"(...) ¡En qué compromiso nos han puesto a los historiadores con motivo del
congreso organizado por la Generalitat de Catalunya!, ha señalado el
historiador Carlos Arenas Posadas. Qué posición tomar, se pregunta,
“sobre un congreso cuyo título o tesis final ya está preestablecido
desde antes que se produzca el debate científico: “España contra
Cataluña””.(...)
Se puede uno enfadar, admite CAR. El congreso ha sido “un ejemplo
más de la vomitiva manipulación de la historia por parte de todos los
nacionalismos que en el mundo han sido; de su abyecta pasión por
inculcar el odio hacia otros seres humanos, que es la base fundamental
de toda conciencia nacional y de hacer que el pueblo actúe más con las
vísceras que con el cerebro.
Se lo puede tomar uno en broma, es
otra posibilidad apunta CAR. ¿Los catalanes, así, en general, unas
víctimas? “Las carcajadas se oyen desde Finisterre al cabo de Gata. Adam
Smith decía que cuando tres o más comerciantes se reúnen no hay mano
invisible que valga porque los tres se ponen de acuerdo, controlan el
mercado a su favor, imponen precios y viven de los costes de transacción
que pagan los clientes”.
Le faltó decir, señala CAR irónicamente,
“salvo que los comerciantes sean catalanes, que son oprimidos por España
desde 1714”.
La opción paternal puede tenerse en cuenta
también. “Si el problema es 1714 y eso consuela, volvamos a la situación
anterior, a una España como confederación de Estados, pero para ello no
hace falta manipular la historia.”
Te puedes dar la trabajera
de enumerar catorce mil quinientos agravios que los no catalanes han
tenido respecto a Cataluña en los últimos tres siglos, en opinión de
CAR. Su ejemplo: a comienzos del XIX, Gaspar de Remisa, un empresario
catalán, se hizo cargo de la explotación de las minas de Riotinto
(Huelva).
“Hombre de gran espíritu emprendedor arrasó el arbolado en
muchos kilómetros a la redonda para usar la madera como combustible con
el que quemar el mineral, arruinando flora, fauna y todas las riquezas
que el bosque, la agricultura y la ganadería generaban y podían haber
seguido generando”.
El beneficio entonces de “Cataluña”, señala, “fue de
cientos de miles de reales; ¿quién se hace cargo hoy de aquel
estropicio? Como este caso concreto, miles, pero para resumir podrían
los congresistas agraviados calcular los saldos de las balanzas
comerciales, de pagos y fiscales entre Andalucía y Cataluña en los
últimos tres siglos. ¿Adivinan el resultado?”.
Finalmente,
apunta CAR, te puedes tomar las cosas con más o con calma, con mayor
distancia y decir “que la rabieta nacionalista está producida
sencillamente por el traspaso de poder político que la oligarquía
industrial catalana se ha visto obligada a ceder a la oligarquía
financiera con sede en Madrid desde hace veinte años”. No es para
molestarse mucho. ¿Por qué? Por lo siguiente:
“También la
oligarquía agraria andaluza perdió la hegemonía política a últimos del
siglo XIX a manos de industriales catalanes y vascos aupados con el
nacimiento de los respectivos nacionalismos.
Desde entonces las
oligarquías catalanas y vascas coparon y se sirvieron del Estado español
(¡), diseñaron políticas arancelarias y fiscales, se aprovecharon de la
información privilegiada y de los contratos del Estado, obtuvieron la
millonada de mano de obra atrapada en los cortijos que le resultaba
necesaria para sus cadenas de montaje, etc. Un congreso de historia
catalana en el franquismo podría haberse titulado: “España al servicio
de Cataluña”. Y nadie se molesta. Pelillos a la mar”.
Lo que
fastidia, eso sí, señala CAR, “es que mientras detrás de aquel
capitalismo industrial español de los sesenta había tres pueblos: el
vasco y catalán al timón y el pueblo andaluz en la sala de máquinas, hoy
en el predominio del capitalismo financiero y “por la cara”, como me
gusta llamarlo, los que están al mando son Montoro y Asociados.
Comprendo que sentirse español en este momento no sea plato de gusto”.
El problema está, por tanto, concluye el historiador andaluz, “en la
diversidad de capitalismos no de naciones, lenguas, historias y culturas
singulares que han convivido en España desde hace tres siglos”.
Remarca: “capitalismos con intereses antagónicos cuyos gerifaltes, como
ocurrió en las dos guerras mundiales, no tienen el menor pudor en
arrojar a unos seres humanos contra otros”.
El programa, la
línea defendida por CAR: “Pongamos al ser humano y sus necesidades y no a
la nación en el centro del debate. Devolvamos el odio contra quienes lo
promueven.” (...)" ( Salvador López Arnal, Rebelión, 23/12/2013)
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