"Estoy dispuesto a pagar, pero no se me embarquen con más malversaciones, que así no acabaremos nunca. Pasen la hucha y algo dejaré caer, pero dejen el dinero público, que aunque ustedes piensen que no son de nadie, son de todos.
Conozco un jugador que había inventado el sistema definitivo para ganar a la ruleta, una manera infalible de salir del casino con los bolsillos llenos. Era tan sencillo que parecía increíble que nadie hubiera pensado nunca. Se trataba sólo de apostar a negro o rojo una buena cantidad y, en caso de perder, en la siguiente jugada apostar el doble. Si volvía a perder, apostar el doble de nuevo. Y así sucesivamente, hasta terminar ganando. Apostó cien euros en negro. Salió rojo. Repitió la operación con 200 euros. De nuevo la suerte fue esquiva. Después de seis jugadas desafortunadas, tenía que apostar ya 6.400 euros. La única suerte que tuvo ese día es que no llevaba más dinero, ya que con quince malas jugadas, habría perdido 3.276.800 euros.
Temo que el gobiernillo va por el mismo camino, que esto de malversar dinero para avalar presuntos malversadores sólo puede llevar a más multas por malversación al actual gobiernillo, que deberá avalar el próximo gobiernillo malversando y etcétera, en un círculo más idiota que vicioso.
Mendigar por los hogares de los catalanes, que algo pondremos, por lo menos para evitar ser el hazmerreír del mundo.
A raíz de mi artículo de hace una semana, una lectora me hizo ver que es injusto que sólo paguen los lacistas, cuando los demás también nos hemos divertido. Mejor dicho, cuando los demás nos hemos divertido más. No, no, a ver si lo digo bien: cuando los demás somos los únicos que nos hemos divertido. No le falta razón. Es de ley que los espectadores paguen por la función, y más si salen satisfechos y risueños, como es el caso.
Hace años que reímos gracias a llacistes, o quizás no gracias a ellos sino de ellos, pero es igual: es de justicia que pagamos por la diversión. Yo mismo recuerdo con nostalgia el 1-O, disfruté aquella jornada como espectador -la primera de muchas que vendrían, una première como si dijésemos- desde una terraza junto a un colegio electoral, tomando unas cañas con un amigo: gritos, sirenas de policía, chillidos, manos arriba, «queremos votar», insultos, algún porrazo, llantos, no faltó de nada, un espectáculo de primera, camarero, lleve un par más de cañas, que esto va para largo.
Por no faltar, no faltó ni la escena emotiva final, cuando un escuadrón de bomberos -digo escuadrón que así venían formados- llegó el Manguera Primera, o como se llame el bombero que manda, con un megáfono pedir perdón por no haber llegado antes a socorrer a los votantes.
Aquel hombre pequeño -su función en el cuerpo debe ser la de acceder a los edificios siniestrados por la gatera- creía estar al frente del Séptimo de Caballería y no de un grupo de bomberos. Fue un final extraordinario, con mi amigo incluso nos levantamos a aplaudir, y si no llamamos «bravo» ni reclamamos que saliera el autor a saludar, fue porque teníamos la boca llena de aceitunas rellenas, camarero, lleve ahora unos berberechos.
Desde aquella diversión inicial, todo ha sido un no parar, incluso los miembros del gobiernillo son elegidos en función de su capacidad para provocar la carcajada del respetable. Tal esfuerzo merece un ingreso en la caja de resistencia, no seamos tacaños." (Albert Soler, Diari de Girona, 09/07/21)
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