"(...) Pero, mientras el conflicto catalán, y su difícil desactivación - que, en definitiva, descansa en la capacidad del independentismo para digerir la derrota de la estrategia unilateral - está provocando contradicciones, tensiones y divisiones en la alianza que ganó la moción de censura e invistió a Pedro Sánchez, por el contrario, está funcionando como aglutinante en el campo de la derecha que ve como pueden cumplirse sus expectativas de convertir en un paréntesis al gobierno de Sánchez.
La confirmación de estas tendencias son los resultados de las elecciones andaluzas. Manteniendo los socialistas el gobierno en Andalucía desde el inicio de la democracia, con el gobierno central en manos del PSOE y aplicando medidas progresistas, y con una alianza con su izquierda, Podemos e IU, que le respalda y no le critican, sin embargo la izquierda acaba de conocer una derrota sin paliativos en Andalucía, la comunidad más característicamente de izquierdas de España.
Y todo ello porque el conflicto identitario, el catalán, está pesando mucho más que el social a la hora de movilizar votos. Las elecciones andaluzas han sido el punto de partida del ciclo electoral que
recorrerá España en 2019, con una concentración de elecciones municipales, autonómicas y europeas en mayo, y posiblemente también unas parlamentarias nacionales.
recorrerá España en 2019, con una concentración de elecciones municipales, autonómicas y europeas en mayo, y posiblemente también unas parlamentarias nacionales.
La derecha pretende repetir el próximo mayo un vuelco electoral similar que ocurrió en mayo de 2011 cuando las victorias obtenidas en las mismas elecciones abrió el camino a una victoria absoluta del PP en las legislativas de unos meses más tarde. Y a nadie se le escapa este precedente histórico, ni a la derecha, ni al PSOE o Podemos, ni a los independentistas catalanes.
(...) el conflicto catalán es utilizado como ariete para desplazar al PSOE y UP de los centros de poder, especialmente el gobierno de la nación. Para ello la derecha ha tenido que romper el bloque constitucionalista conformado en 2017 junto al PSOE para enfrentar el desafío secesionista en el
momento de su clímax en los meses finales de dicho año.
Ruptura verificada sin esperar a comprobar si el PSOE pudiese hacer concesiones de calado al independentismo, y ruptura que implica, para que la derecha pueda aplicar su solución al conflicto catalán, la necesidad de obtener victorias electorales por mayoría absoluta.
Y este es el talón de Aquiles de la derecha española, en 2011 el PP logró esa mayoría absoluta en una situación de crisis económica y fuerte desgaste del PSOE pero, actualmente, con la división tripartita de la derecha española ésta necesitaría de la contribución de Vox - el desgajamiento ultraderechista de la derecha española - para actuar como mayoría absoluta.
Sin embargo, esta triple alianza permitiría plantear al independentismo la batalla contra un gobierno español de derechas como un enfrentamiento contra la extrema derecha, y a la izquierda española cerrar filas con el mismo argumento.
La aparición de Vox como un actor político de cierto peso, y la ruptura del bloque constitucionalista podría acercar a la derecha al poder pero en unas condiciones que podrían hacer fracasar su solución al conflicto catalán después de aumentar la tensión a cotas peligrosas.
El gobierno del PSOE, tras haber desactivado la amenaza de verse superado por su izquierda por Podemos, y después de haberse hecho con el gobierno desde una posición minoritaria, necesita presentar su alianza con los independentistas como un expediente indispensable para desactivar el propio conflicto catalán por la vía negociadora y poder avanzar en su programa social.
Y es una necesidad que se ha convertido en urgente porque los plazos para aprobar los presupuestos ya están superados y, sobretodo, porque tras la derrota en las elecciones andaluzas los dirigentes del PSOE temen que la derecha les infrinja una derrota aún más dura en el ciclo electoral de 2019.
El gobierno socialista depende de un acuerdo con los independentistas - a los que no puede ofrecerles nada sustancial de sus reivindicaciones, solo gestos y un nuevo Estatuto dentro de los parámetros constitucionales - para evitar una derrota gubernamental y electoral y, con casi seguridad, una grave crisis interna en el PSOE, dónde los sectores más españolistas y los barones regionales desconfían de los giros adoptados por Pedro Sánchez en su relación con el independentismo.
