"Sobre el fondo de una crisis económica sin precedentes, que sirve de
combustible a discursos identitarios excluyentes en toda Europa,
Cataluña avanza a lomos del nuevo populismo independentista hacia una
escisión social en dos comunidades divergentes.
La primera, articulada
en torno a las bases tradicionales del nacionalismo y a sus clases
dirigentes, experimenta una progresiva radicalización populista
y desarrolla una creciente beligerancia no sólo hacia “España”, sino
también hacia la tradicional pluralidad identitaria y lingüística de la
sociedad catalana.
Es a esta desafección, a la vez hacia fuera y
hacia dentro de Cataluña, a la que las terminales mediáticas del
nacionalismo, tanto públicas como privadas, sirven a la vez de pólvora,
de mecha y de humo.
La segunda comunidad, sociológicamente urbana y trabajadora,
económicamente más vulnerable, escasamente nacionalista (ni española ni
catalana) y de identidad preferentemente mixta, ha mostrado
históricamente una movilización política más débil en la política
autonómica (como muestra el persistente fenómeno de abstención
diferencial entre las elecciones regionales y las legislativas) y no ha
tenido un acceso más que subsidiario a los medios de comunicación
nacionalistas y al imaginario catalán que éstos han construido y
difundido en las últimas décadas.
Esta comunidad ha sido -y sigue
siendo- demográficamente mayoritaria. Sin embargo, su rol social y
político en Cataluña ha sido históricamente el de una minoría, una
minoría tolerada por el catalanismo dominante, pero sólo en la medida en que se mantuviera al margen de los asuntos públicos autonómicos: una mayoría minorizada, los más débiles socialmente y los ignorados -cuando no despreciados- culturalmente.
La novedad de este curso político es que incluso este precario y muy
desigual equilibrio resulta demasiado generoso para las élites
dirigentes en Cataluña.(...)
La espiral del silencio que ha consagrado el monopolio mediático
catalanista en las últimas décadas está dando paso a la imposición de un
falso consenso en sus exactos términos: individuos que critican a otros
con los que en el fondo están de acuerdo por temor a ser menospreciados en caso de manifestar lo que realmente opinan.(...)
Los sectores obreros y populares de Cataluña más refractarios al catalanismo han sido también uno de los principales bastiones sociológicos y electorales de la izquierda española,
en el que ésta se ha apoyado históricamente para construir el Estado
del bienestar en España y consolidar una red de servicios públicos y
prestaciones sociales -educación, sanidad- con vocación de calidad,
universalidad y justicia social.
Y son, por tanto, los sectores que más
beligerantes podrían mostrarse a priori con los durísimos recortes que
el gobierno convergente ha aplicado sobre la sanidad y la
educación, al tiempo que preservaba la “prioridad nacional” y los gastos
ligados a su estrategia identitaria.
En ese sentido, resulta ilustrativa, por reveladora de la estrategia
catalanista subyacente, la temprana acusación de “españolismo” que el
nacionalismo lanzó contra el Movimiento 15M cuando éste inició sus
movilizaciones en Cataluña contra las políticas neoliberales de la
Generalidad convergente. (...)
Hay más consecuencias. La escalada identitaria que lidera el Gobierno
autonómico nacionalista catalán y sus aliados político-mediáticos, la
retórica totalitaria -sacrificial y mesiánica por momentos- de sus
dirigentes y portavoces, empeñada en glorificar el dictado de los
“sentimientos” frente al imperio de la razón, de las leyes y las
instituciones democráticas; la continua descalificación del marco
constitucional -contrapuesto a una supuesta “voluntad del pueblo” que el
nacionalismo dice encarnar- por parte de quienes deberían ser sus
máximos garantes en Cataluña, así como la progresiva impunidad de las
violaciones de la ley cuando éstas tienen un sentido político y
favorable a los intereses del nacionalismo; están extendiendo en Cataluña un clima de quiebra definitiva de la ley democrática y, con ella, las bases de la convivencia en el seno de una sociedad plural.
El caso del Tribunal Constitucional refleja como pocos la dinámica de
desprecio al ideal democrático por parte del nacionalismo: las
instituciones democráticas se respetan cuando sirven y se descalifican
sin miramientos cuando dejan de hacerlo. (...)
Contra lo que se afirma con demasiada ligereza, la democracia descansa,
además de en el gobierno de la mayoría de los que votan, en el común respeto al imperio de la ley democrática
-que obliga igual a gobernantes y a gobernados- y en la consolidación
de un complejo equilibrio de poderes y contrapoderes institucionales,
todos autónomos pero ninguno completamente independiente de los demás,
en el que la legitimidad democrática es compartida o no es. (...)
Y es esa combinación la que el nacionalismo catalán ha decidido
finalmente abatir en Cataluña al declarar que no se siente comprometido
con la legalidad, que cumple cuando le da la gana y que queda en
suspenso cuando no, situándose así en el terreno de la arbitrariedad y
poniendo, por tanto, en peligro la libertad republicana, merced a la
cual no estamos sometidos a la voluntad arbitraria de nadie porque el
imperio de las leyes así lo asegura. El terreno de déspota, sin más. (...)
Un catalanismo excluyente que ha expropiado
definitivamente las instituciones autonómicas al conjunto de los
ciudadanos, deslegitimándolas al ponerlas al servicio de una estrategia
de exclusión, polarización y enfrentamiento identitario y que, a la vez,
ataca frontalmente los derechos sociales de esos mismos ciudadanos a
los que desprecia, como se ha mostrado superlativamente en el caso de la
sanidad pública.
Las clases no afines al catalanismo dirigente están legitimadas para
resistir democráticamente a un poder que se sitúa por encima de la ley
democrática común, máxima garantía de los derechos y las libertades
-especialmente las de los sectores más vulnerables-; a un poder que ha
disuelto los complejos equilibrios entre instituciones públicas que
caracterizan cualquier Estado democrático y de derecho; a un poder que ataca con creciente virulencia los derechos cívicos y sociales,
aprovechando la gravedad de la crisis social y económica y la debilidad
de los contrapoderes institucionales del Estado; a un poder que
alimenta la radicalización identitaria en Cataluña y la dirige contra
los tibios ajenos al núcleo militante del catalanismo.
En este contexto, quizá sea cosa de comenzar a plantearse la posibilidad de la desobediencia pacífica y democrática ante un poder ilegítimo." (lavozdebarcelona.com)
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