"Disculpen que vuelva a darles la lata con el lío de las supuestas
aspiraciones independentistas de Cataluña: como catalán extremeño (o
como extremeño catalán), el asunto me interesa mucho. Además, no soy yo
quien da la lata, sino la realidad.
Que el asunto es un lío lo demuestra el lío que se ha hecho con él la
izquierda catalana, y en particular el PSC, que al principio de esta
legislatura nos dejó boquiabiertos asegurando que se abstendría en todas
las votaciones relacionadas con el proceso soberanista iniciado por los
nacionalistas, como si no fuera con él; luego, por fortuna, ha
rectificado, pero la sensación de lío persiste (o aumenta).
Es la misma
que tenemos desde hace casi cuarenta años: atrapada en la falsa
disyuntiva entre el nacionalismo catalán y el español, incapaz de crear
un discurso que rechace ambos con la misma energía –puesto que izquierda
y nacionalismo son incompatibles–, la izquierda catalana ha vivido casi
siempre enredada en la tela de araña conceptual tejida por el
nacionalismo catalán, jugando en campo ajeno y yendo por tanto de
derrota en derrota hasta la previsible derrota final.
¿Dónde está el lío
esta vez? En el llamado “derecho a decidir”, un concepto acuñado y
propagado por los nacionalistas. Ahora bien, dirán ustedes, ¿cómo es
posible que el derecho a decidir sea un lío? ¿No consiste precisamente
la democracia en el derecho a decidir? ¿No vivimos en una democracia y
no decidimos constantemente, en elecciones municipales, autonómicas y
generales?
Pues claro que sí; pero ahí está el problema: en que el
derecho a decidir de los nacionalistas es, a la vez, un eufemismo y una
estafa.
Es un eufemismo porque intenta esconder o difuminar su más o menos
reciente vocación independentista; y es una estafa porque, al
identificar independencia y derecho a decidir, los nacionalistas se han
apropiado de éste y, como ha escrito Pérez Royo, “quien se apropia del
derecho a decidir se apropia de la democracia y expulsa fuera de la
misma a quienes entran en debate con él”.
La consecuencia de esto es
que, por temor a ser expulsada de la democracia, la izquierda ha
aceptado el derecho a decidir, cediendo al chantaje nacionalista. Pero
hay más. Aunque la democracia consista en el derecho a decidir, no
consiste en el derecho a decidir sobre lo que nos da la gana. Yo no
tengo derecho a decidir si respeto un semáforo o no: tengo que
respetarlo. Yo no tengo derecho a decidir si pago impuestos o no: tengo
que pagarlos.
En otras palabras: la democracia consiste en el derecho a
decidir dentro de lo que la ley autoriza. Por supuesto, yo puedo cambiar
la ley, pero tengo que hacerlo por los cauces marcados por la propia
ley, porque, en democracia, la ley es la única garantía de libertad y
justicia, la única posible defensa de los débiles frente a los
poderosos.
A juzgar por el borrador de propuesta soberanista, sin
embargo, lo que pretenden los nacionalistas es saltarse por las buenas
no ya la ley, sino la ley de leyes –la Constitución– sin tener la menor
legitimidad para hacerlo. Cuando escribo estas líneas parece que el PSC
empieza a intuir la estafa y va a oponerse a ella. Aleluya.
¿Significa esto que en ningún caso debe celebrarse en Cataluña un
referéndum sobre la independencia? A mi juicio, no. En democracia, lo
que no es ley es violencia, así que, si se demostrase de una forma
inequívoca que una inequívoca mayoría de catalanes quiere la
independencia, habría que encontrar el cauce legal que permitiese
realizar la consulta; no digo que esto no entrañase riesgos, pero muchos
más entrañaría obligar a una mayoría de catalanes a hacer algo que no
quiere hacer.
¿Existe ya esa mayoría? Dejémonos de eufemismos: ¿cuántos
catalanes están a favor de la independencia? En las últimas elecciones,
los partidos inequívocamente independentistas (ERC más CUP) sumaron 24
diputados de 135: un 17%.
Seamos generosos y sumémosles la mitad de los
diputados de CiU –ya es ser generoso, porque CiU jamás se ha declarado
independentista–: 49 diputados, un 36%. Es decir: una apreciable
minoría, pero una minoría. Cuando esa minoría se convierta en mayoría
–si es que lo hace–, habrá que hablar. Mientras tanto, la primera
obligación de cualquiera que cree en la democracia es impedir que nadie
trate de usurparla." (
Javier Cercas
, El País, 3 FEB 2013)
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