"La idea de que el pueblo catalán avanza unido hacia Ítaca casa mal
con las evidencias demoscópicas del reciente barómetro autonómico del
CIS.
La inmensa mayoría de las clases media-baja y obrera da la espalda a los argumentos independentistas.
La
voz disonante de las clases más humildes, cuya lengua materna es con
frecuencia el castellano, apenas tiene impacto en la agenda pública y
política catalanas. Las clases desfavorecidas encuentran muchas
dificultades para que sus preferencias sean tomadas en consideración por
partidos políticos y gobiernos.
(...) En el contexto de crisis económica, política e institucional en el que
vive sumida la sociedad española, las élites nacionalistas han creído
identificar una “ventana de oportunidad política” para plasmar sus
sueños de ruptura con el resto de España.
Esta hiper-movilización de los
sectores sociales y políticos nacionalistas en pos de la independencia
(con la definición de etapas intermedias en la transición hacia dicho
destino como el difuso “derecho a decidir”, o la eufemística “creación
de estructuras de Estado”) no ha sido confrontado por un discurso
articulado, coherente y realista que, emergiendo desde sectores
progresistas de la sociedad catalana, desenmascare el argumentario de
agravios movilizado por el nacionalismo. (...)
La extrema debilidad de narrativas
alternativas obedece a nuestro juicio a un doble proceso de distorsión
de la voluntad de la ciudadanía frente a un proyecto independentista
establecido como discurso dominante:
1) el desarrollo de un proceso de
“espiral de silencio” que ha enmudecido a los sectores de las élites
académicas, intelectuales, culturales, sociales y políticas que no
comparten el ideario independentista,
y 2) la inexistencia de portavoces
de aquellos segmentos de la sociedad catalana (demográficamente muy
amplios) que por sí solos carecen de los recursos para conformar la
agenda pública y/o política (grupos con niveles de renta media-baja y
baja), y que muy mayoritariamente no abrazan la causa nacionalista.
Así, en los últimos tiempos hemos asistido a la consolidación de un
marco discursivo con vocación hegemónica y proyectado como socialmente
mayoritario por los partidos nacionalistas, el actual gobierno de la
Generalitat y los medios de comunicación afines a dicho proyecto. Según
este discurso, el “pueblo” catalán hablaría con voz homogénea y clamaría
por el avance hacia la independencia (situación en la que desarrollaría
toda su potencialidad como nación, hasta la fecha limitada por su
integración en el Estado español).
La conformación de dicho discurso por
parte de las élites políticas, culturales e intelectuales de filiación
nacionalista habría creado las condiciones para el surgimiento de una
“espiral de silencio” (concepto acuñado por Elisabeth Noelle-Neumann en
sus trabajo sobre opinión pública),
proceso de auto-supresión de narrativas alternativas como producto del
temor de individuos y grupos sociales disidentes a los costes
potencialmente asociados a la oposición a la norma social y política
percibida como dominante.
De este modo, unas minorías nacionalistas muy
motivadas y movilizadas políticamente, proyectadas por partidos
políticos y medios de comunicación como la expresión de la “voluntad del
pueblo catalán”, y apoyadas por estudios demoscópicos que anuncian un
vuelco radical en la opinión pública catalana a favor del “derecho a
decidir” (y en buen número de ocasiones directamente de la
independencia), pasan a ser conceptualizadas como la representación de
la voluntad mayoritaria.
Ante esta contundente expresión colectiva
cualquier cuestionamiento constituye un “obstruccionismo” que llevaría a
cuestionar la propia catalanidad del enunciante.
El segundo argumento que creemos explica la falta de articulación de un
discurso que contrarreste de modo explícito al ideario independentista
es el de la tradicional falta de visibilidad de las opiniones de los
segmentos más desfavorecidos de la sociedad, y su escaso impacto en la
conformación de la agenda política.(...)
Las
evidencias generadas por el análisis demoscópico riguroso muestran que
desde el comienzo de la transición, y hasta 2009 aproximadamente, las actitudes hacia la cuestión nacional en Cataluña habrían variado relativamente poco
, lo que en buena medida pondría en cuestión el argumento acerca de la
relación entre las políticas educativas aplicadas por los sucesivos
gobiernos nacionalistas y la evolución de los sentimientos identitarios
(de existir alguna relación entre ambos procesos, ésta no sería lineal,
sino en todo caso escalonada y mediada por la aparición de eventos
específicos que incrementarían el umbral de apoyo a la causa
nacionalista). (...)
El incremento vertiginoso de las
actitudes nacionalistas se produce de hecho desde 2010, momento a partir
del cual la proporción de catalanes que se declaran sólo catalanes pasa
del 14% al 22% (había oscilado entre el 7% y el 16% a lo largo del
período democrático), y los que se muestran favorables a un Estado que
reconociese a las autonomías la posibilidad de convertirse en un Estado
independiente al 37% (habiéndose incrementado desde el 24%, según la
estimación del segundo barómetro autonómico del CIS 2010).
