"Es sabido que, en las pasadas elecciones municipales del 26 de mayo,
en 380 municipios de Cataluña sólo se presentaron candidaturas de
fuerzas políticas que defendían la secesión de Cataluña del conjunto de
España. Esos municipios totalizaban 266.111 electores, de los que
votaron 214.185.
Hasta aquí nada extraño; que existan municipios en que una mayoría
aplastante de votantes estén a favor de la secesión de Cataluña es algo
que sólo cabe respetar en cualquier sistema político mínimamente
democrático.
El conflicto surge cuando, en parte de esos municipios, el
contraste entre los resultados de las municipales del 26 de mayo y los
de las generales del 28 de abril de 2019, celebradas apenas un mes
antes, muestra que un porcentaje de los votantes que votaron a fuerzas
políticas contrarias a la secesión de Cataluña en las generales no
pudieron plasmar ese voto en las municipales, porque no había una
candidatura que les representara; y que dicho porcentaje era suficiente
para que hubiesen obtenido representación municipal en caso de haber
presentado candidatura.
Aquí intentamos una aproximación con más detalle a algo que se
considera asumido; semanas antes de las elecciones municipales, diversos
medios informativos publicaban listas de municipios cuyo ayuntamiento (y cuya alcaldía independentista) ya estaba decidido por incomparecencia de fuerzas políticas de oposición.
Se plantea una cuestión de fondo: ¿existe presión social en esos
municipios para que las ciudadanas y los ciudadanos, no alineados con el
secesionismo, se abstengan de presentar una candidatura local?
Esta hipótesis desemboca en variables sobre si hay diferencias entre
el nivel de abstención en las generales y las municipales. Una presión
social para impedir que fuerzas políticas que discrepen del patriotismo imperante se presenten a las municipales podría llevar a que las personas que votarían a las fuerzas discrepantes reaccionen
quedándose en casa como forma de protesta por no tener partidos a los
que votar.
O bien podría darse un fenómeno cruzado de abstención:
personas que ya han desconectado políticamente de España pueden
quedarse en casa en las generales, pero acudir en masa a las
municipales, sería lo contrario del caso anterior. O bien una
homogeneidad en la abstención en las municipales y las generales podría
indicar indiferencia y rechazo general de la política en el municipio. (...)
La cantidad de municipios en que se presentaron una o varias
candidaturas, pero todas alineadas con posturas políticas partidarias de
la secesión de Cataluña, fue de 111, sobre un total de 311 municipios
en la provincia de Barcelona (69.767 votos válidos); de 100, sobre un
total de 221, en Girona (63.308 votos válidos); de 99, sobre 231
municipios, en Lleida (50.981 votos válidos), y de 69, sobre 184, en
Tarragona (28.735 votos válidos). (...)
El análisis de la abstención muestra signos de rechazo al voto en las
elecciones municipales por parte de un sector que no se siente
representado por las candidaturas únicas secesionistas en los casos de
Barcelona y Girona, donde los descensos de la participación son
significativos.
En cambio, en Lleida y Tarragona no es posible descubrir un
significado claro de la abstención. Es imposible confirmar o descartar
la hipótesis de una abstención cruzada entre las generales y las
municipales, y el alto nivel de abstencionismo en muchos municipios
inferiores a los 1.000 habitantes, tanto en las generales como en las
municipales, parece apuntar más a un indiferencia o desinterés por la
política de parte de sus habitantes.
Sin embargo, sí resulta significativo que un máximo de 89 y un mínimo
de 40 municipios de Barcelona (sobre 111) habrían tenido representantes
de fuerzas políticas que no presentaron (o no pudieron presentar)
candidaturas si la constante de voto en las generales se hubiese
mantenido en las municipales. Razonamiento que también vale para un
máximo de 93 y un mínimo de 34 de los municipios de Girona (sobre 100), y
un máximo de 93 y un mínimo de 49 en Lleida (sobre 99). Y donde resulta
más evidente es en Tarragona, con un máximo de 68 municipios y un
mínimo de 42 (sobre 69).
La cuestión de si existieron mecanismos de exclusión para bloquear la
elección de concejales no afines al secesionismo en un máximo de 343 de
los 380 municipios en que se presentaron sólo listas de índole
secesionista, es algo que desborda el marco de unas elecciones
municipales y que tiene proyecciones en toda la situación política de
Cataluña.
