"(...) Ahora bien, antes de abrir los colegios electorales habría sido
preciso decidir la forma de interpretar el resultado que las urnas
arrojen: ¿qué cantidad de votos favorables a la independencia podrían
ser considerados como expresión veraz y suficiente de la voluntad real,
presumiblemente estable y duradera, de la ciudadanía catalana? No será
fácil establecerlo, por dos razones.
Por un lado, no hay reglas
establecidas, con validez universal, para el caso de un referéndum de
secesión. Y, por otro, el peculiar sistema adoptado, con dos preguntas
ambiguas y secuenciadas (la primera actuando, además, de filtro sobre la
segunda) puede complicar aún más las cosas.
Para lo primero, quizá
podría aceptarse como suficiente que el “sí” logre entre la mitad más
uno y el 60%, como mínimo, de los votos emitidos, como pareció
considerar adecuado el Tribunal Supremo canadiense para el caso de
Quebec.
O que quienes opten por la secesión representen al menos el 40%
del total de electores, es decir del total de personas con edad de votar
(con independencia de cuantas sean las que efectivamente voten), como
ha sugerido —pero no impuesto— el Parlamento británico en el caso
escocés. Son, sin duda, planteamientos razonables para dilucidar un
asunto de tanta trascendencia.
La dificultad añadida por la doble pregunta tiene más difícil
solución pues se presta a múltiples interpretaciones. Veamos con algún
detalle el posible itinerario que, en el momento actual y sobre los
datos disponibles, cabe estimar que seguirían los votos emitidos.
Para
empezar, ¿cuántos catalanes acudirían a las urnas el próximo 9 de
noviembre? Con fluctuaciones, algo más del 70% se ha venido mostrando en
estos meses pasados partidario del llamado derecho a decidir. Aunque el
referéndum convocado ha adquirido ahora un sentido algo distinto (ahora
va ya claramente de independencia), cabe aceptar que el porcentaje de
participación pudiera situarse efectivamente en torno a esa cifra del
70%.
Ello supondría un grado de participación muy elevado, similar al
69,6% registrado en las elecciones autonómicas de 2012 (y que fue la
cifra históricamente más elevada).
En el caso de la primera pregunta (“¿Quiere que Cataluña sea un Estado?”), —pregunta ambigua, que lo que sugiere de forma más inmediata es la independencia, pero sin cerrar la puerta a otras interpretaciones menos tajantes, presumiblemente de corte federalista—, el resultado que parece hoy por hoy más probable sería un 70% para el “sí” y un 30% para el “no”.
Ese 70% de votantes afirmativos serían los admitidos a
responder la segunda pregunta (“¿Quiere que este Estado sea
independiente?”). El 30% eliminado pasaría a la casilla del “no”.
En cuanto a la segunda pregunta, los diversos sondeos de Metroscopia
indican que el 50% aproximado de aquellos catalanes que, en principio,
se muestran partidarios de la independencia se reduce al 40% si se
menciona que esta supondría salir de la Unión Europea —algo que sin duda
se recordaría con creces durante la campaña previa—, y al 30% en cuanto
se les sugiere una fórmula intermedia entre la independencia y la
situación actual (algo que tampoco parece impensable que se planteara
explícitamente durante la campaña).
Así las cosas, en esta pregunta
final, la estimación más probable es que los votos a favor del “sí”
podrían estar cerca del 58%, inclinándose el 42% por el “no”. Pero
—¡cuidado!— este 58% puede ser engañoso si no se recuerda que está
calculado exclusivamente sobre los votantes que pudieron pasar a
responder esta pregunta por haber contestado “sí” a la primera, no sobre
el total de votos emitidos ni, menos aún, sobre el total de catalanes
con derecho a voto.
Sobre los primeros (es decir, sobre todos los que
acudieron a las urnas y contestaron a la primera pregunta) este 58% de
“sí” vendría a representar en realidad —redondeando las cifras— un 41%; y
sobre los segundos (es decir, sobre todos los catalanes con derecho a
voto) significaría tan solo el 29%.
O lo que es igual, se obtendría un
resultado final a favor de la independencia que quedaría lejos tanto del
51% del total de votos emitidos —es decir, de la mayoría absoluta—,
como del 40% del censo electoral total.
En realidad, el voto mayoritario sería el negativo, resultante de
sumar a quienes niegan tanto la primera propuesta (“un Estado”) como la
segunda (“que sea independiente”): en total, el “no” representaría el
59% de los votos emitidos y el 42% del censo electoral.
Pero parece
obvio que, salvo que las reglas interpretativas hubieran quedado nítida y
taxativamente pactadas de antemano, la polémica posterior sin duda
sería inevitable." (
José Juan Toharia
, El País 14 DIC 2013 )
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