22/2/11

«Cuando nos fuimos, a mi hijo le llamaban 'txakurrita'»

"«Coger el coche, mirar hacia atrás, a tu tierra, y no saber si vas a poder volver algún día es horrible». Esa es la sensación que la amenaza de ETA ha dejado grabada para siempre en decenas de miles de vascos que un día se vieron obligados a dejar Euskadi. «Miedo, impotencia y soledad» son sentimientos que les han acompañado durante años. (...)

Txema Morales Murcia: «Ha sido el mayor daño, por detrás de matarnos»

Txema Morales era sargento de la Guardia Civil en Irún cuando ETA atentó en 1991 contra la casa cuartel de este municipio guipuzcoano causando heridas a 57 personas, de las que más de 30 eran niños; entre ellos, su hijo.

«Eso se te clava para siempre», reconoce. Tres años después, no aguantó verse «continuamente en una diana» y pidió el traslado a Cataluña. En la actualidad, está retirado del servicio y reside con su mujer y su hijo en Murcia, donde preside la asociación de víctimas del terrorismo de esa comunidad. Pero llegar hasta allí «costó mucho, demasiado sufrimiento».

«Nos han hecho el mayor daño que nos pueden infligir por detrás de matarnos, que es el desarraigo. Es muy duro llegar a Burgos, mirar hacia atrás, y pensar 'no sé si volveré'», sostiene.

Txema compara la situación que le tocó vivir en Euskadi con el «apartheid». «A mi hijo le llamaban 'txakurrita' porque su padre era de las 'fuerzas de ocupación'. Tenía 9 años cuando nos fuimos y necesitó ayuda psicológica», relata. Morales vendió todo lo que tenía en Irún y puso tierra de por medio.

«Sabes que, por mucho que no puedes seguir así, por mucho que no quieras irte, si no hay vida, no hay nada», resume. Tras más de quince años en el 'exilio' -tiene 55-, le faltan palabras a la hora de alabar el valor de quienes decidieron quedarse pese al acoso terrorista. Y si algo tiene claro es que «moriré en Euskadi, pero de viejo».

«Tres o cuatro veces al año cojo mi moto, me acerco hasta el País Vasco y lleno pilas», revela. Pero los viajes le saben a poco. «Echo de menos el verde de los montes e incluso el sirimiri, con lo molesto que es», admite.
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Morales, que espera que la voluntad se traduzca en medidas concretas, considera que «mucha gente no se decidirá a volver hasta que el terrorismo acabe», algo que él mismo tampoco creerá hasta que «las metralletas estén encima de la mesa y quienes las usan, en la cárcel». «Conozco a bastantes personas que están locas por volver, pero necesitamos que sea real y tangible». La convivencia será el siguiente paso.

Carlos Ruiz Cortadi Madrid: «Aún esperamos que ETA deje las armas»

A Carlos Ruiz Cortadi se le ha quedado grabada una fecha en la memoria: el 27 de diciembre de 1979. Fue el día en que él y su familia se vieron forzados a dejar atrás Euskadi para empezar de nuevo en Madrid. «Me llamo Carlos porque mi padre era carlista y a mí se me quitó mi tierra por razones políticas», declara sin ambages.

Hacia 1978, la Policía Nacional detuvo a un comando de ETA, al que le fue incautada numerosa información sobre las rutinas diarias de Ruiz Cortadi. Su hermano Eloy, trabajador de la Marina Mercante, sobrevivió a un atentado en Portugalete cuando él era teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Sestao, si bien su sueldo provenía de su trabajo en una entidad bancaria.

Carlos, que fue fundador de Alianza Popular en Vizcaya, recuerda como si fuera ayer el día en el que su hijo -tiene tres- de seis años le comentó en Bilbao: «Un coche nos sigue». «Me quedé aterrado y me hizo pensar en todo. Por mucho que me gustara defender mi ideología, no era justo que mi hijo estuviera traumatizado», describe.

«Una mañana salí de casa sin escolta y había tres personas sospechosas aparcadas en un coche que no paraban de mirarme. Al día siguiente cogí la puerta y me fui solo a Madrid», relata. Durante dos meses vivió con su hermana y, cuando logró encontrar una casa para su familia, volvió a recogerlos. «Aquel día, cuando íbamos por la autopista, no pude evitar llorar», se sincera.