Las variables de un conflicto
Todos los nacionalismos, sean del color que sean, usan la coacción para imponerse; el recurso a la palabra persuasión
con la que esta se enmascara es engañoso, porque la verdadera
persuasión surge del debate, la reflexión y el diálogo, no de la
concentración de presencia que exige un pronunciamiento en un ámbito
delimitado. (...)
En el nacionalismo catalán existe una dilatada historia de uso del doble
lenguaje político; en el caso que nos ocupa, sus formas no se
corresponden con la imposición directa, sino con la coacción sutil y continua disfrazada de persuasión
que aísla a quien discrepa del discurso patriótico mediante el vacío;
en un entorno que admite el pluralismo formal, siempre a partir de la
aceptación básica del hecho nacional.
A comienzos de 2012, en los primeros compases de lo que se ha venido en llamar el procés,
la Asamblea Nacional Catalana (ANC) publicó un folleto de campaña que
era todo un ejemplo de coacción persuasiva. Se titulaba "I si parlem amb
el veí del segon?" ("¿Y si hablamos con el vecino del segundo?") [3].
La portada representaba la fachada de una vivienda en que todos los
balcones, menos uno, lucían diferentes variantes de banderas patrióticas
catalanas. Ese balcón, el del veí del segon, representaba una distorsión en una pluralidad
que partía de unas reglas de inclusión.
El subtítulo del folleto era
aún más explícito: "La independència explicada als indecisos" (no es
necesario traducir). Es decir, el vecino que no decoraba su balcón con
la enseña patria no tenía derecho a un respeto a su privacidad ante el hecho nacional, era catalogado de entrada como indeciso; persona a la que sólo se le podían admitir dudas sobre su adscripción a algo tan natural o evidente como romper la normativa que regula la convivencia política de una sociedad, la indecisión que equiparaba su silencio visual a cuestiones como elegir el color de una prenda de vestir. Por suerte, los solícitos vecinos de balcones ya engalanados ofrecían su apoyo para que el vecino indeciso no se sintiese solo para combatir su indecisión.
Las implicaciones cívicas del asunto son fáciles de captar: el
universo político de los promotores del folleto, y de la campaña
asociada a él, no contemplaba un pluralismo que no pasase por la
plantilla patriótica determinada. Quien no era indeciso entraba en las categorías de colono, miembro de las fuerzas de ocupación o invasor si no era originario de Cataluña, y si era nacido en dicho territorio las categorías eran las de traidor o botifler.
El devenir de los años 2012 a 2017 que continúa —aunque,
afortunadamente, no en los balcones— demostró que si el vecino del
segundo no era presa de la indecisión, las categorías anteriores se reunían en una sola variable: el tal vecino era fascista, naranjito o pepero. Sobre otras formas de organizar la convivencia política más allá del hecho nacional, ni una palabra.
Una anécdota personal puede ilustrar el fenómeno. En el año 2013 una
amiga de origen alemán, cuya abuela había vivido el ascenso del nazismo,
me confesaba que se sentía asustada por la proliferación de banderas en
los balcones de su barrio, pues le recordaba lo que le había contado su
abuela sobre lo acontecido en Alemania en el largo período del ascenso
nazi.
Las dictaduras no comienzan siempre con tanques saliendo de los
cuarteles y tropas ocupando instituciones, edificios y calles, sino que
pueden comenzar con mayorías parlamentarias que deciden saltarse la
legalidad que las ha llevado allí, o bien aprovechar su mayoría para
aprobar leyes irreversibles.
Esto no es una digresión. Para los
que conocemos el ambiente social de un pueblo pequeño o una ciudad
mediana, es fácil entender lo que implica significarse ante una
comunidad beligerante con identidad patriótica, ir más allá de la
privacidad de una cabina de votación y dar el paso de encarnar en esa
comunidad en una lista electoral que se sitúe al margen del patriotismo
imperante. Y una gran ciudad puede fragmentarse en barrios y zonas donde
sea factible comprobar qué actitud muestra el veí del segon." (Miguel Muñiz, Mientras Tanto, 28/10/19)
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