"A este historiador le irrita el debate entre políticos sobre si España es una nación o si hay varias naciones en ella, hay quien dice que son ocho.
También le irrita la tendencia del poder político a manipular el
pasado, desde la Reconquista a la derrota catalana de 1714, para dar un
barniz histórico a su (pobre) discurso. “Los políticos de ahora no
tienen ni idea de qué puede ser una nación, o qué sería una nación de
naciones.
No han investigado qué se quiere decir al hablar de nación. Es
solo un juego de palabras”, afirma vehemente Henry Kamen (Rangún,
Birmania, 1936), hispanista británico residente en Barcelona, doctorado
en Oxford, miembro de la Royal Historical Society de Londres, autor de
una treintena de libros sobre España y amigo de la polémica. La mayoría
de expertos, advierte, han abandonado el debate de qué es una nación
porque no hay forma de llegar a una conclusión indiscutida. Los
políticos harían bien en hacer lo mismo.
Kamen publica ahora La invención de España
(Espasa), un ensayo demoledor para todos los mitos sobre los que se ha
querido construir la identidad nacional. Dicho sea lo de invención sin
ánimo de ofender: todos los Estados modernos han tenido que crear su
identidad en los últimos dos siglos con lecturas fantasiosas de su
pasado. Solo que algunos (Francia) han tenido más éxito que otros
(España).
“También Francia acusaba, en el siglo XIX, problemas de
cohesión, sentimiento nacional y unidad lingüística. Aún en 1870, no
lograban reclutar campesinos para el Ejército porque no entendían su
habla. No había motivos para que España no pudiera seguir el mismo
camino”.
El problema de fondo, defiende en su libro, es que “para unir España
ha habido que inventar la nación, procurando, al mismo tiempo, aceptar
en ella mil años de diversidad y contradicción”. El autor británico
rebate sin tapujos todos y cada uno de los mitos nacionales: desde
Sagunto y Numancia a Covadonga y Lepanto, figuras tan ambiguas como El
Cid, conceptos tan difusos como la raza hispánica o el discurso de la
decadencia inexorable.
El mayor mito de todos quizás sea la Reconquista.
Henry Kamen explica por qué no puede considerarse un mismo fenómeno
todo lo ocurrido en la Península ibérica a lo largo de ocho siglos.
“Ninguna campaña militar en la historia de la humanidad ha durado
tanto”. El mismo término Reconquista no aparece hasta 1796.
Y se utiliza desde entonces por los conservadores “para subrayar la
supuesta gloria de España, usando un concepto equivocado para servir a
una ideología”, opina.
Las circunstancias de la toma de Granada en 1492 no tienen nada que
ver con las que decidieron la batalla de Navas de Tolosa, casi tres
siglos antes y en el contexto de una cruzada internacional.
“Fernando e Isabel no reanudaron un proceso que se había interrumpido,
sino que dieron comienzo a una etapa diferente”, dice.
Por no remontarse
más allá, a la rebelión de Pelayo en Covadonga, nunca documentada y
probablemente ficticia. Kamen tampoco compra el relato de un Al-Andalus
idealizado, obra de los románticos extranjeros del siglo XIX fascinados
por la herencia islámica en España. El esplendor de Al-Andalus, dice, se
limita a un periodo muy breve en Córdoba, en el siglo X, y otro
posterior en Granada.
Los Reyes Católicos han sido un símbolo nacional para unos y para
otros: para los liberales del XIX eran monarcas ejemplares en contraste
con los que les sucedieron, que eran extranjeros, incompetentes y
absolutistas; luego es Franco el que pone en su altar particular a
Isabel la Católica.
“Cuando era estudiante no me gustaba estudiar a
Isabel, creía que era una reina fascista”, bromea. “En los ganadores de
la Guerra Civil no había cultura, salvo algunos falangistas inteligentes
como José Antonio. Tampoco esperaban llegar al poder, así que tuvieron
que buscar en el pasado las esencias de una ideología que no existía.
Franco no tenía ideología porque no sabía nada de nada”.
El autor se niega a aceptar la unión dinástica de Castilla y Aragón
como el momento fundacional de la nación española. “En realidad, no creó
ni siquiera un Estado. En los más de dos siglos que siguieron a la
unión de las coronas de Isabel y Fernando, no se tomó ninguna medida
para lograr la unión política de la Península”. Es a partir de 1700
cuando los Borbones emprenderán la unificación política, en un principio
solo administrativa. Fue un proceso lento.
“Hasta las Cortes de Cádiz de 1810 no estalló en España la chispa del
patriotismo, pero incluso entonces la fusión de las provincias en una
sola nación fue un proceso que dependió mucho del mito y la leyenda”.
España no tuvo bandera hasta bien entrado el siglo XIX, y la Marcha Real no se adoptó como himno hasta el XX, lo que para el hispanista es un indicador de un débil sentimiento nacional.
