"El resultado del 25 de noviembre es que las mismas incógnitas,
idénticas frustraciones y lo que es peor, las hostilidades entre las
comunidades catalano y castellano hablantes, y entre los que se
consideran únicamente catalanes y los que se consideran españoles,
siguen abiertas.
A los pocos días de las elecciones Joan Tardá, en una
larguísima intervención en televisión, manifestaba su exultante júbilo
por el resultado. Literalmente dijo: “La pérdida de los escaños de CIU
es una magnífica noticia, de esa manera Convergencia ha perdido los
michelines españolistas que tenía y se ha quedado con el electorado
independentista”.
Y allí está ERC para sostener con fuerza y fuerzas el
plan del referéndum, propósito que ahoga todo otro objetivo.
Cierto es que añadió que no querían el euro por receta y que pedían
que se reinstaurara el impuesto de sucesiones, pero afirmó muy
rotundamente que ellos no planteaban un cambio revolucionario, que de
ninguna manera iban a pedir colectivizaciones, no fuera a ser que les
confundieran con los denigrados rojos.
En definitiva, para tan magras
conquistas sociales no hacían falta estas alforjas. Como comenté en mi
artículo ¿Dónde está la izquierda en Catalunya?
los intereses de las clases trabajadoras están siendo fagocitados por
la propaganda nacionalista, que siguiendo los intereses de la burguesía
promete abundancia y felicidad si se separan de la odiada España.
Llegan
al delirio cuando hablan de liberar a la nación catalana de la opresión
colonial española. No hay más que repasar la prensa surgida en los
últimos años para leer en el ejemplar de cada día veinte veces esta
afirmación.
Esta propaganda está hábilmente diseñada para provocar la emoción de
aquellos ciudadanos que desde hace treinta años están sometidos al
bombardeo propagandístico del catalanismo victimista.
Treinta años
ininterrumpidos, porque durante el interregno del gobierno del
tripartito los partidos de izquierda no cambiaron los discursos
políticos de CIU y de ERC que manifestaban un evidente desprecio al
resto de los españoles, a los que acusan de beneficiarse de las buenas
cualidades de laboriosidad y responsabilidad que conforman el seny
catalán.
Las declaraciones de Duran i Lleida acusando a los andaluces
de pasarse el día bebiendo en la taberna mientras los catalanes trabajan
para pagarles el PER, las de su mujer contra murcianos y marroquíes,
las inefables de Heribert Barrera pidiendo que se expulsara de Cataluña a
todo el que no fuera catalán, son sólo las más expresivas de una
ideología xenófoba y despreciativa contra todo el que no pertenezca al
pueblo elegido.
La hostilidad agresiva que desde los medios de
comunicación catalanes mostraron contra el manifiesto en defensa del
castellano, en el que estaban catedráticos e intelectuales tan
respetables como Francesc de Carreras y Victoria Camps, a los que los
grupúsculos independentistas se atrevieron a calificar de fascistas, que
concluyó en el lamentable episodio del atentado armado contra Federico
Giménez Losantos, por parte de Terra Lliure, nunca fue suficiente ni
sinceramente condenada por CIU ni ERC.
Y ni el PSC ni IC dejaron de
fomentar el sentimiento de expolio y ofensa contra el pueblo de
Catalunya que había sembrado y cultivado CIU en sus veintitrés años de
gobierno.
La perversidad mayor ha sido identificar a todo aquel que no defienda
la independencia de Catalunya como franquista. Ya durante la dictadura
percibí algunos signos de alarma en tal sentido cuando María Aurelia
Campmany me obsequió, en los lejanos años sesenta, con la rotunda
afirmación de que “todo el que hablaba castellano era fascista”.
Y como
le repliqué que en el momento en que el pueblo se batía heroicamente en
la defensa de Madrid frente a las tropas franquistas estaba defendiendo
también el Estatuto de Catalunya, mostró su desconcierto ante tal idea.
Los españoles, es decir, todos los que no eran catalanes, para ella
nunca habían luchado por sus libertades y las del pueblo catalán.
Esa falsificación de una historia de luchas heroicas que ha
protagonizado el pueblo español durante un siglo contra sus monarquías
para lograr una República que, entre otras reivindicaciones, diera lugar
a la Federación de comunidades que uniría y respetaría las diferencias
de nuestro país, ha llegado al extremo de negarle el nombre a España.(...)
Y hoy, dirigiendo sus insultos, reproches y exigencias económicas al
resto de los ciudadanos españoles, la clase política catalana está
llevando a su pueblo al enfrentamiento de los trabajadores, que es en
realidad lo que siempre persiguen las burguesías. (...)
Como describía magistralmente Víctor Hugo en Los Miserables,
el “ultra” es aquel para quien la nieve es poco blanca y el rey poco
monárquico, y por tanto para los “ultras” independentistas después de
tres décadas de vigencia de los Estatutos, de elecciones continuadas de
su gobierno, de normalización del idioma como lengua vehicular en la
escuela y exclusiva en varias televisiones y periódicos, de poseer la
competencia de la justicia, de la policía, de la sanidad, de los
servicios sociales, de los ferrocarriles, y de cobrar el 50% de los
impuestos, los catalanes siguen siendo víctimas de un expolio continuado
por parte de los españoles y continua el genocidio cultural y
lingüístico que impuso el franquismo, convertido el Estado Español en un
Estado represor, autoritario, colonialista de Cataluña, “per se”, como
una esencia divina propia, sin que exista diferencia alguna entre los
regímenes y los gobiernos que han administrado ese Estado en un siglo.
En definitiva, que la ideología dominante de CIU y de Esquerra —no
digamos ese montaje de la CUP— es que siendo los catalanes más
productivos, más sensatos, más ahorradores, más listos, más avanzados,
más modernos, más cultos, deben separarse de aquellos cutres, vagos,
despilfarradores, pretenciosos y ladrones del Estado Español para no
seguir trabajando esforzadamente en mantenerlos mientras ellos se
divierten.
Este es el mismo discurso que Angela Merkel y sus secuaces han
difundido respecto a la Europa del Sur y que, como toda ideología
xenófoba y egoísta, ha calado en la ciudadanía alemana por más falsa que
sea.
Los alemanes, dicen, no están dispuestos a pagar los gastos de la
interminable fiesta portuguesa, italiana, griega, española, —los países
cuyos nombres en acrónimo inglés es PIGS, “cerdos”— con su esfuerzo
continuo de trabajadores responsables y serios.
Lo que los dirigentes
políticos y financieros de toda Europa ocultan es que las oligarquías y
la banca alemanas financiaron los ingentes gastos de la reunificación de
las dos alemanias también con las aportaciones de los subdesarrollados
trabajadores del sur. (...)
De la misma forma que Catalunya se ha hecho grande con el esfuerzo de
los millones de emigrantes murcianos, andaluces y extremeños que han
construido desde el metro y los edificios modernistas, a principios del
siglo XX, hasta la Barcelona olímpica, y han cuidado a nuestros niños y a
nuestros viejos, a la par que recogían la basura y limpiaban las
alcantarillas, para dar más beneficio y lustre a la burguesía catalana." (Lidia Falcón, Público, 01/12/2012)
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