18/2/14

Quienes purgan sus crímenes en prisión están vivos y quienes fueron sus víctimas ya no están en este mundo desde su asesinato

"Cuando en un país se alían el simplismo teórico y el interés político más sectario, los resultados son nefastos. En el nuestro los nacionalistas llevan tiempo envenenando las conciencias con la cantinela de que tanto los presos etarras y sus familiares como los familiares de sus víctimas están sufriendo mucho. 

Que ese dolor al parecer equiparable basta para igualarles en sus presuntos derechos a ellos y a sus respectivas reivindicaciones. Y que la paz pública sólo vendrá de respetar por igual tales sufrimientos.

1. Creo que sólo unos ignorantes o unos desalmados pueden predicar este igualitarismo. Pues hay un rasgo evidente –y ruboriza tener que recordarlo– que distingue radicalmente a esos pesares. Quienes purgan sus crímenes en prisión están vivos y quienes fueron sus víctimas ya no están en este mundo desde su asesinato.

 Los allegados a los primeros, por mucho que les duela su ausencia, pueden visitarles y aguardar su vuelta al final de su condena. Los familiares de los asesinados ya no pueden hablar con ellos ni esperar nada de ellos, salvo (si son creyentes) reencontrarles en el cielo. 

No existe equiparación posible entre ambas situaciones penosas; su mera comparación ya es otro repugnante agravio a las víctimas. Por cruel que sea la vida carcelaria, ¿lo será tanto como aquellas muertes que ellos administraron? (...)

 3. Más aún: cuando el daño ha sido público y cometido por razones públicas, esa necesidad de justificación no es un problema privado, sino urgente y rigurosamente político. A aquellas víctimas y esos presos hay que añadir como protagonista a la sociedad entera.

Porque si se justifica por igual el sufrimiento de los unos y el de los otros, y por ello lo mismo los derechos de los agresores como de los agredidos…, entonces quien pagará esta escandalosa injusticia seremos todos nosotros y durante decenios. Habrán ganado los que vareaban el árbol y también los que recogían los frutos. Y cuando en las elecciones o en los sondeos los nacionalistas logran obtener la adhesión mayoritaria a sus tesis, se confirma que van ganando la partida.

 Contra toda razón, contra toda justicia…, pero van ganando. Ganan según la regla de la mayoría, aunque no conforme al ideal democrático. Y esa victoria numérica debería avergonzar a esta sociedad. (...)

De ahí, como primer paso, la importancia capital del arrepentimiento por parte de quienes han segado otras vidas. Será muy difícil ese reconocimiento para quienes tienen las manos manchadas de sangre. Pero si no hubiera confesión de los pecados y demanda de perdón, no sólo no habrá paz en el presente; tampoco en el futuro, al menos una paz segura y duradera.

 Ahora bien, ¿cómo van a arrepentirse esos criminales si, a su salida de la cárcel, les reciben como héroes o si en tantas instituciones de gobierno encuentran instalados a sus correligionarios? ¿Y cuando el PNV una vez más les comprende y disculpa? ¿Y si hay autoridades eclesiásticas que los amparan? ¿Y si el grueso de sus conciudadanos , pasar página y sobrevivir sin complicaciones…? (...)"          (AURELIO ARTETA, EL CORREO 09/02/14, en Fundación para la Libertad)

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