La unificación borbónica no acabó de aplastar, en su opinión, los
localismos tan arraigados en la Península. Kamen comparte la crítica de
que la identidad española se construyera alrededor de la de Castilla,
pero discute que la centralización borbónica fuera tan represiva. El
catalán, por ejemplo, seguía siendo la lengua común en la calle y las
iglesias tras imponerse el castellano a nivel administrativo.
El británico se niega a participar en la polémica entre Imperiofobia e Imperiofilia,
los libros de Elvira Roca Barea y José Luis Villacañas,
respectivamente, con visiones opuestas de la leyenda negra. Y la corta
de raíz: “No veo ningún motivo para usar ese concepto de la leyenda
negra. No tiene sentido. Si pasaron cosas desagradables en un país,
habrá que analizarlas. Y muchas de las críticas más fuertes y
contundentes fueron hechas por españoles”.
Sin embargo, Kamen niega que la Inquisición desempeñara un papel tan
relevante como suele considerarse. Calcula que el Santo Oficio no llevó a
cabo más de 3.000 ejecuciones en España en toda su historia, que nunca
se desplegó en todo el territorio y que su papel era sobre todo de
control social. No cabe ver ahí la razón del atraso cultural y
científico de España: miren mejor en la educación. Incluso relativiza la
influencia de la religión católica en la edad moderna. En el siglo XVI,
recuerda, los obispos lamentaban en sus escritos la ignorancia del
pueblo de su propia religión.
“La Iglesia tenía poder y riqueza, pero el
pueblo tenía poco de devoto”, más allá de las manifestaciones
folclóricas, dice. El relato de una España profundamente católica se
debe a pensadores como Marcelino Menéndez Pelayo, quien a finales del
XIX “exageró la realidad sobre la religiosidad de los españoles para
enfrentarse a los liberales anticlericales”.
Tiene una visión crítica del Imperio español, pero rechaza que pueda
hablarse de la “conquista de América”. “Existe la idea equivocada de que
todos los imperios se basan en la conquista, cuando después del romano
ninguno fue así”. La colonización no era una conquista, sino una empresa
con participación internacional.
Del lado de Hernán Cortés luchaba
población local contra sus enemigos en América; del mismo modo que en
Flandes combatían tropas de muchas nacionalidades; o la presencia
española en Filipinas nunca pasó de una porción pequeña del territorio.
"Tampoco Inglaterra conquistó la India, pues no habría podido. Hoy EE UU
domina el mundo sin haberlo conquistado”, zanja la discusión.
El libro resulta irreverente con la idea de una nación española, pero
no lo es menos con el independentismo catalán. Le irrita
particularmente el mito del 11 de septiembre de 1714, la caída de
Barcelona en la Guerra de Sucesión presentada como una heroica
resistencia de los catalanes frente al absolutismo castellano. “Han
preparado una versión mítica de la sublevación masiva del pueblo; eso
nunca ocurrió, es una falsificación total”. Lo que sí hubo fue “un
complot, concebido por un puñado de dirigentes catalanes, para invitar a
los británicos a ocupar Cataluña y ayudar a separarse de España”.
Y
añade: “¿Encontraron los británicos a un pueblo ansioso por liberarse de
sus opresores Borbones? De ninguna manera”. Aquel conflicto, dice, fue
más bien un enfrentamiento civil entre catalanes dentro de una guerra
internacional.
Pero lo mismo cabe decir de la Guerra de Independencia. “Esos dos
conflictos tienen en común que el elemento decisivo fue la intervención
extranjera”. Solo que a partir de 1808 los intereses ingleses se
impusieron a los franceses, al revés que en 1714. Destruyamos otro mito:
las Cortes de Cádiz. Kamen se remite a José María Blanco White para
calificar la Constitución de 1812 como “una fantasía en un trozo de
papel”.
Residente en Barcelona desde los años noventa, Kamen se sorprende por la evolución reciente del catalanismo desde el nacionalismo al separatismo,
lo que, opina, nunca fue lo mismo. Una aspiración clásica del
nacionalismo era “ejercer un papel fuerte en el destino de España, ser
importantes en Madrid”.
No esto. Lamenta que el sistema electoral en
Cataluña beneficie al campo sobre la ciudad, y asegure así el dominio
nacionalista del Parlament. Como lamenta la debilidad del Gobierno
central por la fragmentación política, que en su opinión dificulta
hallar soluciones que estabilicen el país.
Y, tras estudiar a todos los reyes que han pasado por España, ¿cree
que tiene futuro la monarquía hoy? “Opino que la actual funciona muy
bien. Hace lo que tiene que hacer”. Tiene una historia complicada
detrás, sí, porque los españoles “van siempre expulsando a reyes,
invitando o rechazando a familias reales, y declarando repúblicas”. De
modo que la monarquía española “no tiene tanto apoyo como la del Reino
Unido, es una pena, pero es una institución importantísima que hay que
mantener”. (Entrevista a Heri Kamens, Ricardo de Querol, El País, 25/02/20)
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