"Estamos como queremos: el brazo político de Eta legalizado y gobernando
las dos instituciones más importantes de Guipúzcoa; el secuestrador de
José Antonio Ortega Lara, de potes en Mondragón; el asesino de Gregorio
Ordóñez, de Fernando Múgica, de José Manuel Olarte, de José Antonio
Santamaría, de Mariano de Juan, de Alfonso Morcillo y de Enrique Nieto,
paseando el cochecito de su hijo por los pueblos de Navarra (...)" (Nuestra hora, 27/10/2013)
"(...) Baste con recordar que si se le hubiera preguntado a Hitler, o a
Mussolini, o a Franco si actuaron con mala intención hubieran respondido
que no, que su intención era la mejor posible para los alemanes, para
los italianos, para los españoles, que no estaba en su ánimo ni
injuriar, ni hacer sufrir, ni ofender a nadie, sino materializar lo
mejor para alemanes, italianos y españoles.
Pero la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo y algunas reacciones me llevan por otros derroteros. No se trata de analizar la sentencia, sino de fijarse en lo que algunos comentaristas políticos han creído necesario decir acerca de la reacción de las víctimas y de sus asociaciones representativas.
Y se trata de fijarse en estos comentarios recordando un poco lo que ha
sido la historia de las víctimas en nuestra sociedad. Estuvieron durante
mucho tiempo ocultas. Sufrieron lo que ellas mismas, con razón,
denominan la doble victimización: el asesinato de un ser querido y el
ocultamiento de su realidad de víctimas por la gran mayoría de la
población vasca y de sus instituciones públicas.
Gracias a su propio
esfuerzo salieron a la superficie, pero tardó mucho en que les llegara
algún tipo de reconocimiento. A pesar de haber conseguido su
visibilidad, ello no impedía que sectores importantes de la sociedad
vasca y de la española subrayaran, al referirse a las víctimas, el
pluralismo que las caracterizaba, como si ese pluralismo anulara la
objetividad del acto terrorista que las instituye y las une
irremediablemente.
A pesar de su visibilidad, sectores importantes subrayaban contra la opinión de las víctimas que era necesario un diálogo, e incluso una negociación con ETA, para acabar con el terrorismo.
A pesar de su visibilidad la soledad fue la acompañante
estructural de las víctimas durante mucho tiempo, la soledad en el campo
de las opiniones políticas, la soledad en relación con las
instituciones públicas y a los partidos políticos, la soledad en el
campo de lo que la sociedad valoraba como el argumentario adecuado
respecto a la cuestión del terrorismo, de ETA y de su fin.
La ruptura y la superación de esta soledad ha llegado muy tarde, si es que de verdad ha llegado. Y ahora que ETA se ha visto obligada a renunciar al uso del terror, ahora que sus acompañantes necesarios se han visto obligados a pasar por las horcas caudinas de firmar todo lo que es necesario para poder ser legales, aunque hayan despreciado todo ello durante tanto tiempo haciendo el juego a ETA, ahora parece que ha llegado el momento para que algunos aleccionen a las víctimas diciéndoles cómo deben portarse, cómo deben reaccionar ante la sentencia de Estrasburgo, pues no les parece adecuado que critiquen la sentencia, que se manifiesten y que elijan los términos vencedores y vencidos para el lema de su manifestación.
Les reprochan haberse dejado manipular por los intereses partidistas del PP, sin recordar la soledad impuesta, sin recordar lo que significaban para las víctimas los llamados procesos de paz, las conversaciones de Loyola, la legitimación de los ilegalizados como interlocutores políticos.
Y les reprochan ahora que no
entiendan lo que significa el Estado de derecho, les dicen que es
precisamente la sentencia de Estrasburgo la que mejor defiende a las
víctimas, les dicen que no saben lo que es mejor para ellas mismas.(...)" (JOSEBA ARREGI, EL CORREO 29/10/13, en Fundación para la Libertad)
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