador en lugares visibles, mostrándose orgullosos enseñándolo a sus visitas de cierto relumbre.


[…] La burguesía catalana, que es maestra en crear mitologías y en reinventar la Historia para amoldarla a sus intereses, fue parte integrante del terror fascista, no víctima, como la manipulación pretende hacer creer. 

Y no es que dejara hacer por temor, es que era parte fundamental del régimen del 18 de julio instalado en toda España al que ayudaron a traer. La burguesía nutrían los cargos en los ayuntamientos, los gobiernos civiles, y todo cuanto fue necesario, incluidos centros culturales, que naturalmente eran controlados para que nada se escapara al control del régimen.

 Eran los jefes de Falange. No fue necesario que vinieran “tropas de ocupación” como han dicho después, y le han enseñado a repetir a varias generaciones de jóvenes, para que cuajara el discurso final que esa derecha nacionalista necesita para defender sus negocios, como antes repetía para defender el franquismo.

 Porque, aunque hoy esa burguesía ha pasado un tupido velo, gracias a la colaboración de estómagos agradecidos, de muchos charnegos acomplejados, sí han inventado sorprendentes historias. 


Ahí están todavía las hemerotecas que dan fe de quiénes dirigían Cataluña, con nombres y apellidos. Tanto es así, que se deshacían en elogios cuando el dictador les hacía el favor de visitar Cataluña, perdiendo el culo para ver quién de ellos era el primero en nombrarlo “alcalde honorífico”, de sus ayuntamientos, y en aparecer fotografiados junto al dictador donde, es ocioso decirlo, todo lo oficial se hacía en castellano, sin que tal cosa les preocupara lo más mínimo. Igual que ahora, pero al revés. 

No se opusieron ni reivindicaron el derecho a la cultura catalana frente al dictador. En todo caso pesó más sus negocios que sus escrúpulos. No hubo un solo gobierno que no estuviera compuesto por notorios ministros catalanes de las clases dominante.


La dictadura fue muy larga para los trabajadores que la sufrían por toda partes; por el hambre, la miseria y la represión. No lo fue para la burguesía que estaba muy bien provista y tenía libertad, la libertad de los ganadores de la guerra, exactamente igual que los caciques de otros lugares de España. 

Naturalmente, como en todo, siempre hay honrosas excepciones particulares, dignas de ser tenidas en cuenta. Pero fueron eso, excepciones que confirmaban la regla. Y muchos de éstos, tuvieron que vivir en el silencio, y en el mejor de los casos en un exilio interior.

 Exactamente igual que lo tuvieron que hacer algunos de aquellos intelectuales de otros lugares de España que, sin ser izquierdistas ni nada que se le parezca, consideraban que aquel régimen brutal y terrorífico, que no admitía nada que no fuera sus directrices ideológicas, y que era enemigo de la cultura, no era el suyo. A veces por razones muy diversas. 


[…] Aquella burguesía, con sus avales de demócratas pudieron cabalgar hasta la muerte del dictador como defensores de la democracia (hay que decir que algunos se mantuvieron firmes hasta mucho después, siendo fascistas, que luego engrosarían las listas de los más granado de las organizaciones políticas del nacionalismo, ahora furibundos nacionalistas catalanes).

 Aquellos nuevos “demócratas” con salvoconducto y avales de los dirigentes de la izquierda, naturalmente iban a lo suyo. Y como lo cortés no quita lo valiente, cuando no estaban reunidos haciendo política, estaban dedicados a su negocios. Y si en estos había algún conflicto provocado por los “insaciables obreros” que pedían mejores condiciones de vida, sabían perfectamente disociar sus devaneos y puestas en escena como “luchadores por la democracia”, de sus empresas. Y si era necesario ¡faltaría!, llamaban a la guardia civil o a la policía para que interviniera “para solventar el conflicto, por intolerable”.

 Eso no les disminuía ni en lo más mínimo “su fe democrática”, a los ojos de algunos dirigentes políticos y sindicales, que ya habían vislumbrado el futuro, como pitonisas por rastrojos, observando lo amables y educados que eran algunos de aquellos millonarios que aceptaban que pisaran sus caras alfombras, y hasta se dejaran tutear, en un no va más de igualdad y campechanería. Una maravilla de integración social. (...)"         (Ubaldo Plaza,. La Chispa, 03/03/2014, en Salvador López Arnal, Rebelión, 22/07/2014)

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