"--Usted explica en su libro que uno de los momentos clave es
el pujolismo, que pone en marcha un plan de nacionalización de Cataluña.
¿Estaba ya en el seno del pujolismo el proyecto actual, el movimiento
independentista?
--Cuando Jordi Pujol llega al poder quiere construir Cataluña. Eso implica nacionalizar,
en un país donde los catalanes se sientan parte de la comunidad
nacional. Hay que hacer catalanes conscientes, como lo hicieron los
franceses, o lo intentaron hacer los españoles. Pujol
lo que hace, desde ese momento, y ya desde antes, desde que inicia su
actividad política, es construir Cataluña desde un punto de vista
político.
Para ello tiene claro que debe tener una televisión y la
escuela, como recuperadora de la lengua y creadora de conciencia
nacional. Necesita reconstruir y construir instituciones, como la
Generalitat y aprovechar la posibilidad de crear funcionarios, como red
de influencia, que será muy importante.
Pero no creo que tuviera en la
cabeza el proyecto independentista, como lo conocemos ahora. Pujol lee
bien la realidad, y sabe que la independencia no podía plantearla en
aquel momento. Ahora bien, el nacionalismo catalán desde el primer día,
con Prat de la Riba, ya se plantea que en el horizonte estará el Estado.
--¿En el inicio del catalanismo?
--Sí, con Prat de la Riba y la Mancomunitat. Prat
tiene claro que Cataluña es una nación, que viene de lejos, pero hay una
nación que estamos reconstruyendo, y todas las naciones se merecen
tener un estado. Se cree que un día seremos independientes, eso siempre
ha estado ahí, aunque primó el pragmatismo, la idea de intervenir en
España, una Cataluña en una España europea.
Todo ese proyecto, claro, va
evolucionando, con Francesc Cambó, con Trias Fargas
mucho más tarde y con Jordi Pujol. Pero ese proceso de construcción es
un éxito que va más allá de lo que había pensado el propio Jordi Pujol,
que se vio favorecido por las mayorías nacionalistas de CiU, con la
anulación de la oposición, con los socialistas en un segundo plano tras
el caso de Banca Catalana. Lo hicieron muy bien, con una televisión de
alta calidad, con TV3, con buenos profesionales. La nacionalización ha sido exitosa, más, incluso, de lo que pensó nunca Pujol.
--Pero Pujol pedía paciencia, como señala usted en el libro, y
explica bien Francesc de Carreras. ¿Se han precipitado sus seguidores
con el proceso soberanista?
--Si, está claro. El proyecto de Pujol fue intergeneracional, pero
mandaba la generación de Pujol y la de sus consejeros, pragmáticos y
dispuestos a ser pacientes. Las juventudes de su partido, en cambio,
eran netamente independentistas. Eso se veía como una fiebre juvenil.
Cuando toque llegar al poder, esas generaciones serán, también,
pragmáticas.
Se pensaba eso. Pero no ha sucedido. Todo cambia a partir
del siglo XXI, con la fuerza de Esquerra, con la reforma del Estatut, con la irrupción de la crisis económica. Para verlo rápidamente hay que recordar tres figuras, la de Jordi Pujol y su hijo Oriol Pujol, y entre ellos Artur Mas,
que es autonomista, pero que se convierte al independentismo, y lleva a
su partido hacia esa vía, aunque ya había independentistas en su seno.
--Ha considerado, anteriormente, que los españoles
“intentaron” la nacionalización. ¿Se quedaron a medias y eso explica en
gran parte el problema?
--El surgimiento del nacionalismo catalán es un efecto, precisamente,
del nivel del fracaso, o de la debilidad, de ese nacionalismo español.
En todo caso, el nacionalismo español no lo consiguió del todo, si se
compara, por ejemplo, con Francia, que hay que decir que se cargó todas
las lenguas. Hubo un intento de nacionalización.
Para ello los estados
tenían dos grandes medios, la escuela y el servicio militar y también
las comunicaciones. Lo que ocurre es que la inversión en educación es
mínima, y en el caso del servicio militar, las quintas no favorecieron
ese elemento nacionalizador, porque ese sistema liberó a los más
favorecidos.
