"(...) Ya que estamos hablando de trabajadores catalanes, de la clase obrera
catalana y de sus opiniones y finalidades, no estará de más recoger
algún testimonio directo. Por ejemplo el de Ubaldo Plaza Requena, un
trabajador que nació en Guadix (Granada) en 1945, y que a los nueve años
emigró a Terrassa (Barcelona) con sus padres.
Un ciudadano que vive y
ha trabajado en Catalunya, un catalán por tanto (según la clásica
definición del PSUC que, desde luego, habría que poner al día). Trabajó
en el monte haciendo carbón hasta los 17 años; a los 16, enero de 1961,
ingresó en el PSUC, el partido hermano del Partido Comunista (PCE-PSUC,
un gajo de la misma naranja) y emprendió la lucha clandestina contra el
franquismo. Militó hasta 1983, 22 años, cuando dejó la militancia por
discrepancias con la dirección del PSUC.
Una selección de sus
comentarios (que, por supuesto, no hay que suscribir en su totalidad).
El texto completo puede verse en [1]:
“La burguesía catalana fue la inventora del pistolerismo
en los años 20, que hacía matar a los dirigentes obreros que osaban
pedir mejores condiciones de vida. Para lo cual contó sin ningún tipo de
escrúpulos con el gobierno de España, a la sazón el gobierno de la
monarquía de Alfonso XIII, abuelo del actual jefe de Estado.
El gobierno
de la monarquía encargó tan provechoso cometido para esa burguesía, a
un personaje de triste memoria, llamado Martínez Anido, que puso en
marcha lo que se conocía como ley de fugas, es decir el asesinato
de los detenidos a los que se les dejaba en libertad, para
inmediatamente ser asesinados por unos sicarios a las órdenes de
Martínez Anido, sin que tuvieran que verse obligados a hacerse cargo de
juicio alguno, ni siquiera una parodia de juicio.
Todo esto en beneficio
de esa burguesía, de modos suaves en apariencia que, como tantas veces,
se apoyaría en lo más negro de la reacción de la España obscura para
reprimir a “sus” trabajadores, cuando éstos exigían mejores condiciones
de vida.
Recordemos que cuando los trabajadores catalanes
llevaban a cabo una huelga muy dura, fueron sus compañeros madrileños
los que se solidarizaron con ellos, saliendo a la calle al grito de
“solidaridad con nuestros compañeros catalanes”. Y “Soltar vuestras
sucias manos de los trabajadores catalanes”.
Ningún problema tuvo
aquella burguesía en pedir siempre que la necesitó ayuda al gobierno de
“Madrit”, si de lo que se trataba era de que sus intereses estuvieran
bien guardados, y reprimiera a “sus” trabajadores que podían limitar,
aunque fuera poco, sus pingües beneficios sacados de la brutal
explotación.
La burguesía catalana, llegado el momento, apoyó sin
fisuras el golpe de Estado de Franco, sus banqueros y su Iglesia, con
toda su influencia y dinero. Muchos de sus componente se fueron a Burgos
para darle aliento y apoyar al golpista, con cuyas tropas entrarían
para hacerse cargo de todos los resortes del poder, ataviados de
uniformes falangistas, y dispuestos a “poner orden”, que ya sabemos en
qué consistió ese orden fascista.
Y renombrados miembros de esa
burguesía, como explica Esther Tusquets en sus libros, conocidos por
todos por su trayectoria franquista, salieron a la calle brazo en alto
saludando al “salvador” de sus intereses, dándole la bienvenida y
poniéndose a su entera disposición, para la represión incluida.
Esa
burguesía ocupó la parte del Estado franquista que la administración
necesitaba, siguiendo al pie de la letra la ideología del nuevo régimen,
expulsión de la lengua y la cultura catalanas incluidas; llegando al
extremo de que, para congraciarse con el dictador dejaron hasta de
hablar catalán en sus casas, educando a sus cachorros en el amor a la
patria… española, naturalmente. Y poniendo el retrato del dictador en
lugares visibles, mostrándose orgullosos enseñándolo a sus visitas de
cierto relumbre.
[…] La burguesía catalana, que es maestra en
crear mitologías y en reinventar la Historia para amoldarla a sus
intereses, fue parte integrante del terror fascista, no víctima, como la
manipulación pretende hacer creer.
