"Cuando en un país se alían el simplismo teórico y el interés político
más sectario, los resultados son nefastos. En el nuestro los
nacionalistas llevan tiempo envenenando las conciencias con la cantinela
de que tanto los presos etarras y sus familiares como los familiares de
sus víctimas están sufriendo mucho.
Que ese dolor al parecer
equiparable basta para igualarles en sus presuntos derechos a ellos y a
sus respectivas reivindicaciones. Y que la paz pública sólo vendrá de
respetar por igual tales sufrimientos.
1. Creo que sólo unos ignorantes o unos desalmados pueden predicar
este igualitarismo. Pues hay un rasgo evidente –y ruboriza tener que
recordarlo– que distingue radicalmente a esos pesares. Quienes purgan
sus crímenes en prisión están vivos y quienes fueron sus víctimas ya no
están en este mundo desde su asesinato.
Los allegados a los primeros,
por mucho que les duela su ausencia, pueden visitarles y aguardar su
vuelta al final de su condena. Los familiares de los asesinados ya no
pueden hablar con ellos ni esperar nada de ellos, salvo (si son
creyentes) reencontrarles en el cielo.
No existe equiparación posible
entre ambas situaciones penosas; su mera comparación ya es otro
repugnante agravio a las víctimas. Por cruel que sea la vida carcelaria,
¿lo será tanto como aquellas muertes que ellos administraron? (...)
3. Más aún: cuando el daño ha sido público y cometido por razones
públicas, esa necesidad de justificación no es un problema privado, sino
urgente y rigurosamente político. A aquellas víctimas y esos presos hay
que añadir como protagonista a la sociedad entera.
Porque si se
justifica por igual el sufrimiento de los unos y el de los otros, y por
ello lo mismo los derechos de los agresores como de los agredidos…,
entonces quien pagará esta escandalosa injusticia seremos todos nosotros
y durante decenios. Habrán ganado los que vareaban el árbol y también
los que recogían los frutos. Y cuando en las elecciones o en los sondeos
los nacionalistas logran obtener la adhesión mayoritaria a sus tesis,
se confirma que van ganando la partida.
Contra toda razón, contra toda
justicia…, pero van ganando. Ganan según la regla de la mayoría, aunque
no conforme al ideal democrático. Y esa victoria numérica debería
avergonzar a esta sociedad. (...)
De ahí, como primer paso, la importancia capital del arrepentimiento por
parte de quienes han segado otras vidas. Será muy difícil ese
reconocimiento para quienes tienen las manos manchadas de sangre. Pero
si no hubiera confesión de los pecados y demanda de perdón, no sólo no
habrá paz en el presente; tampoco en el futuro, al menos una paz segura y
duradera.
Ahora bien, ¿cómo van a arrepentirse esos criminales si, a su
salida de la cárcel, les reciben como héroes o si en tantas
instituciones de gobierno encuentran instalados a sus correligionarios?
¿Y cuando el PNV una vez más les comprende y disculpa? ¿Y si hay
autoridades eclesiásticas que los amparan? ¿Y si el grueso de sus
conciudadanos , pasar página y sobrevivir sin complicaciones…? (...)" (AURELIO ARTETA, EL CORREO 09/02/14, en Fundación para la Libertad)
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