14/11/19

La consecuencia de la ausencia de perspectivas estratégicas para implementar la independencia lleva al abandono del ámbito instutucional para centrarse en la violencia callejera, protagonizada por jóvenes y adolescentes de las clases medias. En las movilizaciones de los indignados participaron jóvenes de los barrios obreros de la periferia que ahora han desaparecido de la escena sustituidos por miembros de su generación pero de las clases medias catalanohablantes...

"La consecuencia lógica de la ausencia de perspectivas estratégicas para implementar la independencia y la profunda división de las formaciones secesionistas condujo a que la respuesta a la sentencia abandonase el ámbito institucional para producirse en la calle. (...)

El hecho de que este estallido de violencia, con ribetes vandálicos, haya sido protagonizado por jóvenes y adolescentes de las clases medias obliga a una reflexión de fondo y también nos permite esbozar de modo microfísico cómo se (re)elaboran los discursos en el movimiento independentista.

En principio, el brutal choque con las proclamas sobre el carácter cívico y pacífico del movimiento independentista condujo a que Torra negase la realidad y responsabilizara, sin pruebas y contra todas las evidencias, a “infiltrados y provocadores” de los disturbios. Unas afirmaciones que posteriormente fueron matizadas por el cuestionado conseller de Interior Miquel Buch al atribuirlos a “grupos antisistema” en que el podían participar independentistas.

Sin embargo, desde los sectores más radicales del movimiento se apresuraron a desmentirlo. Así la exdiputada de la CUP, Mireia Boya, aseguró en un tuit (traducimos del catalán): “sabéis perfectamente que estos jóvenes en las calles no son grupos violentos, son vuestros hijos, hijas, nietas, sobrinos que han perdido el miedo.”

 Paralelamente, Vicent Partal, director del digital ultraindependentista Vilaweb, generosamente subvencionado por la Generalitat, le dedicó un editorial titulado (traducido del catalán): “Basta de mentiras: son nuestros muchachos, los hijos del 1-O, quieren ganar y merecen nuestro apoyo”, donde podía leerse: 

“El hecho preocupante de verdad, en este momento, es la campaña de criminalización de la nueva generación de jóvenes, de nuestros muchachos, vuestras nietas, los sobrinos y las sobrinas, los hijos y las hijas de vuestros amigos que hace días que plantan cara sin desfallecer al autoritarismo y a la inenarrable violencia policíaca de que somos objeto en las calles de nuestras ciudades (…) ¿Pero cómo podéis ir contra ellos? Si sois vosotros quienes los llevasteis a todas las manifestaciones, cogidos de la mano, prometiéndoles un país nuevo donde se viviría con dignidad y que estaba a punto de llegar. Si les habéis comprado las camisetas y las banderas, sí, la negra también. Si les enseñasteis vosotros mismos a gritar ‘¡1-O, ni olvido ni perdón!’. Si os vieron gritar indignados el día del referéndum, encendidos de ira con la misma policía que ahora los apalea a ellos”.

En efecto, estos jóvenes han crecido en el medio ambiente procesista donde se les ha inculcado el odio a España, caracterizado como un Estado dictatorial, y en la intolerancia respecto a todo aquel que discrepara con el independentismo, al que se le tacha de fascista, cuando la supuesta voluntad del pueblo está por encima de leyes y constituciones en un país donde las calles son únicamente suyas. 

De modo que no resulta extraño que la frustración generada por el incumplimiento de las promesas de una independencia exprés y de bajo coste haya degenerado en estos brotes de violencia. 

También es significativo que en la denominada huelga general del pasado viernes, según los sindicatos de clase un cierre patronal, el único sector que casi paró en su totalidad fue la enseñanza, pues gran parte del profesorado es militantemente independentista. Por otro lado, quizás también haya influido el consumo de videojuegos ultraviolentos tan de moda entre jóvenes y adolescentes.

Asimismo, debe destacarse cómo el foco de la crítica se desplaza de la violencia de los jóvenes a los excesos policiales. Sin duda, éstos últimos han existido y son rotundamente condenables, pero se obvia que las fuerzas de seguridad no han cargado contra las manifestaciones pacíficas, sino únicamente contra las explosiones de violencia vandálica.

Cronificación del conflicto 

En las movilizaciones del movimiento de los indignados participaron sobre todo jóvenes de los barrios obreros de la periferia que ocuparon pacíficamente las plazas de las ciudades catalanas, que en Barcelona fueron brutalmente desalojados por los Mossos d’Esquadra, siguiendo las órdenes de Felip Puig, y fueron invitados por Josep-Lluís Carod Rovira a “irse a mear a España”. 

Ahora estos jóvenes parecen haber desaparecido de la escena sustituidos por miembros de su generación pero de las clases medias catalanohablantes que, a diferencia del 11-M, no reivindican cambios sociales, sino demandas nacionalistas. Asimismo, se aprecia un corte generacional entre los adultos que, en ANC y Omnium Cultural, se movilizan de modo pacífico por la independencia con sus hijos y nietos que ahora la exigen de modo violento, para desolación de Carme Forcadell. 

Por cierto, una de las escasas dirigentes del movimiento que se ha atrevido a entonar una autocrítica y que ya está siendo objeto de durísimas críticas por los sectores más fundamentalistas.  https://www.racocatala.cat/forums/fil/228265/carme-forcadell-plora-containers-pero-no-pels-joves-demostra-ignorancia-total

Todo ello constituye un inquietante indicador de que el conflicto nacionalitario en Catalunya se cronifica, pues ha arraigado entre la juventud de las clases medias, lo cual parece asegurar su continuidad al menos durante una generación. 

Los recientes acontecimientos en Catalunya parecen conducirnos a una sociedad profundamente fracturada donde ha estallado en mil pedazos el sueño del sol poble, inspirado por el PSUC y recogido por el catalanismo conservador. Tristemente, el país se dirige hacia un tipo de sociedad como Irlanda del Norte o Bélgica, donde católicos y protestantes o valones y flamencos, viven en comunidades separadas y profesándose un odio mutuo.

Una perspectiva de empate infinito en el que el Estado español carece de la fuerza necesaria para acabar con el independentismo y el movimiento secesionista es incapaz de asumir la mayoría necesaria en el país para alcanzar sus objetivos.  (...)

Este sombrío panorama dificulta extraordinariamente el éxito de las fuerzas políticas y sociales que defienden destensar el conflicto y hallar alguna suerte de solución negociada. Las formaciones como PSOE-PSC y ERC que tímidamente y con muchas contradicciones han mostrado cierta propensión en este sentido podrían verse desbordadas por los sectores más fundamentalistas.  (...)"              (Antonio Santamaría, El Viejo Topo,  24/10/19)

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