Carlos, que a sus 68 años está jubilado, abandonó la política y pidió el traslado en el banco, pero es consciente de que otros muchos amenazados se fueron con lo puesto y «sin ayudas».
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Pero lo que le duele es «haber perdido, después de treinta años en el 'exilio', a los amigos y todo lo que tenías en tu tierra».

Le duele mirar atrás. Sobre todo, porque hubo quienes no entendieron cuál era la situación real a la que tuvo que enfrentarse.

«Un amigo me echó en cara que le había puesto en peligro a él y otros conocidos por haber quedado con ellos cuando llevaba escolta. Recuerdo que le contesté que no era yo el que ponía en peligro a nadie, sino que era ETA», revela.

Al contrario que otras personas amenazadas, Ruiz Cortadi no ve nada claro lo de volver a Euskadi. De hecho, por ahora lo descarta. «He ido de vez en cuando, poco a poco, porque se me dijo que tomara precauciones», señala. Pero dar el paso definitivo es otra historia.

Sus hijos han hecho sus vidas en Madrid y dejarlos sería demasiado duro. Además, «aunque el escenario en Euskadi es diferente ahora, todavía esperamos que mañana los terroristas digan dónde entregan las armas y cuándo van al Palacio de Justicia».
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Niko Gutiérrez Palencia: «Todos tenemos una patita en el País Vasco»

Niko Gutiérrez, concejal socialista durante cuatro años en Miraballes y coordinador de Alcaldía en Ermua durante diez, fue «siempre consciente de dónde me metía» cuando tomó el camino de la política. Hasta que un día dijo: «No puedo más, que cojan otros el testigo».

La Guardia Civil le informó de que su nombre había aparecido en los papeles de un comando de ETA, junto a una abundante información sobre sus rutinas, horarios y lugares que frecuentaba. También había datos referidos a su familia.

«El problema es cuando el riesgo llega a los tuyos», señala. Los agentes le recomendaron que abandonara Euskadi, pero el detonante de tan difícil decisión fue el nacimiento de su hija. «Quería que se desenvolviera en una sociedad en libertad», explica. (...)

Reconoce que cuando dejó su tierra tuvo una sensación «ambivalente». Por un lado «sientes fracaso y, por otro, alivio porque sabes que vas a coger oxígeno tras una década escoltado. Pero el desarraigo es terrible.

Se trata de un cambio de vida forzado. Dejas a tu familia, a tus amigos de la infancia... Tus emociones se deslocalizan». Lo único que queda es «volver a empezar de cero».

Dar el paso y dejar todo atrás «es algo que no se decide de la noche a la mañana». «Va cimentando, como el hormigón», describe. El exedil del PSE admite que, tras coger las maletas, pensó: «No vuelvo ni loco».

«Por fin disfrutas de cosas como poder dar tu opinión libremente en un bar, pasear sin escolta...». Pero con el tiempo -estuvo año y medio sin pisar Euskadi- «echas en falta muchas cosas». «Sientes que falta algo de ti, es tu tierra a todos los efectos, aunque te empadrones en otro sitio.

Andar por Bilbao, ver la ría y, sobre todo, no haber estado con los cambios que ha habido en Euskadi», se sincera.


No ha perdido la esperanza de regresar. De hecho, tiene muy claro que un día lo hará. «Todos tenemos una patita allí», subraya. Por ahora, es demasiado pronto. «No es tan fácil cambiar de vida de nuevo», insiste.

La primera vez que tuvo que hacerlo se dio cuenta de que «la presión social y la falta de asistencia a las víctimas» corrían en su contra. A día de hoy no ha cambiado y la intención del Gobierno vasco de estudiar la posibilidad de ayudar a los 'exiliados' amenazados por los terroristas para facilitar su regreso ha despertado en él ciertas «dudas».

«Volver es un camino muy complicado para mucha gente y la heterogeneidad del colectivo es enorme», considera.
" (Fundación para la Libertad, citando a EL CORREO, 20/2/2011 )

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