"(...) En efecto, por lo menos desde 1980, durante el primer Gobierno de Pujol,
comenzó lo que suele denominarse “proceso de construcción nacional”,
una inteligente obra de ingeniería social cuyo objetivo ha sido el de
transformar la mentalidad de la sociedad catalana con la finalidad de
que sus ciudadanos se convenzan de que forman parte de una nación
cultural, con una identidad colectiva muy distinta al resto de España,
que solo podrá sobrevivir como tal nación si dispone de un Estado
independiente.(...)
¿Cuáles han sido, a mi parecer, las principales líneas estratégicas de esta construcción nacional?
En primer lugar, considerar desde sus inicios que la autonomía era
manifiestamente escasa para las aspiraciones catalanas. A pesar de que
la Generalitat ha dispuesto siempre de un gran poder político, como han
reconocido todos los especialistas en sistemas federales, las muestras
de insatisfacción han sido constantes. (...)
Por este motivo, la Generalitat se dotó desde el primer momento de
instituciones más propias de un Estado que de una comunidad autónoma. (...)
En segundo lugar, desde la Generalitat, a través de sus instrumentos de
agitación y propaganda, se ha intentado dividir a los ciudadanos en
catalanistas y españolistas, dando legitimidad política, social y
cultural solo a los primeros. No ha sido una cuestión de lengua sino de
ideología.
El nacionalismo catalán se fue convirtiendo rápidamente en la
única ideología legítima y obligatoriamente transversal. No importaba
ser de derechas, de izquierdas o de centro, mientras no se saliera de
los límites fijados por quienes determinaban lo nacionalmente correcto.
En lo demás se podía discrepar, en eso no. Además, o eras nacionalista
catalán o nacionalista español: la razonable alternativa de no ser
nacionalista de ningún tipo, es decir, de ser no-nacionalista, algo tan
común y civilizado en los países de nuestro entorno, era considerada
como un mero subterfugio para encubrir que eras nacionalista español. (...)
En tercer lugar, se fue reescribiendo la historia hasta alcanzar un
modelo adecuado a la nación soñada. En efecto, todo proceso de
construcción nacional necesita una historia oficial única que fije los
orígenes y el devenir de la nación, haciendo que esta, aunque cambiante
en lo superficial, resulte inalterable en lo esencial, en las cuestiones
de fondo. De ahí deben surgir la legitimidad histórica y el carácter
nacional.
Viejos maestros como Vicens Vives y Pierre Vilar, aunque su
autoridad se invoque continuamente con todo el cinismo, han sido
arrinconados incluso por sus discípulos más directos, para dar paso de
nuevo a una historia romántica de Cataluña más basada en el sentimiento
nacional que en los datos comprobables.
El actual espectáculo de un 1714
imaginario, considerando esta fecha como el final de un inexistente
Estado catalán independiente, es bien revelador. España contra Cataluña
(1714-2014), título de un reciente congreso, no se sabe si mueve a risa o
a pena.
En cuarto lugar, desde sus comienzos, la Generalitat ha ejercido un
estrecho control sobre la sociedad civil a través, primero, de su
influencia en las asociaciones y fundaciones, colegios profesionales y
centros de enseñanza; y, segundo, por la supeditación de los medios de
comunicación públicos y el predominio sobre muchos medios privados.
En
este vasto campo, Jordi Pujol fue un auténtico maestro, conocía Cataluña
palmo a palmo y no dudaba en premiar o castigar, nombrar o destituir,
subvencionar o dejar en la miseria, dar permisos y concesiones o
negarlas, a quienes estaban de su lado o en el lado contrario.
En
Cataluña ha habido unas redes clientelares y un sutil maccarthysmo que han inspirado miedo para así comprar y vender voluntades.
Estos son algunos de los principales elementos que, durante 35 años,
han creado el caldo de cultivo que nos ha conducido a la situación
actual. (...)" (EL PAÍS 05/05/14, FRANCESC DE CARRERAS, en Fundación para la Libertad)
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