"P.- ¿Hay entonces un buen nacionalismo y un mal nacionalismo?
R.- El malo es simplemente el que va asociado a la violencia y la
discriminación étnica. Pero hay un nacionalismo inclusivo que dice:
‘Estamos unidos por los valores, no por la raza’. Y ese nacionalismo
tiene un largo futuro por delante.
Yo soy uno de esos cosmopolitas que
ha vivido en muchos países que tiene muchas cosas buenas que decir sobre
los nacionalismos: el orgullo y el amor por la patria son emociones
muy positivas y que logran cosas. El nacionalismo es una antigua
solidaridad entre extraños. Y a mí me gusta la solidaridad.
P.- Usted diferencia entre un nacionalismo étnico y otro cívico.
R.- El nacionalismo cívico comienza con la Revolución Francesa, con
Liberté, Égalité, Fraternité y la idea de que una comunidad nacional
está definida por sus valores, no por el origen de sus ciudadanos; por
sus compromisos políticos, no por su pasado racial o lingüístico.
El
nacionalismo cívico es democrático, igualitario y abierto a los
extranjeros. Por ejemplo, yo me opongo al nacionalismo quebequés pero
nunca diría que es un nacionalismo étnico; es democrático.
Hay muchos
inmigrantes que no nacieron en Quebec pero que son miembros del Partido
Separatista y que quieren un Quebec independiente. ¡Bien por ellos! Eso
es lo que entiendo por cívico.
P.- Entonces, ¿el nacionalismo basado en la cultura, la lengua y la historia propia no es democrático ni moderno?
R.- Si cogemos el nacionalismo catalán, ¿qué es? Es el sentimiento
de que Cataluña tiene un pasado histórico diferenciado, una lengua
propia, aspectos de una cultura distinta y una tradición política
diferente. Todo esto es verdad. Todo es compatible con una herencia
democrática.
No hay nada terrible en el nacionalismo catalán, la clave
es política. ¿Debe tener un Estado? La cuestión no es si los catalanes
son una nación, sino si deben tener un Estado. Y en esto yo discrepo.
No
veo ninguna razón por la que el pueblo catalán no pueda tener una
identidad nacional fuerte dentro del Estado español. Pero eso deben
decidirlo ellos y los españoles. Yo no soy de aquí, no es mi batalla
[sonríe].
P.- ¿Ser nacionalista no tiene por qué ir unido a defender el derecho a tener un Estado?
R.- Tener un Estado significa que se fuerza a la gente a hacer una
elección que muchos catalanes y muchos españoles no querrían hacer.
En
Barcelona he conocido a muchos catalanes que están orgullosos de su
identidad catalana pero que también están orgullosos de su asociación
con España.
Es parte de ellos. El problema es querer tener un Estado y
hacer a la gente elegir poner una frontera, un pasaporte entre ellos y
España. Tendrán que elegir entre dos lealtades. Las personas tienen
lealtades mezcladas.
El argumento moral en favor de España es que
permite ser las dos cosas: catalanes y españoles, vascos y españoles.
Forzar a la gente a elegir en el centro de sí mismos es muy divisivo.
Es muy doloroso.
P.- ¿Cómo se pueden integrar en nuestro país ambas lealtades?
R.- Esto no es un problema sólo español. Es un problema europeo e
internacional. Todos los estados modernos son multinacionales y no sólo
multiétnicos. Así que España no tiene un problema que nadie más sufre,
sino que tiene el problema que tienen todos.
Deberá encontrar
soluciones a su medida, lo que quizá signifique un cambio
constitucional, o una mayor descentralización, pero deberá encontrar un
equilibrio. España ha hecho un gran trabajo en descentralizar el
Estado desde los 80. Y es ella la que tiene que decidir un compromiso
para que esto funcione.
Pero todas las sociedades tienen este problema.
Gran Bretaña va a enfrentarse a ello. Canadá lleva 150 años con ello
(y no estoy vendiendo nada). Sólo digo que tenemos que aprender unos de
otros porque todos estamos en el mismo asunto. Pero estoy convencido
de que lo correcto es compartir, no separar.
