"(...) son muchas y muy variadas las razones
socio-políticas que existen para que algunos ciudadanos vascos, y no
pocos catalanes, sintamos esto que hemos definido como “La tentación del
exilio”.
(...) más allá de estar basados en una
amenaza inmediata o en un peligro inminente, se levantan sobre el
hartazgo moral y la repulsión ética que supone para muchos de nosotros
vivir cotidianamente en una tierra, nuestra tierra, saqueada por los
terroristas y sus cómplices políticos.
Nuestra “tentación del exilio” se levanta, en este sentido, sobre una
constatación repetida que nos recuerda, un día sí y otro también, que el
dúo ETA-Batasuna ha triunfado, o está en camino de hacerlo, en la
batalla ideológica, en diferentes ámbitos políticos, en el
establecimiento de referentes culturales y en la hegemonía social.
Y
también, y sobre todo, nos recuerda que los asesinos y sus cómplices nos
están venciendo en la implantación de una lectura y una interpretación
de lo sucedido en las últimas décadas en el País Vasco que no tiene nada
que ver con la realidad y que solamente responde a las exigencias del
ideario totalitario sobre el que se construye el movimiento
nacionalterrorista. (...)
Guipúzcoa es hoy el ejemplo más significativo de que el terrorismo de
ETA-Batasuna no ha sido derrotado y de que, en determinadas zonas del
País Vasco, tras cinco décadas de actividad criminal, se ha impuesto un
“estilo Bildu” de convivencia que es el que impone una gran masa de la
población que desprecia a la autoridad democrática, que defiende todo
tipo de posturas políticas de corte radical, que nos impone los más
absurdos disparates socioeconómicos, que arrasa cualquier atisbo de
iniciativa cultural y que supura una extraña bazofia moral que mezcla, a
partes iguales, una indecente apología del terrorismo, un intenso
totalitarismo identitario y un poderoso integrismo ideológico que, en el
fondo, lo único que demuestra es un odio visceral a nuestro sistema de
libertades y a los valores éticos que conforman las sociedades
occidentales. (...)
La Memoria triunfante ha de tener el
coraje político y social de reconocer que honrar individualmente a las
víctimas exige deshonrar públicamente a los verdugos. Que no puede haber
equidistancias falsarias ni memorias compartidas.
Si no se hace así, si el relato predominante no es este, será lo mismo
que decir a las familias de las víctimas que sus seres queridos han
muerto en vano y será lo mismo que transmitir a la sociedad la idea
inicua y siniestra de que asesinar, extorsionar, amenazar y delinquir
sirve para alcanzar objetivos políticos, sociales o de cualquier otro
tipo. (...)
Un país que asume bajar la cabeza políticamente ante los terroristas
para que éstos, presuntamente, dejen de matar; un país que permite que
los cómplices de los asesinos gobiernen en ayuntamientos y diputaciones;
un país que confunde la apología de la violencia con el derecho a
opinar y que convierte gratuita e impunemente su territorio en un
caótico reino de taifas en el que todo puede ser posible; un país de
estas características, alumbra una sociedad desarbolada en la que la
incesante y premeditada degradación de las normas sociales queda
perfectamente reflejada en la utilización vacía, tergiversada e inicua
que se hace del lenguaje. (...)
Tengo la certeza interior de que un día abandonaré el País Vasco, porque
el clima ético irrespirable creado por quienes han matado, por los
cómplices de quienes han asesinado y por tantos y tantos como se han
aprovechado de los primeros y han hecho todo tipo de negocios con los
segundos, difícilmente podrá mejorar en unas cuantas generaciones.
Sé que no terminaré mis días en el País Vasco y no sé si lo haré en
algún otro lugar de España. Pero si sé que quiero que mi hijo, cuando
sea mayor, abandone este país y quiero que se abra camino en una
sociedad diferente que, como todas, tendrá sus problemas y sus
desavenencias, pero en la que, colectivamente, se premie el mérito y no
el amiguismo; en la que se entienda algo tan básico como que no todas
las ideas son iguales; en la que se sienta el orgullo de defender los
valores que Occidente ha legado al mundo y en la que exista la
convicción de que nuestra cosmovisión del mundo merece ser públicamente
defendida.
Quiero para mí y para mi hijo poder vivir en una nación sólida,
homogénea e integrada, en la que los organismos de poder mantengan la
firmeza democrática, en la que las leyes legítimas sean colectivamente
acatadas y en la que los principales actores que gestionan la vida
pública actúen según se espera de ellos.(...)
Quiero para mi familia un país en el que, en definitiva, los terroristas
no se paseen impunemente por las calles, en el que la Justicia no
dependa de los intereses políticos de unos pocos y en el que nadie
gobierne cuestionando grosera y permanentemente todo aquello que nos
permite a los ciudadanos ser, simplemente, eso: Ciudadanos.
Hemos aguantado mucho y durante mucho tiempo. Y la mayor parte de los
que estáis aquí sabéis de lo que estoy hablando. Y, de una vez por
todas, es necesario poner coto a la irracionalidad ideológica, a la
indigencia ética, a la conversión de lo político en soflama incendiaria,
a la postración intelectual ante lo "intelectualmente aceptable", al
relativismo más escabroso y a la equiparación obscena de víctimas y de
verdugos.
De lo contrario, habrá llegado el momento, esta vez sí, de marcharse." (Raúl González Zorrilla, Euskadi Información Global, 02/12/2013)
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