"(...) El “procés” ha descolocado a la izquierda (el PSOE es otra cosa). (...)
La potencia mediática ejercida por el pujolismo combinado con la crisis
de la cultura de la izquierda en todo el mundo y el debilitamiento de la
clase obrera como sujeto político han contribuido a una paulatina
erosión de la izquierda organizada. El 15-M pudo significar un
renacimiento de esta hegemonía de la izquierda (por esto generó tanta
hostilidad desde el campo nacionalista, incluida la pretendidamente
izquierdista CUP). Y en cierto modo la victoria electoral de Barcelona
en Comú, priorizando el eje social, parecía abrir una nueva fase. Pero
de momento esto ha sido más una posibilidad que una realidad. (...)
Como visión general creo que en la izquierda catalana coexisten tres
situaciones. Una, que incluye especialmente a la gente cercana al
trostkismo y a la ortodoxia marxista-leninista (Comunistes de
Catalunya), totalemente abducida por el “procés”. Otra, bastante común
entre la gente más joven proveniente del 15-M, y en la que situaría a la
misma Ada Colau, mucho más distanciada pero dispuesta a aceptar
propuestas de los independentistas apelando a la “radicalidad
democrática” y a la lucha antirrepresiva. Y la tercera, predominante
entre mucha gente de largo recorrido militante, totalmente crítica con
el procés (con una ala “dura” organizada en Federalistes).
Ya he explicado en otras ocasiones de dónde proviene la abducción. En
buena parte es una posición “oportunista”, en un doble sentido. Para
algunos es una oportunidad de obtener prebendas y protagonismo político
al socaire del independentismo hegemónico (es lo que sin duda explica el
pacto de Comunistes con Esquerra Republicana). En otros muchos casos se
trata más bien de un deslumbramiento por la movilización, de una
cultura política que presupone que toda movilización de masas tiene que
ser hegemonizada por la izquierda (y por tanto que hay que participar
activamente en ella) y presidida por la esperanza, bien alimentada por
los ideólogos procesistas, donde la independencia y la Republica abren
posibilidades de rupturas reales y transformaciones anticapitalistas.
En ambos casos hay una referencia común a una de las propuestas
tradicionales de la izquierda, el “reconocimiento del derecho de
autodeterminación”. Una propuesta que estaba presente en todos los
programas de los partidos de izquierda en la transición y cuya
aceptación acrítica facilita que gente radical (y habitualmente no
nacionalista) se integre en un movimiento desastroso en cuanto cultura
democrática y avance social.
En el segundo sector la cosa es bastante más compleja. Existe la
fascinación por el tamaño de las movilizaciones. Pero sobre todo existe
una sensibilidad extrema en oponerse a todo lo que sea abusos de poder.
Ciertamente alguno de los comportamientos de las instituciones estatales
refuerzan esta percepción antirrepresiva, como la actuación violenta de
la Policia Nacional y la Guardia Civil el 1-O, o la inculpación de los
responsables políticos por una insurrección difícil de determinar.
Sería
la primera vez en la historia que unos insurrectos ni siquiera arrían
la bandera “enemiga”, salen corriendo a dormir al país vecino y entregan
las instituciones sin ningún atisbo de resistencia real. El
mantenimiento de la prisión preventiva para unos y los fracasos en los
procesos de extradición de los fugados, y las manipulaciones en la
cúpula del Poder Judicial y el control que sobre el mismo ejerce el
sector conservador, constituyen otras tantas muestras de que en la alta
judicatura española se mantienen tics autoritarios y de que son
necesarias reformas en la administración de justicia.
Y estas
irregularidades, que magnifica el mundo independentista (escondiendo en
cambio los aplausos que dedicaron al juez Marchena cuando condenó a los
jóvenes manifestantes ante la sede del Parlament), generan un vértigo
moral del que no se han sabido escapar al tiempo que provocan a menudo
pronunciamientos que parecen alinear a los líderes dels Comuns con el
bando independentista y enrarecen el ambiente en su propia base social.
Hay mucho de inexperiencia y un poco de insensatez en este
comportamiento.
Hay también una cierta actitud reactiva en relación a un
frente “españolista” que suele prácticar el tremendismo demagógico, así
como cierto amedrantamiento ante la presión, a veces insoportable, del
permanente chantaje moral que ejercen las bien organizadas “tropas”
independentistas. No se puede pasar por alto que la izquierda de los
comunes no cuenta con ningún espacio comunicativo importante donde poder
comunicar y debatir las propias propuestas.
Con la sentencia del procés van a renacer las tensiones y la emotividad
dominará el debate. Ya se perfila un choque de trenes entre los que
aplaudan la sentencia y los que la descalifiquen al cien por cien. El
frente independentista está perfilando la nueva pantalla de la
“Amnistía”, otra forma de seguir el procés en otros términos
(posiblemente con ningún resultado práctico, dados los condicionantes
legales de la cuestión). Y el espacio de la izquierda volverá a sentirse
emplazado a una toma de posición incómoda, destructiva para el propio
entorno.
Sin duda la judicialización del proceso por parte del gobierno Rajoy
acabó provocando su persistencia. Pues fabricar “mártires” es la mejor
forma de producir seguidores de los mismos. No creo que las condenas
vayan a resultar ejemplares para los independentistas, aunque en
cualquier caso serán leídas como una prueba más del carácter autoritario
del país. (...)" (Albert Recio Andreu, Mientras Tanto, 30/09/19)
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