--En el caso de la escuela, Álvarez Junco sostiene que el
problema es que la educación estaba en manos de las órdenes religiosas y
que éstas tenían como cometido fabricar católicos y no españoles.
--Sí, es cierto, pero con matices. Eso lo he hablado en diversas ocasiones con Álvarez Junco, porque en el siglo XIX fabricar católicos era sinónimo de fabricar españoles y al revés también.
Pero todo eso influye, claro, como el poco interés por los símbolos.
España pierde las colonias, el fin del siglo es complicado para el
Estado español, pero, en parte, lo que ocurre es que se piensa que no es
necesario, que la construcción nacional ya la tiene hecha.
Entre 1895 y
1902 lo pasa realmente mal, con atentados anarquistas, con agitaciones
constantes. Y eso coincide con un regionalismo que va surgiendo, un
movimiento al que juegan intelectuales, pero también empresarios. Es el
caso de Cataluña, donde la burguesía juega a favor de ese movimiento,
porque ha perdido los mercados cubanos.
Y si tienes materiales para
fortalecer ese proyecto, se acaba produciendo. Es decir, si tienes una
lengua, una historia, unas tradiciones, lo tienes todo para esa construcción nacional propia.
Es cierto que no lo tuvo sólo Cataluña. Aragón también disponía de
mucho material, por ejemplo, también tenía una historia propia, o en el
País Valenciano. Sin embargo, no surgió.
--¿Cataluña todavía vive, entonces, de ese movimiento, del Noucentisme? ¿Fue tan determinante ese momento?
--En muchos sentido sí. Hay tres momentos, como explico en el libro. El primero es ese, el de la Macomunitat, o el del Noucentisme;
el segundo se produce en la II República, y el otro es toda la etapa
del pujolismo. Pero está claro que las bases del nacionalismo se
producen ahí, con la Mancomunitat, con la recuperación de la lengua y la
normalización de Pompeu Fabra. Se trataba de crear buenos trabajadores, y buenos funcionarios, con la idea de que éramos mejores. El complejo de superioridad es evidente, ayer y hoy.
La idea de que somos el buen trabajador, frente al otro, ya está en
Mancomunitat. Es un elemento clave del proceso soberanista. Se trata de
no estar con los que les atribuimos características negativas: son
gandules, y además nos roban.
En ese momento, el de la Mancomunitat, ya
están todos los elementos: la lengua, las escuelas, las comunicaciones,
con instituciones, como la Biblioteca de Catalunya, o referentes de la
talla de Eugeni d’Ors. Es un proyecto de modernidad, de ser europeos. Todo eso ya estaba y ahora se ha utilizado de otra manera.
--Pero, ¿no se resuelve en gran medida ese conflicto con la
transición y la Constitución de 1978? ¿Se trata, en el fondo, de un
problema de deslealtad?
--Debemos decir que el estado de las autonomías ha tenido un gran
éxito. Fue un intento de resolver un problema que tiene 100 años, y que,
a lo largo del siglo XX se intenta resolver con la dictadura de Primo
de Rivera –mal--, con la II República --un buen intento-- y, de nuevo de
mala manera con la dictadura franquista. Pero con la Constitución de
1978 se logran 30 años de grandes avances, de consolidación de la
democracia.
Lo que ha pasado es cierto que se puede ver como un acto de deslealtad,
pero eso no es exclusivo de Cataluña. Es propio de las regiones ricas
que se consideran superiores, que, de alguna forma, no quieren cargar on las otras, como pasa en Italia, con la Liga Norte.
Es una revuelta de una región rica, que no quiere asumir el hecho de
tirar del carro de otras comunidades.
Y en una comunidad, como Cataluña,
de amplias clases medias, que no quieren dejar de ser como eran, que no
quieren perder peso. Por ello, el proceso soberanista es un fenómeno de
las clases medias y sobre todo de las clases medias del interior de
Cataluña."
(Entrevista a Jordi Canal, profesor de la École des Hautes Études en Sciencies Sociales (EHESS) de París, Manel Manchón, Cronica Global, 15/04/18)
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