"(...) Viví casi cinco años en Barcelona, a principios de los setenta –acaso,
los años más felices de mi vida- y en todo ese tiempo creo que no conocí
a un solo nacionalista catalán.
Los había, desde luego, pero eran una
minoría burguesa y conservadora sobre la que mis amigos catalanes –todos
ellos progres y antifranquistas- gastaban bromas feroces. De entonces a
hoy esa minoría ha crecido sin tregua y, al paso que van las cosas, me
temo que siga creciendo hasta convertirse –los dioses no lo quieran- en
una mayoría. (...)
El nacionalismo no es una doctrina política sino una ideología y está
más cerca del acto de fe en que se fundan las religiones que de la
racionalidad que es la esencia de los debates de la cultura democrática.
Eso explica que el President Artur Mas pueda comparar su
campaña soberanista con la lucha por los derechos civiles de Martin
Luther King en los Estados Unidos sin que sus partidarios se le rían en
la cara.
O que la televisión catalana exhiba en sus pantallas a unos
niños adoctrinados proclamando, en estado de trance, que a la larga
“España será derrotada”, sin que una opinión pública se indigne ante
semejante manipulación. (...)
¿Por qué semejante maraña de tonterías, lugares comunes, flagrantes
mentiras puede llegar a constituir una verdad política y a persuadir a
millones de personas? Porque casi nadie se ha tomado el trabajo de
refutarla y mostrar su endeblez y falsedad. Porque los gobiernos
españoles, de derecha o de izquierda, han mantenido ante el nacionalismo
un extraño complejo de inferioridad.
Los de derechas, para no ser
acusados de franquistas y fascistas, y los de izquierda porque, en una
de las retractaciones ideológicas más lastimosas de la vida moderna, han
legitimado el nacionalismo como una fuerza progresista y democrática,
con el que no han tenido el menor reparo en aliarse para compartir el
poder aun a costa de concesiones irreparables.
Así hemos llegado a la sorprendente situación actual. En la que el
nacionalismo catalán crece y es dueño de la agenda política, en tanto
que sus adversarios brillan por su ausencia, aunque representen una
mayoría inequívoca del electorado nacional y seguramente catalán. (...)
Pertenecer a una nación no es ni puede ser un valor ni un
privilegio, porque creer que sí lo es deriva siempre en xenofobia y
racismo, como ocurre siempre a la corta o a la larga con todos los
movimientos nacionalistas. Y, por eso, el nacionalismo está reñido con
la libertad del individuo, la más importante conquista de la historia,
que dio al ciudadano la prerrogativa de elegir su propio destino –su
cultura, su religión, su vocación, su lengua, su domicilio, su identidad
sexual- y de coexistir con los demás, siendo distinto a los otros, sin
ser discriminado ni penalizado por ello.
Hay muchas cosas que sin duda andan mal en España y que deberán ser
corregidas, pero hay muchas cosas que asimismo andan bien, y una de
ellas –la más importante- es que ahora España es un país libre, donde la
libertad beneficia por igual a todos sus ciudadanos y a todas sus
regiones. Y no hay mentira más desaforada que decir que las culturas
regionales son objeto de discriminación económica, fiscal, cultural o
política.
Seguramente el régimen de autonomías puede ser perfeccionado;
el marco legal vigente abre todas las puertas para que esas enmiendas se
lleven a cabo y sean objeto de debate público. Pero nunca en su
historia las culturas regionales de España –su gran riqueza y
diversidad- han gozado de tanta consideración y respeto, ni han
disfrutado de una libertad tan grande para continuar floreciendo como en
nuestros días. (...)
El nacionalismo, los nacionalismos, si continúan creciendo en su seno
como lo han hecho en los últimos años, destruirán una vez más en su
historia el porvenir de España y la regresarán al subdesarrollo y al
oscurantismo. Por eso, hay que combatirlos sin complejos y en nombre de
la libertad." (
Mario Vargas Llosa
, El País, 22 SEP 2013 )
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