"La cohesión social es la última triquiñuela que se han inventado para
justificar la política lingüística nacionalista. Dicen que,
independientemente de la lengua materna de cada uno, el catalán actúa de
cemento social, nos da un sentido de pertenencia y evita la
disgregación y la desigualdad. Es decir: el viejo mensaje de “una
nación, una lengua”.
O sea: “Unidad y las tierras de España”, franquismo puro.
Sin embargo, la explicación que no dicen, la verdadera razón de la
que no pueden hablar en público sin avergonzarse, esconde el más crudo
interés de clase: hay que preservar la pirámide social, con los
catalanohablantes arriba y los castellanohablantes abajo, aunque haya que ir promoviendo a algún Montilla,
para que se note menos.
Actualmente, les cuesta mucho convencer, les
está costando cada vez más vender su artículo, mantener la ficción de la
Cataluña monolingüe. Es un rollo que no cuela.
Tenemos obligación de preguntarnos:
¿Los que hablamos castellano
somos elementos sospechosos? ¿Somos enemigos potenciales? ¿Debemos
esconder el castellano cuando visitamos los pasillos del poder? ¿Poner
un rótulo en castellano merece ser multado? ¿El castellano es una lengua facha?
Este montaje alucinante es sencillamente la culminación del proyecto de
Jordi Pujol, el sueño que lleva alimentando desde sus años mozos.
Proyecto que Heribert Barrera explicó con pelos y señales, incluida la
dictadura transitoria necesaria. Proyecto que un Tarradellas
escandalizado, calificó de “dictadura blanca” y de “algo muy peligroso para Cataluña”.
Es peligroso porque distingue dos tipos de ciudadanos, unos con más
derechos que otros. Eso, en sí mismo, aunque la izquierda oficial lo
asuma, es inaceptable. Pero sobre todo, es peligroso porque no cuadra
con la realidad y porque ineludiblemente nos coloca en el conflicto
social.
El consenso nacionalista se basa en la negación tenaz, pertinaz y
contumaz de la realidad catalana. Como en el cuento del rey desnudo, se
empeñan en decir que su discurso va elegantemente vestido, y pretenden que nos lo creamos.
En esta situación, los bilingüistas somos como el niño del cuento que no respetó la norma social, que se saltó los idola tribus,
y que dijo en voz alta que el rey iba desnudo. Roto el tabú, todo el
mundo cayó en la cuenta de que algo no cuadraba, que ellos también veían
al rey desnudo, pero lo atribuían a su propio defecto personal,
pensaban: “Yo veo al rey desnudo, luego yo tengo un problema”. (Olegario Ortega, lavozdebarcelona.com, 23/04/2012)
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