Y no es que dejara hacer por temor,
es que era parte fundamental del régimen del 18 de julio instalado en
toda España al que ayudaron a traer. La burguesía nutrían los cargos en
los ayuntamientos, los gobiernos civiles, y todo cuanto fue necesario,
incluidos centros culturales, que naturalmente eran controlados para que
nada se escapara al control del régimen.
Eran los jefes de Falange. No
fue necesario que vinieran “tropas de ocupación” como han dicho después,
y le han enseñado a repetir a varias generaciones de jóvenes, para que
cuajara el discurso final que esa derecha nacionalista necesita para
defender sus negocios, como antes repetía para defender el franquismo.
Porque, aunque hoy esa burguesía ha pasado un tupido velo, gracias a la
colaboración de estómagos agradecidos, de muchos charnegos acomplejados, sí han inventado sorprendentes historias.
Ahí
están todavía las hemerotecas que dan fe de quiénes dirigían Cataluña,
con nombres y apellidos. Tanto es así, que se deshacían en elogios
cuando el dictador les hacía el favor de visitar Cataluña, perdiendo el
culo para ver quién de ellos era el primero en nombrarlo “alcalde
honorífico”, de sus ayuntamientos, y en aparecer fotografiados junto al
dictador donde, es ocioso decirlo, todo lo oficial se hacía en
castellano, sin que tal cosa les preocupara lo más mínimo. Igual que
ahora, pero al revés.
No se opusieron ni reivindicaron el derecho a la
cultura catalana frente al dictador. En todo caso pesó más sus negocios
que sus escrúpulos. No hubo un solo gobierno que no estuviera compuesto
por notorios ministros catalanes de las clases dominante.
La
dictadura fue muy larga para los trabajadores que la sufrían por toda
partes; por el hambre, la miseria y la represión. No lo fue para la
burguesía que estaba muy bien provista y tenía libertad, la libertad de
los ganadores de la guerra, exactamente igual que los caciques de otros
lugares de España.
Naturalmente, como en todo, siempre hay honrosas
excepciones particulares, dignas de ser tenidas en cuenta. Pero fueron
eso, excepciones que confirmaban la regla. Y muchos de éstos, tuvieron
que vivir en el silencio, y en el mejor de los casos en un exilio
interior.
Exactamente igual que lo tuvieron que hacer algunos de
aquellos intelectuales de otros lugares de España que, sin ser
izquierdistas ni nada que se le parezca, consideraban que aquel régimen
brutal y terrorífico, que no admitía nada que no fuera sus directrices
ideológicas, y que era enemigo de la cultura, no era el suyo. A veces
por razones muy diversas.
[…] Aquella burguesía, con sus avales
de demócratas pudieron cabalgar hasta la muerte del dictador como
defensores de la democracia (hay que decir que algunos se mantuvieron
firmes hasta mucho después, siendo fascistas, que luego engrosarían las
listas de los más granado de las organizaciones políticas del
nacionalismo, ahora furibundos nacionalistas catalanes).
Aquellos nuevos
“demócratas” con salvoconducto y avales de los dirigentes de la
izquierda, naturalmente iban a lo suyo. Y como lo cortés no quita lo
valiente, cuando no estaban reunidos haciendo política, estaban
dedicados a su negocios. Y si en estos había algún conflicto provocado
por los “insaciables obreros” que pedían mejores condiciones de vida,
sabían perfectamente disociar sus devaneos y puestas en escena como
“luchadores por la democracia”, de sus empresas. Y si era necesario
¡faltaría!, llamaban a la guardia civil o a la policía para que
interviniera “para solventar el conflicto, por intolerable”.
Eso no les
disminuía ni en lo más mínimo “su fe democrática”, a los ojos de algunos
dirigentes políticos y sindicales, que ya habían vislumbrado el futuro,
como pitonisas por rastrojos, observando lo amables y educados que eran
algunos de aquellos millonarios que aceptaban que pisaran sus caras
alfombras, y hasta se dejaran tutear, en un no va más de igualdad y
campechanería. Una maravilla de integración social. (...)" (Ubaldo Plaza,. La Chispa, 03/03/2014, en Salvador López Arnal, Rebelión, 22/07/2014)
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