"(...) Durante la pasada década, Barcelona ha pasado de ser una ciudad
mediana y provinciana que había descubierto cómo venderse a sí misma, un
lugar donde los inmigrantes era gente de Murcia y Andalucía y los
únicos paquistaníes en las calles eran turistas británicos, a ser una
ciudad europea moderna.
Ha integrado una gama completa de colores de
piel y una babel de lenguas, mientras continúa siendo sin complicaciones
-y de hecho, de manera natural- bilingüe. La ciudad incluso puede
presumir de una cocina internacional que se extiende desde los doner kebabs en un extremo, a los asadores argentinos y las exquisitas delicatessen japonesas en el otro.
Inevitablemente, no a todo el mundo le gustan estos cambios pero así
es como es una ciudad moderna. Para su crédito, y dada la velocidad a la
que han ocurrido los cambios, la ciudad se ha adaptado bien y
ciertamente ha recibido con los brazos abiertos el vigoroso influjo de
nuevas caras y nuevas culturas. Ha habido pocos conflictos y apenas
casos de violencia, lo cual es algo que ni París ni Londres pueden decir
de ellas mismas.
Dependiendo de dónde trazas la línea -los límites oficiales de la
ciudad o lo que se conoce por la gran Barcelona- en la ciudad viven
entre un tercio y dos tercios de la población de Cataluña. Los
favorables a la independencia saben que si no pueden conquistar
Barcelona y su periferia, su causa está perdida de antemano. Pero la
ciudad se resiste a entregarse.
Por ello ha llegado la hora de que la ciudad realice una acción
preventiva antes de que caiga, como Phnom Penh, frente a un ejército de
payeses enfurecidos. Ha llegado la hora de que Barcelona haga una
declaración unilateral de independencia de Cataluña.
En lugar de ir
atrás en el tiempo a los años de un sueño del siglo XVIII de un nuevo y
resplandeciente Estado-nación, o peor, a un refugio medieval, ¿por qué
no ir incluso más atrás, a la ciudad-Estado, y tomar a las antiguas
Atenas y Roma como modelo? Después de todo, Barcelona es más antigua que
Cataluña, igual que Roma antecede a Italia y Estambul, entonces
Constantinopla, es mucho más antigua que Turquía. (...)
En lugar de la antigua Atenas, Barcelona podría transformarse en un
Berlín mediterráneo, aunque sin el muro y sin las tensiones de la guerra
fría; un oasis urbano pujante e independiente, libre de las banales
riñas y acusaciones que pasan por cultura política tanto en España como
en Cataluña. Como sucedió en Berlín, los mejores y los más brillantes,
los más creativos e iconoclastas irían en multitud a la ciudad, cuyos
límites podrían extenderse para incluir a nuestros hermanos y hermanas
multiétnicos de Hospitalet, Besós o Cornellà.
En un tiempo en el que el 78% de la gente en el mundo desarrollado
vive en ciudades, el Estado-nación es un anacronismo. Declarar Barcelona
independiente sería un paso adelante, un paso al futuro en lugar de
quedar encadenados al pasado. El futuro es urbano y las ciudades están,
de forma creciente, desarrollando identidades separadas, distintas de
los estados de los que constitucionalmente forman parte.
Hay un mundo de
diferencia entre Nueva York y Estados Unidos, entre Londres e
Inglaterra o entre Sydney y Australia. Lo mismo es cierto respecto a
Barcelona y la Cataluña rural, y todo el mundo lo sabe. (...)" (Stephen Burgen, Crónica Global, Sábado, 30 de noviembre de 2013)
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