Dicho
incremento parece por tanto fundamentalmente vinculado al tensionamiento
del debate territorial que se produce alrededor de la sentencia del
Tribunal Constitucional sobre el Estatut impulsado por el gobierno del
tripartito, y a la intensificación de las repercusiones de la crisis
económica, que en Cataluña cobran una dimensión específica y diferente
al resto del Estado al ser interpretadas a través del prisma de los
argumentos acerca de los desequilibrios en las balanzas fiscales y del
mantra nacionalista “Espanya ens roba”.
¿Han
abrazado los catalanes masivamente la causa independentista a partir de
estos acontecimientos? Esto afirman las narrativas consolidadas acerca
de las causas, desarrollo y consecuencias de la masiva manifestación del
11 de setiembre de 2012. (...)
Así, un argumento que se maneja con frecuencia es el de que los “otros catalanes” (celebre etiqueta de Paco Candel
para referirse a la inmigración llegada a Cataluña) se han sumado a la
causa nacionalista, hastiados de ver cómo España (o “Madrid”) se cierra
en banda a las reivindicaciones de Cataluña, y confiados en que su
bienestar personal puede mejorar en un Estado independiente. (...)
La idea de que el pueblo catalán avanza unido hacia Ítaca casa mal con
las evidencias demoscópicas del reciente barómetro autonómico del Centro
de Investigaciones Sociológicas (Estudio 2.956, 2013).
No son
necesarios análisis estadísticos particularmente complejos para
evidenciar las grandes fracturas socio-económicas y etno-lingüísticas
que atraviesan a la sociedad catalana en relación a los aspectos
identitarios. La población catalana de extracción más humilde muestra
menos interés por la cuestión nacional que las clases más adineradas. (...)
El 11% de los entrevistados en hogares humildes considera alguno de los
aspectos relacionados con la organización del Estado (independencia y
autogobierno; relaciones con España y el Gobierno central; financiación,
pacto fiscal, autonomía fiscal; percepción del reparto fiscal
discriminatorio hacia Cataluña), uno de los tres principales problemas
de Cataluña.
En cambio, lo incluye en esta terna un 31% de las personas
en hogares adinerados. Cuando son compelidos a decantarse por una
preferencia en relación a la organización territorial, la clase obrera
apuesta mayoritariamente por el statu quo. Construir un Estado
independiente es un proyecto de las clases altas y medias altas, al que
se han sumado un volumen considerable (pero no mayoritario) de clases
medias.
Pero la inmensa mayoría de las clases media-baja y obrera da la
espalda a los argumentos independentistas a pesar de la ilusión
colectiva que aspiran a insuflar en la población las élites políticas y
los medios de comunicación catalanes. (...)
La clase obrera, que constituye el 47% de la población, sigue
mostrándose mayoritariamente vinculada al Estado español. El 65% de los
obreros se consideran incluso muy o bastante orgullosos de ser españoles
(frente al 33% de los miembros de la clase alta/media alta).
El
porcentaje de obreros (cualificados o no cualificados) para los que
España es un Estado ajeno roza el 10%, menos que la mitad las personas
de la clase alta/media alta para los que España significa lo mismo.
Evidentemente a todo ello no es ajeno el hecho de que buena parte de la
clase obrera esté constituida por personas con raíces en otras zonas de
España. El 66% de la clase obrera tiene como lengua materna el
castellano, y entre ellos el apoyo a la independencia es muy bajo
(también es bajo en la clase alta/media alta cuya lengua materna es el
castellano).
Pero incluso entre la clase obrera que tiene el catalán
como lengua materna el apoyo a la opción independentista es
significativamente más bajo que entre la clase alta/media alta con esa
lengua.
Estos datos muestran la imagen de un proyecto nacionalista respaldado
mayoritariamente por los sectores más acomodados de la sociedad
catalana, al tiempo que la voz disonante de las clases más humildes,
cuya lengua materna es con frecuencia el castellano, apenas tiene
impacto en la agenda pública y política catalanas.
Su proclividad a la
abstención además asegura su infra-representación política en el
Parlament (e incluso en una hipotética consulta sobre la relación de
Cataluña con el resto de España). Como han puesto de manifiesto
brillantemente en dos best-sellers académicos los politólogos Larry
Bartels ( Unequal Democracies) y Martin Gilens ( Affluence and Influence),
las clases desfavorecidas encuentran muchas dificultades para que sus
preferencias sean tomadas en consideración por partidos políticos y
gobiernos.
El sistema político termina claramente sesgado porque las
clases pudientes logran, de diversas maneras, que sus preferencias
prevalezcan frente a las de sectores más desfavorecidos, por muy
nutridos que sean éstos últimos." (Pau Marí-Klose
/
Francisco Javier Moreno Fuentes , eldiario.es, 19/05/2013)
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