P.- Ustedes en Canadá han celebrado ya dos referendos sobre la
independencia de Quebec. En España, los nacionalistas catalanes y vascos
reclaman el derecho a celebrar sus propios referendos, pero no se
contempla esta medida en nuestra Constitución.
R.- Para ser honesto y cuidadoso, los problemas de España no son los
de Canadá, pero dicho esto, hay que resaltar que no se puede retener a
una persona en la casa si lo que quiere es irse. La única solución es
celebrar un referéndum y las reglas son éstas. La pregunta debe ser
clara: ¿dentro o fuera? El resultado debe ser claro: ¿sí o no?
Y una vez
el resultado es claro, si el voto es por la separación, no es el fin
de la historia, sino el principio, hay que hablar, negociar. No hay
secesión unilateral. Si no se tienen conversaciones, el problema puede
escapar a la política y convertirse en violento muy rápido.
Así que
preguntas claras, resultados claros, sin secesión unilateral,
negociamos… Eso es lo que Canadá aprendió. Hay que acordar las reglas
del juego y aquí, los españoles tienen tanto derecho a ser parte de la
discusión como catalanes o vascos. Es una conversación en todo el país
no sólo para una parte de él. Déjeme ser claro: espero que no lleguen a
ello. No es una opción feliz, sino muy dolorosa.
Así que no lo hagan a
menos que tengan que hacerlo. Pero no pueden pretender que pueden
mantener a un pueblo en un país contra su voluntad. Antes o después, no
funcionará. Así que creo que sí, que antes o después, el referéndum
deberá estar sobre la mesa en Cataluña. Lo están haciendo en Escocia,
pero con normas muy claras.
P.- En el epílogo de su libro, escrito para la edición española,
usted habla de que, pese a que la crisis económica ha sacudido España,
no ha debilitado sus cimientos constitucionales y las reclamaciones
nacionalistas no han aumentado.
Pero contrariamente a su afirmación, el
revival del catalanismo tiene mucho que ver con el modelo de
financiación autonómica y la bancarrota de la Generalitat. ¿Cuál es el
papel de la economía en la revitalización de los sentimientos
nacionalistas?
R.- Las regiones ricas se preguntan por qué deben pagar para ayudar a
las regiones más pobres. Y no hay duda de que la crisis económica está
produciendo una ruptura de la solidaridad.
Así que eso es un problema.
Y no es sólo un problema dentro de España, sino dentro de Europa. Los
países ricos de Europa se preguntan porqué deben rescatar a los pobres.
Sólo hay una solución para eso y es que todo el mundo entienda su
papel en esta asociación.
Las partes más ricas de Europa necesitan a
las más pequeñas, son parte de su mercado. Alemania necesita a España.
La idea de que Cataluña no necesita a España es absurda. La economía
catalana necesita el mercado español.
El nacionalismo no es la solución
a los problemas económicos. Y tampoco es la respuesta a ellos. Es el
deseo político de ser dueño de tu propia casa. Hay muchas razones para
el nacionalismo catalán. Una de ellas es querer ser el gran pez del
acuario. Pero no vayas y le digas a tu pueblo que es la solución a tus
problemas económicos, porque no lo es.
No prometas a tu pueblo milagros
económicos que no van a ocurrir. Me tomo el nacionalismo muy en serio.
Respeto a catalanes y vascos. Sólo pienso que no es la solución a las
dificultades económicas de nadie. No necesitan un Estado.
P.- En un mundo globalizado, ¿cómo combinar el sentimiento nacionalista con la pertenencia a organizaciones supranacionales?
R.- Ambas fuerzas están relacionadas. Mientras nos globalizamos, la
gente siente que está perdiendo control en sus comunidades. Así que el
nacionalismo es la respuesta a la globalización. Una respuesta al miedo
de perder el control político de tu vida." (El Mundo 1/12/12, Entrevista MICHAEL IGNATIEFF, en Fundación para la Libertad, 01/12/2012)
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