"En una extrapolación comparativa, si sumamos el conjunto del
electorado de signo más menos nacionalista que hipotéticamente cree que
la lengua catalana es la esencia de Cataluña, la desproporción entre esa
suma y la difusión del libro en catalán plantea una paradoja porque, si
se nos dice que cada vez hay más nacionalistas, también se constata que
disminuye el número de lectores.
Algo así como 1.800.000 votantes, con
una tirada media de 2.500 ejemplares en el libro en catalán.
De aceptarlo como consecuencia de una crisis económica que afecta a
todos los índices culturales, incluso al que —según el nacionalismo
esencialista— constituye la identidad irrenunciable de Cataluña, hagamos
otra comparación: sumemos el número de afiliados a los partidos de una u
otra concreción nacionalista y cotejemos la cifra resultante —unos
100.000— con los índices en estancamiento de la lectura de libros en
catalán.
Puesto que la desproporción sigue siendo notoria, reduzcamos el
mercado potencial del libro en catalán a quienes están en las
instituciones porque han hecho bandera de la lengua o al menos así se
presentaron a unas u otras elecciones. Solo los concejales son más de
6.000.
Incluso así, ya tan limitado el espectro, sigue siendo
constatable la desproporción. En fin, la vocación nacionalista no
implica la voluntad de comprar y leer libros en catalán.
No está claro qué repercusión han tenido ya los largos años de
inmersión lingüística, la vindicación soberanista o la espuma
independentista. Habrá aumentado el uso social del catalán —utilitario—
pero sin acceder a una mayor proyección significativa del catalán como
lengua de cultura, como lengua de cultura exigente, intelectualmente
competitiva, literariamente creativa.
Ni tan siquiera es constatable que
en la comunidad universitaria los estudios de filología catalana
garanticen indagaciones de gran prestigio, sino el apego a una cierta
mediocridad corporativista.
De ahí la falta de aportación a un género
como el ensayo, vital en estos momentos de cambios globales y que en
Cataluña se circunscribe mayoritariamente al temario del anhelo catalán,
la frustración catalana, la imposibilidad de ser parte de España y las
ventajas financieras de independizarse.
Un reduccionismo así impide
pensar sobre el mundo de hoy. Lo reconocen no pocos editores, por lo
mismo que se lamentan los profesores universitarios agobiados por el
escalafón y la inmersión nacionalista. Es un déficit claro de
creatividad y no parece atribuible a imposiciones genocidas de la lengua
castellana.
Muy al contrario: a mayor déficit de creatividad, mayor
superávit de institucionalización del catalán. Haría falta una
prospección ecuánime que las actuales circunstancias políticas hacen
prácticamente imposible.
Al contrario, nos estamos retrotrayendo a los
hábitos del victimismo lingüístico precisamente cuando la lengua
catalana es la lengua vehicular del sistema educativo, la lengua
imperante en la Administración, la lengua de los medios públicos de
comunicación y de los subvencionados, incluso la lengua por cuota del
ock and roll catalán. (...)
No es por ponernos apocalípticos, pero es que la cultura de Cataluña puede acabar siendo un parque temático." (
Valenti Puig
Barcelona, El País,
16 DIC 2012)
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