La principal baza del gobierno socialista en la negociación con el secesionismo se basa en el temor de estos a la llegada de la derecha al poder con un discurso radical de solución al conflicto catalán.
El independentismo catalán es el tercer protagonista en este triángulo fundamental de actores, junto al gobierno socialista y la derecha española. En los meses finales de 2017 sufrió una derrota inapelable de su estrategia de secesión unilateral, pero conservó su apoyo electoral (47%) en las elecciones autonómicas de diciembre de 2017 que le permitió revalidar la formación del govern catalán. Esta situación se convirtió en una fuente de contradicciones en su seno.
Los sectores más lúcidos del independentismo tomaron conciencia de que la vía unilateral quedaba cerrada, al menos para un largo tiempo; los sectores más radicales, por el contrario, interpretaron que su control del govern les daba bazas y, especialmente, se orientaron hacia la movilización callejera, teniendo como causa principal de actuación la situación de los dirigentes independentistas encarcelados o huidos de la justicia, todos pendientes de juicio.
Así confluían en su seno una serie de tendencias contradictorias: el apoyo a la moción de censura del PSOE y su sostenimiento en el gobierno central; el temor a que la derecha española alcance el poder con su discurso radical de intervención de larga duración de la autonomía catalana; la dependencia de un centro de poder simbólico y no elegido democráticamente, el que representa Puigdemont en Waterloo; y la presión del sector radical de las CUP-CDR por llevar a cabo la creación de estructuras de Estado en Cataluña violando la ley y buscando compensar mediante movilizaciones callejeras su absoluta minoría en el parlament.
El independentismo, que había exhibido una unidad forzada en la etapa anterior en torno a la misma estrategia, la vía unilateral de secesión, se encuentra ahora internamente enfrentado sobre la estrategia a seguir, y quién mejor expresa esa división y contradicción es el president Torra, que un día apuesta por la vía unilateral y al día siguiente negocia con el gobierno socialista, que un día jalea a los CDR para que presionen en la calle y otro día les reprime mediante los mossos.
El independentismo más lúcido necesita una pista de aterrizaje para desmontar el mito de la vía unilateral rápida, inmediata y fácil y convencer de que no tienen otra posibilidad que abrir una larga etapa de acumulación de fuerzas que le permita o lanzar otro desafío o alcanzar una negociación con el Estado en condiciones más favorables.
Pero la fuerte emotividad creada en la etapa anterior - que se mantiene viva en torno a los dirigentes procesados y explotada a fondo por los sectores más radicales del secesionismo - está impidiendo ese aterrizaje que buscan los moderados.
Para el independentismo también se ha convertido en urgente despejar esta contradicción y ambigüedad, los mismos plazos que acucian para la aprobación de los presupuestos al gobierno central y el ciclo electoral de 2019, apremian al independentismo sobre si siguen sosteniendo al gobierno del PSOE y le ofrecen bazas para ganar las elecciones a la derecha, o dejan caer al gobierno y permiten que la derecha se instale en el poder y la situación en Cataluña entonces se tensiones a niveles peligrosos.
Los sectores radicales del independentismo parecen preferir esta última situación que llevaría al enfrentamiento más abierto y radical sin calcular ni los costes ni la posibilidad de sus derrota definitiva, es la política del aventurerismo. Pero si los sectores moderados quieren evitar dicha situación necesitan imponerse sin demorar más tiempo sobre los sectores radicales, y no está claro que tengan ni la voluntad ni la fuerza para hacerlo.
El miedo a la derecha les impulsa en una dirección, el miedo a ser señalados como traidores, y más aún con el juicio inminente de los dirigentes procesados, les bloquea el dar pasos en esa dirección. El actor independentista y la decantación de la lucha en su seno es, pues, la clave para despejar el futuro inmediato en Cataluña y en España. (...)
Estos meses de paréntesis tenían que haberle servido para despejar el camino a seguir, pero no ha sido así, y sus divisiones y tensiones internas han llegado a un punto de bifurcación obligado por circunstancias externas (la aprobación de los presupuestos y el ciclo electoral de 2019) en el que tiene
que definirse."
que definirse."
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