"La manifestación constitucionalista del 8 de octubre de 2017 se anunciaba multitudinaria, aunque nadie se lo acabara de creer del todo.
La tensión sociopolítica en Cataluña se había vuelto extrema tras el referéndum ilegal del 1 de octubre y
el anuncio de que el martes siguiente (día 10) el Parlamento catalán
iba a proceder a declarar la independencia. Había miedo en buena parte
de la sociedad catalana ante lo que pudiera acabar ocurriendo.
Los
catalanes contrarios a la secesión se sentían huérfanos, y solo habían
recuperado el ánimo después de escuchar el contundente discurso del rey
Felipe VI, pronunciado la noche del 3 de octubre. Ese día se vivió otra
angustiosa jornada con la celebración de una huelga general (bautizada
por los nacionalistas como “huelga de país”) que paralizó por completo
la administración y la enseñanza, parte del comercio, el transporte y
los servicios. El objetivo de la protesta era denunciar los excesos
policiales el 1-O, pero se trataba de una huelga política convocada con
anterioridad como continuación del referéndum secesionista.
En medio de ese clima de crispación e incertidumbre, Societat Civil Catalana decidió convocar una manifestación bajo el lema Prou! Recuperem el seny ("¡Basta!
Recuperemos la sensatez") para el domingo 8 al mediodía. No era la
primera vez que dicha entidad, galardonada en 2014 con el premio
Ciudadano Europeo, llamaba a la movilización en la calle.
Hasta entonces
sus éxitos habían sido modestos en ese terreno, sobre todo en
comparación con las coloridas y multitudinarias manifestaciones
independentistas que se celebraban cada año. Fiel a la estrategia
nacionalista de confundir la parte con el todo, el secesionismo catalán
se había lanzado desde 2012 a una intensa campaña de agitación y propaganda,
sin paragón en Europa occidental, para hacer creer dentro y fuera de
España que su reivindicación era mayoritaria en la sociedad catalana y
que la consecución de la independencia era un proceso histórico
inevitable.
El hecho de que durante cinco años las entidades
soberanistas consiguieran convocar a cientos de miles de personas logró
que muchos acabaran por creer ambas cosas y acomplejó a los catalanes contrarios al procés, que jamás pensaron poder igualar esas demostraciones de fuerza. A diferencia de los medios públicos dependientes de la Generalitat y de otros muchos generosamente subvencionados que actuaban de convocantes de las manifestaciones
independentistas, el sistema mediático español apenas había dado voz a
las entidades civiles de los catalanoespañoles hasta que la amenaza secesionista pasó a ser una realidad inquietante con la aprobación de las llamadas “leyes de desconexión” en el Parlamento catalán los días 6 y 7 de septiembre.
Durante la primera semana de octubre, en la que se temía que una dualidad de poderes (Generalitat versus
Estado) acabaría disputándose el control del territorio, el
secesionismo creyó que no encontraría ningún auténtico freno en la otra
parte de la sociedad catalana. Sin embargo, se estaba gestando una
fuerte ola de contestación que estallaría el domingo 8
inundando las calles de Barcelona. Los días anteriores habían habido
algunas protestas espontáneas de jóvenes que, con banderas catalanas,
españolas y europeas, recorrieron las calles desde la zona alta hasta el
centro de la ciudad.
Ese fin de semana, se registraron concentraciones
espontáneas, convocadas únicamente por redes sociales y sin apoyo
partidista, en diversas ciudades, como Mataró, Badalona y Tarragona.
Como respuesta a las caceroladas nocturnas convocadas por el
independentismo y la izquierda populista, los catalanoespañoles
respondieron vistiendo sus ventanas y balcones con banderas
constitucionales o contraprogramaron el ruido de las cacerolas con la
canción Mediterráneo de Joan-Manuel Serrat.
La angustia que se vivía hacía prever que el día 8
se iba a asistir a una manifestación sin precedentes. Se palpaba en el
ambiente una necesidad por parte de los catalanoespañoles de hacerse
visibles y lanzar un mensaje de oposición frontal a la secesión.
Por primera vez, los medios de comunicación de ámbito nacional dieron
publicidad a la convocatoria de Societat Civil Catalana, y eso ayudó a
muchísima gente a vencer el miedo a salir a la calle.
Por su parte, las
entidades independentistas, viendo venir esa marea de fondo, lanzaron
algunos mensajes de estigmatización hacia una movilización que iba a
desmontar el mito de “un sol poble” (“un solo
pueblo”). El secesionismo llamó a vaciar las calles, a cerrar balcones y
ventanas en señal de rechazo, mientras los medios de comunicación
nacionalistas intentaron asociar esa manifestación con la extrema
derecha franquista y afirmaron que la mayoría de los participantes
estaban siendo “transportados” desde fuera de Cataluña.
El éxito del 8 de octubre obligaría a cambiar el relato sobre la
sociedad catalana. La cabecera de la manifestación tardó horas en
recorrer un trayecto de apenas 1,6 kilómetros, y miles de personas no
pudieron llegar hasta el final de la marcha para escuchar los discursos
de Mario Vargas Llosa y Josep Borrell. En la protesta se mezcló una enorme pluralidad
de gente, de diferentes orientaciones políticas y de extractos sociales
diversos, principalmente familias venidas de los barrios de clase media
y alta de Barcelona junto a cientos de miles de personas llegadas de
los barrios populares y las ciudades del área metropolitana.
Fue la
demostración palpable de que el conflicto soberanista era sobre todo un conflicto entre catalanes. El clima de la marcha fue de indignación y rabia
ante los acontecimientos políticos que habían sucedido desde septiembre
y de rechazo a un plan secesionista que parecía irrefrenable.
Su extraordinaria importancia fue reconocida por el entonces presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont,
en su intervención en el Pleno del Parlamento catalán del día 10 de
octubre, situándola al mismo nivel que las manifestaciones de signo
contrario. En la explicación del curso de los acontecimientos fue un
factor fundamental, junto a la estampida financiera y empresarial, para frenar la tentación tantas veces anunciada de materializar una ruptura unilateral efectiva a principios de octubre, que probablemente nos hubiera llevado a un escenario de conflicto civil entre catalanes." (Joaquim Coll, Crónica Global, 08/10/19)
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