"Pocos extranjeros hay más prohispánicos que yo (...)
De ahí mi incomprensión y mi pesar por el error fatal que se vislumbra en el horizonte.
Comprendo el discurso: Europa se construye y en su seno la identidad
se manifiesta en el nivel más próximo a los ciudadanos y, entre los dos
niveles, como perdidas, vagan las viejas naciones-Estado. Una Europa
federal, una Catalunya como Estado miembro y, entre las dos, una España
hundida, como si los länder alemanes fueran a reafirmarse a expensas del
Bund o como si las regiones italianas, Lombardía la primera, fueran a
emanciparse sobre las espaldas de Roma.
No hay idea más falsa: nadie
sabe si la Europa federal existirá algún día. Con sus veintisiete
miembros, la Unión Europea y, con sus dieciséis miembros, la zona del
euro son construcciones sui géneris que nada tienen en común con una
federación y cuyo funcionamiento exige estados miembros tan fuertes como
sea posible. Reconfiguradas con una multiplicidad de pequeños
participantes, estas construcciones se necrosarían desde dentro.
Otra idea fatal: la convicción de que la Unión, con Francia a la cabeza, acogería de buen grado a una Catalunya independiente. (...)
Ocurre más bien lo contrario: a París
le interesa una España fuerte para reforzar el arco mediterráneo de la
Unión ante Berlín y su hinterland en Europa central. En cuanto a la
propia Unión, sólo puede actuar como un freno para cualquier iniciativa
de independencia por miedo a un efecto dominó de un país con problemas
de unidad a otro, lo que la debilitaría dramáticamente.
Tercera idea falsa: una Catalunya emprendedora y extravertida
encontraría mejor su lugar en la globalización que a través del reino de
España. He aquí una ilusión infantil.
No son Israel o Singapur quienes
lo desean. Las empresas de una Catalunya independiente no se
beneficiarían de un mercado interior potente, ni de un sistema
financiero de primer nivel mundial, ni de una incubadora de alta
tecnología como es Israel.
¿Por qué los grandes actores económicos
tomarían el camino de Barcelona después de un espasmo de semejante
violencia? A sus ojos, Catalunya sería sinónimo de riesgos, y las
medidas fiscales anunciadas en el marco del actual pacto de gobierno
constituyen, desde esta perspectiva, el peor de los mensajes. (...)
Cuarta idea falsa: Catalunya se financiaría mejor en los mercados
internacionales, ya que estaría libre de toda conexión fiscal con
Madrid, y sería más rica.
Sin embargo, esto presupone tener un crecimiento fuerte que alimente
sus presupuestos. ¿Cuál sería el motor de este crecimiento? Ni el
mercado interno, ni la inversión extranjera.
Si la economía catalana, ya
sospechosa a los ojos del mundo, se estancara, no encontraría ningún
recurso en los mercados y debería ir a mendigar ayuda, pero no a una
Unión Europea de la que no formaría parte, sino a un Fondo Monetario
Internacional que la trataría con rigor. Es una infantilidad creer que
las dificultades actuales de financiación de Catalunya sólo se explican
por un desequilibrio fiscal con Madrid.
Quinta idea falsa: la creencia en la irresistible voluntad popular,
la idea de que, ante una victoria en un referéndum, ninguna regla
institucional se resiste. Es una visión muy robespierrana creer que la
democracia se reduce al sufragio universal.
En realidad, desde
Montesquieu sabemos que el funcionamiento democrático impone a la vez el
respeto del sufragio y la aceptación de reglas de derecho. Un
referéndum ganado unos puntos por encima de la mayoría no puede borrar
los límites que establece la Constitución española, el veto de no pocos
estados miembros, las reticencias de Bruselas…
Sería ciertamente una baza, pero en ningún caso una autopista hacia
un hecho consumado. Por parte del Govern catalán, eso supondría una
brutalidad casi revolucionaria que provocaría la marginación de
Barcelona en Europa, algo que no se puede permitir.
¿Qué es un error fatal? Una decisión, a menudo tomada en periodos de
crisis, que tiene carácter irreversible y cuyas consecuencias son
incalculables. La independencia de Catalunya se ajustaría, sin duda, a
esta definición." (ALAIN MINC
LA VANGUARDIA, 11.01.13, en Miquel Iceta, 11/01/2013)
LA VANGUARDIA, 11.01.13, en Miquel Iceta, 11/01/2013)
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