1/12/12

María Aurelia Campmany: “todo el que hablaba castellano era fascista”. Y ni el PSC ni IC dejaron de fomentar el sentimiento de expolio y ofensa contra el pueblo de Catalunya

"El resultado del 25 de noviembre es que las mismas incógnitas, idénticas frustraciones y lo que es peor, las hostilidades entre las comunidades catalano y castellano hablantes, y entre los que se consideran únicamente catalanes y los que se consideran españoles, siguen abiertas.

 A los pocos días de las elecciones Joan Tardá, en una larguísima intervención en televisión, manifestaba su exultante júbilo por el resultado. Literalmente dijo: “La pérdida de los escaños de CIU es una magnífica noticia, de esa manera Convergencia ha perdido los michelines españolistas que tenía y se ha quedado con el electorado independentista”. 

Y allí está ERC para sostener con fuerza y fuerzas el plan del referéndum, propósito que ahoga todo otro objetivo.

Cierto es que añadió que no querían el euro por receta y que pedían que se reinstaurara el impuesto de sucesiones, pero afirmó muy rotundamente que ellos no planteaban un cambio revolucionario, que de ninguna manera iban a pedir colectivizaciones, no fuera a ser que les confundieran con los denigrados rojos. 

En definitiva, para tan magras conquistas sociales no hacían falta estas alforjas. Como comenté en mi artículo ¿Dónde está la izquierda en Catalunya? los intereses de las clases trabajadoras están siendo fagocitados por la propaganda nacionalista, que siguiendo los intereses de la burguesía promete abundancia y felicidad si se separan de la odiada España. 

Llegan al delirio cuando hablan de liberar a la nación catalana de la opresión colonial española. No hay más que repasar la prensa surgida en los últimos años para leer en el ejemplar de cada día veinte veces esta afirmación.

Esta propaganda está hábilmente diseñada para provocar la emoción de aquellos ciudadanos que desde hace treinta años están sometidos al bombardeo propagandístico del catalanismo victimista.

 Treinta años ininterrumpidos, porque durante el interregno del gobierno del tripartito los partidos de izquierda no cambiaron los discursos políticos de CIU y de ERC que manifestaban un evidente desprecio al resto de los españoles, a los que acusan de beneficiarse de las buenas cualidades de laboriosidad y responsabilidad que conforman el seny catalán.

 Las declaraciones de Duran i Lleida acusando a los andaluces de pasarse el día bebiendo en la taberna mientras los catalanes trabajan para pagarles el PER, las de su mujer contra murcianos y marroquíes, las inefables de Heribert Barrera pidiendo que se expulsara de Cataluña a todo el que no fuera catalán, son sólo las más expresivas de una ideología xenófoba y despreciativa contra todo el que no pertenezca al pueblo elegido.

 La hostilidad agresiva que desde los medios de comunicación catalanes mostraron contra el manifiesto en defensa del castellano, en el que estaban catedráticos e intelectuales tan respetables como Francesc de Carreras y Victoria Camps, a los que los grupúsculos independentistas se atrevieron a calificar de fascistas, que concluyó en el lamentable episodio del atentado armado contra Federico Giménez Losantos, por parte de Terra Lliure, nunca fue suficiente ni sinceramente condenada por CIU ni ERC. 

 Y ni el PSC ni IC dejaron de fomentar el sentimiento de expolio y ofensa contra el pueblo de Catalunya que había sembrado y cultivado CIU en sus veintitrés años de gobierno.

La perversidad mayor ha sido identificar a todo aquel que no defienda la independencia de Catalunya como franquista. Ya durante la dictadura percibí algunos signos de alarma en tal sentido cuando María Aurelia Campmany me obsequió, en los lejanos años sesenta, con la rotunda afirmación de que “todo el que hablaba castellano era fascista”. 

Y como le repliqué que en el momento en que el pueblo se batía heroicamente en la defensa de Madrid frente a las tropas franquistas estaba defendiendo también el Estatuto de Catalunya, mostró su desconcierto ante tal idea. Los españoles, es decir, todos los que no eran catalanes, para ella nunca habían luchado por sus libertades y las del pueblo catalán. 

Esa falsificación de una historia de luchas heroicas que ha protagonizado el pueblo español durante un siglo contra sus monarquías para lograr una República que, entre otras reivindicaciones, diera lugar a la Federación de comunidades que uniría y respetaría las diferencias de nuestro país, ha llegado al extremo de negarle el nombre a España.(...)
 
Y hoy, dirigiendo sus insultos, reproches y exigencias económicas al resto de los ciudadanos españoles, la clase política catalana está llevando a su pueblo al enfrentamiento de los trabajadores, que es en realidad lo que siempre persiguen las burguesías. (...)

Como describía magistralmente Víctor Hugo  en Los Miserables, el “ultra” es aquel para quien la nieve es poco blanca y el rey poco monárquico, y por tanto para los “ultras” independentistas después de tres décadas de vigencia de los Estatutos, de elecciones continuadas de su gobierno, de normalización del idioma como lengua vehicular en la escuela y exclusiva en varias televisiones y periódicos, de poseer la competencia de la justicia, de la policía, de la sanidad, de los servicios sociales, de los ferrocarriles, y de cobrar el 50% de los impuestos, los catalanes siguen siendo víctimas de un expolio continuado por parte de los españoles y continua el genocidio cultural y lingüístico que impuso el franquismo, convertido el Estado Español en un Estado represor, autoritario, colonialista de Cataluña, “per se”, como una esencia divina propia, sin que exista diferencia alguna entre los regímenes y los gobiernos que han administrado ese Estado en un siglo. 

 En definitiva, que la ideología dominante de CIU y de Esquerra —no digamos ese montaje de la CUP— es que siendo los catalanes más productivos, más sensatos, más ahorradores, más listos, más avanzados, más modernos, más cultos, deben separarse de aquellos cutres, vagos, despilfarradores,  pretenciosos y ladrones del Estado Español para no seguir trabajando esforzadamente en mantenerlos mientras ellos se divierten.

Este es el mismo discurso que Angela Merkel y sus secuaces han difundido respecto a la Europa del Sur y que, como toda ideología xenófoba y egoísta, ha calado en la ciudadanía alemana por más falsa que sea.

 Los alemanes, dicen, no están dispuestos a pagar los gastos de la interminable fiesta portuguesa, italiana, griega, española, —los países cuyos nombres en acrónimo inglés es PIGS, “cerdos”— con su esfuerzo continuo de trabajadores responsables y serios.

 Lo que los dirigentes políticos y financieros de toda Europa ocultan es que las oligarquías y la banca alemanas financiaron los ingentes gastos de la reunificación de las dos alemanias también con las aportaciones de los subdesarrollados trabajadores del sur.  (...)

De la misma forma que Catalunya se ha hecho grande con el esfuerzo de los millones de emigrantes murcianos, andaluces y extremeños que han construido desde el metro y los edificios modernistas, a principios del siglo XX, hasta la Barcelona olímpica, y han cuidado a nuestros niños y a nuestros viejos, a la par que recogían la basura y limpiaban las alcantarillas, para dar más beneficio y lustre a la burguesía catalana."        (Lidia Falcón, Público, 01/12/2012)

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