3/12/12

En Cuenca, la gente ha mirado con un cierto asombro el estallido catalán, pero sin acritud ninguna y, sobre todo, sin excitarse... y se han reído un poco cuando los catalanistas han hablado de ejércitos y sables

"¿por qué siempre tenemos que estar en España hablando de las últimas ocurrencias de los nacionalistas catalanes o vascos? ¿Es que en el resto del país no sucede nada digno de atención? ¿Sólo ellos merecen interesarnos por sus cuitas? ¿Por qué no hablar de lo que queda de España en lugar de devanarnos los sesos con las tribulaciones metafísicas de los periféricos? 

Por eso, en lugar de con catalanes hablo con un amigo conquense. ¿Qué hay por ahí? Lo primero, me dice, estoy muy orgulloso de la calidad de la ciudadanía de aquí, que ha asumido con toda naturalidad (incluso con un cierto deje de indiferencia) la reciente reclamación de independencia de Cataluña.

 Hace unos años, no tantos, se hubiera montado una verbena patriótica para defender la sagrada unidad. Estos meses, por el contrario, las gentes han mirado con un cierto asombro el estallido catalán, pero sin acritud ninguna y, sobre todo, sin excitarse. 

Han visto cómo llovían sobre sus cabezas los más curiosos improperios del catalanismo, que les acusaba al tiempo de robar a ese país, de despreciar su cultura y de intentar imponerles otra identidad.

 ¡Vaya pataleta absurda!, han pensado, deben referirse a otros, no a nosotros. Se han reído un poco cuando los catalanistas han hablado de ejércitos y sables, meneando la cabeza con sorna: ¡pues sí que están los tiempos para golpes militares! 

Les ha resultado un pelín patético ese recurso de los catalanistas a la amenaza de la fuerza para hinchar su fervor. Al final, la mayoría ha pensado que, si de verdad nos ven así, mejor que se vayan, que ya nos arreglaremos sin ellos.

 Aunque también muchos han rumiado que no, que en el fondo no quieren irse, que sólo quieren gritar para mamar.

Y este es el punto que tiene un tanto escamados a los conquenses. El por qué en este país nuestro sólo maman los que gritan. No acaban de entender la razón por la cual toda la intelectualidad española proclama compungida que, desde hoy mismo, hay que encontrar la forma de que los catalanes estén contentos en España, que hay que reformar el Estado para que estén cómodos y se sientan queridos. 

Que hay que federalizar el Estado, como dicen los más finos. Pero bueno, si ellos son los que han armado el lío, que lo solucionen ellos, dicen los de Cuenca. Si tienen un problema tan gordo para ser ciudadanos de este Estado, ése es su problema, no el nuestro.

 ¿Por qué debemos asumir como propio el problema de ellos, por qué siempre tenemos nosotros que dar para que ellos vuelvan otra vez a quejarse? Los conquenses son en esto muy castizos y de mente un tanto cuadrada: cada uno debe resolver sus problemas, no endosárselos a los demás como si fueran de todos.

 Porque no lo son. Y resulta un tanto pueril pedirnos ahora que les demos besos a los catalanes para que se sientan estimados. Que se aclaren ellos solitos sobre sus sentimientos, que ya son mayores para hacerse un psicoanálisis.

Además, dicen en Cuenca –en voz baja– ¡vaya momento han buscado los señoritos para montar el pollo!"      (El Correo 2/12/12,  J.M. Ruiz Soroa, en Fundación para la Libertad, 02/12/2012)

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