Dice Pujol: “Me lo explica otro amigo mío, empresario importante. Hombre equilibrado. Podríamos decir que catalanista no radical. Me dice que sube en un taxi en Madrid y una vez iniciado el trayecto hace una llamada por el móvil. En catalán. El taxista para el taxi y lo invita a bajar. De muy mala manera: “No consiento que en mi taxi se hable catalán”. Y mi amigo hace lo que de ninguna forma no debía hacer y baja del taxi.
En otra anécdota parecida –pero de la que no puedo dar nombres ni apellidos, porque no conozco la persona afectada– la respuesta fue mucho más adecuada: “Esto es un servicio público. Hablar catalán por el móvil no se ningún delito en España, como no lo sería hablar en francés, y usted tiene la obligación de atenderme. Es más, deme su número de licencia, porque si insiste le denunciaré”. (Jordi Pujol: Es feo querer ser diferente, Editorial, 06-11-07. Fuente: Vieiros, 07-11-07)
Quiere decir Pujol: “Yo, un señor catalán e industrial (nacionalista moderado), cuando un camarero charnego en Barcelona me contesta en castellano, lo denuncio; y cuando un taxista madrileño (que, posiblemente, tiene nociones del trato dado a ese camarero por la radio) no me deja hablar en catalán, también lo denuncio.”
Parece igual pero no es lo mismo. En Barcelona esa denuncia sería (es) señal de fascismo institucional, y en Madrid esa denuncia es una muestra de legalidad democrática, y contra la discriminación.
En el fondo, Pujol da a entender que los empresarios deben contestar adecuadamente a la provocación de los taxistas: “¡Si estos madrileños nos cabrean en Madrid, cabreémosles cuando vengan a Barcelona! ¡A la puta calle si no hablan catalán!”.
Por otra parte, los taxistas madrileños merecerían un estudio serio. Ningún otro colectivo tiene tanta influencia en los medios (ni ningún otro pierde el dinero de una carrera por oír hablar en catalán o pakistaní) ¿Por qué será?
1 comentario:
Yoda chochea.
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