"(...) A buena parte de la izquierda, en cambio, nos parece rechazable el
proceso soberanista porque incumple y conculca algunos de los principios
ideológicos que justifican sentirse de izquierdas y querer una forma de
solidaridad activa y veraz, equitativa pero real, entre más ricos y
menos ricos, entre más pobres y menos pobres.
Y esa izquierda sigue
creyendo que el marco de evaluación de esa solidaridad es un marco
político de negociación; es pacto y horas, es humo (o antes era humo de
tabaco) y ronda de mesas y debates, privados o públicos, de empresarios y
de sindicatos, de agentes sociales y de analistas políticos.
Pero también cree esa izquierda otra cosa. El marco de análisis no
puede ser la inmediatez histérica de la Cataluña de hace dos años,
cuatro años, seis años. Ni el marco tampoco puede ser la fantasía
analítica de que Catalunya iba por libre y no tiene responsabilidades
compartidas al menos desde 1909, 1917, 1923, 1932, 1936 —y, más
importante, 1939—, 1978, 1980, 2006 (el año del nuevo Estatut) y 2010
(la sentencia del Constitucional).
Mi izquierda tiene miedo. Pero no porque es cobarde ni porque tema
que seamos más pobres con la separación de España. Mi izquierda tiene
miedo porque su resistencia al proceso soberanista se apoya en razones
ideológicas que no son exclusivamente mercantiles ni comerciales, no se
funda en prospecciones de mercado y sigue creyendo que hay razones
sociales y políticas superiores al cálculo mercantil para entender que
el proceso induce la gestación de una sociedad éticamente más débil y
socialmente más egoísta. Aunque estos argumentos despierten la risa
tonta del empresariado." (
Jordi Gracia
, El País, 31 OCT 2013 )
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